Ayer cuando describía el galpón de mi apá me pareció gracioso que yo también tengo un lugar todo mío precioso donde guardo y hago lo que más me gusta. Era una baulera sórdida y húmeda y un verano la vacié, reciclé todo lo que había, limpié y contraté a tres de mis contratistas geniales, Evaristo Alegre el pintor, José el carpintero y Omar el electricista, que en dos días pintaron, armaron los estantes, pusieron el panel para las herramientas, las luces y la mesada de pino tea.
Allí pinto, dibujo y reparo todo lo que se rompe. Me encantaría no tener que tirar nunca nada, poder reparar y reciclar todo. Los chicos y sus amigos traen sus cosas rotas, las dejan allí y yo las voy arreglando. A veces se me atrasan mucho los trabajos, sobre todo en invierno, porque en el taller hay un frío que pela. En verano dejo abierta la puerta que da al balcón y entra calor y sol y entonces sí me quedo horas trabajando o pintando en silencio. Ahora estoy reparando un gatito de madera que B.2 me dejó hace como un año. Tenía la cola y una pata rota. Encolé los pedazos parte por parte y ahora que soldó lo estoy pintando, no azul eléctrico como era antes sino blanco como era su gata Estrellita, la que se fue sin dar explicaciones.
Yo desde chiquito quise tener uno. Mi abuelo tenía uno en el fondo, y cuando murió, mi tío -su yerno- cooptó todo lo que pudo de ese taller y se lo llevó. Todo menos el banco de carpintero que está en mi casa, porque su yerno ya tenía uno que le había hecho mi abuelo, para durar.
ResponderBorrarMi tío murió en diciembre y desde entonces intenté darle uso al taller, antes de que fuera desmantelado, y todavía no pude ni siquiera lograr ordenarlo como lo habría hecho el. Estos lugares son tan personales que cuando se muere el dueño son imposibles de reutilizar. Y esa es mi anécdota sobre talleres.
Es verdad: los talleres son lugares más íntimos que los dormitorios.
ResponderBorrarEn tu lugar, yo sacaría todo, limpiaría y pintaría y trataría de mirar cada objeto como si fuera la primera vez, para poder darle a cada cosa su ubicación según tu deseo.
Cuando armé el mío, encontré en una caja pinceles antiquísimos de mi viejo, de marta, muy gastados, y docenas de plumas para dibujar con tinta. Primero me agarró como un respeto terrible y no las usaba. Pero un día limpié los pinceles, limpié las plumas y los usé y me pareció que era como hacerlos vivir otra vez. Pensé que si mi papá hubiera sabido que esas cosas que él tanto quería seguían vivas y en uso se hubiera puesto muy contento.