martes, febrero 28, 2006

Acido fórmico


Hace un año fuimos invadidos por una comunidad de hormigas. Sólo emergen cuando hace calor, asi que durante el invierno nos creemos librados de ellas para siempre. Pero en noviembre del 5 volvieron más numerosas y activas que en el verano anterior.
Al principio las espantábamos con la mano pero ahora aparecen por todos lados y en una cantidad que las hace incontrolables. Me acuerdo de Marabunta, una película de los 50 que fue precursora de dos líneas de cine posteriores: los documentales de Animal Planet y las espeluznantes de terror sangriento en las que el mostro se come a la gente hasta los huesos.
Bueno, las nuestras en cambio no son agresivas con los seres vivos. No les interesan las plantas, ni la iguana y mucho menos nosotros. Sólo quieren morfar comida, pero eso lo hacen con una avidez y a una velocidad que da cui cui. Olvidate una miguita de alfajor sobre la mesa y dos minutos después hay una multitud compacta yendo y viniendo de la mesa a la pared terminando de desguazar la miga y desapareciendo un segundo después sin dejar rastros.
Consulto al cucarachero que nos conserva libres de cucarachas -bendito sea- y me dice que viven en la estructura del edificio, por lo que es imposible aniquilarlas. El pone hormiguicidas en todos los ángulos y las aristas de la casa y durante dos o tres días sólo se ven algunas aisladas medio turulatas, deambulando sin un rumbo fijo. Pero a la semana siguiente vuelven vivarachas y con la misma actitud combativa de siempre. No hay nada que hacer, dicen los expertos.
Siendo así las cosas, yo las acepto como se aceptan la lluvia o los cortes de luz. Es al cuete enojarse y putear: lo mejor es adaptarse a la nueva situación, y si es posible encontrarle el lado bueno. Claro que a mí me caen simpáticas. Así es fácil. Pero no todos en la casa comparten mi punto de vista. Algunos enloquecen y proponen mudarse. Otros las corren a chancletazos.
Las visitas se sienten incómodas y murmuran -Me parece que ahí hay una hormiguita, cuando es evidente que un ejército de ellas se está llevando la rodaja de salamín en andas. Otros sugieren esos venenos de la TV que las amas de casa rocían con expresión sádica sobre tres mosquitos aterrorizados y yo me resisto. No quiero que haya ningún insecticida en la casa y tengo tres buenas razones: 1. creo que también le hace mal a la gente, 2. me parece un factor de desequilibrio ecológico de consecuencias desconocidas y 3. con seguridad le haría mal a Alonso.
Hoy la tripulación se amotinó. Mandaron un delegado, quien me planteó muy seriamente que hay que acabar con esto. Como yo no las odio, me han asimilado al bando del invasor por eso de que el amigo de mi enemigo es mi enemigo.
El origen del motín fue la aparición de un desfile de hormigas saliendo del teclado de una lap top. Les pareció terrible, una amenaza nuclear, un acabóse, un punto final a mi actitud hippie que todos toleran pero nadie comparte. Entonces yo les expliqué que en realidad tenemos el mejor service de limpieza de computadoras que pueda imaginarse.
Primero les informé que uno no tiene idea de la cantidad de mugre que contienen los teclados. Dejando fuera de concurso los sandwiches, las galletitas y las empanadas que los chicos comen y le desmigan encima (hábito nefasto al que me resigné, como a lluvia y a las hormigas), el teclado recibe una lluvia de pelos, caspa, cascaritas de la piel, células muertas descamadas, secreciones, cera del oído, mocos secos y lagañas. Una vez encontré un pendejo enredado entre la R y la T que me llevó un largo rato extraer, del que no quise saber a quién pertenecía ni cómo llegó allí.
Ahora bien, como las hormigas no comen ni cagan fuera de su casa, son animales maravillosamente higiénicos: se llevan toda la suciedad que producimos los humanos y la procesan en su hormiguero sin joder a nadie. Si uno las ve como a una brigada de limpieza incansable y silenciosa equipada con herramientas minúsculas que llegan a los intersticios más pequeños, todos los dueños de computadoras debieran tener hormigas en su casa. Mientras uno duerme, ellas se meten en rincones inaccesibles y se llevan todas las partículas sin romper ni ensuciar nada. Terminé diciéndoles que el día que Bill Gates invente la hormiga como accesorio de limpieza para Mac, todos van a querer tener una.
Me parece que eso los convenció.

lunes, febrero 27, 2006

Fe de ratas

Después de una semana sin vernos porque está cuidando la casa de su hermano, la hija 5 viene a casa. Está bellísima: una hormiga morena de piel luminosa, ojos profundos, labios de pochoclo, patas largas estiradas sobre la mesa mientras fuma un cigarrillo (mal) armado y toma nesquick.
Me reprocha que en los dos últimos posts no la mencioné, cuando debía haberla mencionado como solucionadora de ambos conflictos y salvadora onrubia de su madre. Es verdad; me lo reprocho y prometí repararlo.
Cuando me encontré en Azopardo con tres pesos no tenía ni la más pálida idea de cómo volver a casa. Hago todo a pie y soy un as del viaje en subte, pero de recorridos de colectivos no sé nada. Entonces la llamé porque ella sabe todo y enseguida me dictó las diversas líneas que pasan por Alem y su recorrido. Así fue como me tomé el 62 que me dejó sana y salva en casita.
Acerca del post siguiente, me recordó que ella inventó un método para que las medias no enviudaran. Pide que las pongan en el canasto de la ropa sucia ovilladas, cada una con su pareja. Asi se lavan juntas y nunca queda una en el fondo del canasto. Estamos obedeciendo estrictamente sus directivas desde hace dos meses pero en este lapso ya se perdió una y nadie sabe cómo ocurrió esta nueva desgracia.
De todos modos, debo decir públicamente que la hija 5 tiene siempre ideas brillantes y precisas y que en consecuencia la impacientan bastante mi distracción, mi cuelgue y las equivocaciones que cometo permanentemente. Espero que esta declaración repare en algo mis últimos errores.

sábado, febrero 25, 2006

Vida doméstica


Ayer a la mañana mi empleada Visitación Benítez y yo hicimos chipá. Nos gusta trabajar juntas: pesamos y rallamos los quesos y la harina de mandioca, amasamos la masa hasta que es una bola tersa, formamos los chipás con cucharita y el resultado es una parva dorada, tibia, fragante que nos encanta contemplar, oler y comer y servirles a todos para que aúllen de placer y pidan más, más, más.
Mientras tanto hablamos de hombres lejanos y cercanos, de los hijos, de las madres, de la plata, de recetas, de remedios, de manchas que no salen, de ropa nueva y de ropa vieja, de almidonados y de zurcidos.
Hoy dedicamos un largo rato a hacer un censo de tupperwares. Yo estaba intrigada porque a casi todos les falta la tapa y a la vez hay muchas tapas que no pertenecen a ningún tupper. Eso no tiene ninguna explicación lógica. Podría pensar que presté muchos tuppers y no me los devolvieron, contingencia habitual en el mundo de las amas de casa, pero en ese caso faltarían las dos piezas. Pero ¿en qué situación pueden desaparecer un recipiente sin tapa o una tapa sin recipiente? ¿Alguien se lleva los tuppers destapados? ¿Alguien se lleva las tapas para usarlas como frisbee?
Ése es uno de los grandes misterios de la vida doméstica y no le va en zaga al primero de todos: ¿A dónde van las medias que faltan de cada par? Todos los maridos conocen esa experiencia y no habiendo ningún culpable posible, y no habiendo ninguna explicación posible, mascullan todas las mañanas insultos y agravios destinados a nadie. Las responsables del orden y el cuidado de la casa nos sentimos responsables, pero sabemos bien que hemos lavado las dos medias, que las hemos colgado juntas y que las hemos ovillado par por par antes de guardarlas. ¿En qué momento interviene el factor enviudador de medias?
Recuerdo que ese misterio se planteaba en una película preciosa llamada Heartburn, denominada
en la Argentina posiblemente Historias del corazón, o Aventuras de amor o Recuerdos del amor, por lo cual es inidentificable, salvo por el hecho de que integraban el cast Jack Nicholson y Meryl Streep. Allí, el imbancable, psicópata, hiper atractivo Jack Nicholson se quejaba de eso mismo, de la desaparición de una de sus medias cada día. Y se preguntaba ¿-Hay un lugar del cielo al que se van las medias? ¿Los hombres se reencontrarán con sus medias perdidas cuando se mueren?

jueves, febrero 23, 2006

Promesas policiales



Trámite para renovar el pasaporte. Llego a las 10 de la mañana y ya van por el número 590. Tendría que haber llegado a las 8, me digo. Y después me digo también: tendría que haber traído fotocopia del pasaporte vencido. Como no lo hice, debo recalar en un kiosco/almacén/librería sórdido, donde después de una cola serpenteante con otros colgados como yo, fotocopio y vuelvo a casilla 1. Ahora van por el 682. Tendría que haber traído más plata, me digo ahora, porque veo que cobran 130 pesos por renovar el pasaporte. Cuento todo mi capital: 132 pesos. No puedo tomar un café si quiero volver a casa.
Chinos e iletrados se afanan por llenar correctamente el formulario. Les lleva mucho tiempo y cometen errores una y otra vez. Vuelven a la cola madre a plantear sus dudas y las empleadas (policías hembra impregnadas de resentimiento histórico), les entregan un nuevo formulario que vuelven a llenar equivocadamente.

Hay nenes que corren, ancianas que se desmayan, extranjeros con sandalias con medias, embarazadas que sudan.
A la izquierda hay un recoveco llamado Salón Castillo reservado para embarazadas, niños, ancianos,
deformes y minusválidos, a los que ahora se les llama Personas con Habilidades Especiales.
Me pregunto por qué se llamará Castillo. Porque es como un castillo? Por Abelardo Castillo?
Espero sentada y trato de conservar la elegancia. Me abanico con mi abanico chino y leo Promesas naturales, de Oliverio Coelho y mientras leo pienso que es la lectura más adecuada que podía haber elegido. Después de dos horas de espera ya no sé si lo que ocurre ocurre en la realidad o si me caí dentro del libro como Alicia en el país de las maravillas. Al frente hay un cartel luminoso rodante que da instrucciones incomprensibles todo el tiempo. Copio un fragmento: "debe presentarse acompañado del supérstite, quien debe acreditar su identidad mediante documentos en perfecto estado de conservación".
Para despejarme voy a hacer pis. Hay cinco WC y uno sólo habilitado. En consecuencia se ha formado una cola de 100 mujeres que aprietan las piernas con impaciencia indisimulable. Una vez dentro del baño, leo Respete y cuide los sanitarios como si fueran los de su casa. En el piso hay un lago rancio de agua/meo y varios trapos de piso empapados en los que las salmonellas se están dando un festín. Papel higiénico no hay; toallas de papel tampoco.
La secuencia del trámite no está mal pensada.
Es imposible equivocarse. Los aspirantes somos procesados ciegamente; no se nos pide que pensemos nada. Nos señalan hacia izquierda o derecha y ahí vamos, hacemos una nueva cola de una hora y aparecemos en otro salón con bancos y cientos de personas que se abanican con el formulario, que duermen desparramados, que comen panchos, que toman coca cola tibia, que mandan y reciben espasmódicamente mensajes de texto.
Finalmente llega el momento culminante: la foto y el pulgar en la casetita luminosa, toda una sofisticación adquirida en los 90. La gente se peina antes de entrar, pobrecitos, para salir lindos. Yo también me fui bien maquillada y peinada para no verme como un espectro durante 10 años en el pasaporte, pero cinco horas después, al llegar a la cabina de la foto, estoy transpirada, desgreñada, hambrienta, y sé que saldré como una asesina serial, como Charlize Theron en Monster. La cabina es sorprendente. Se ve que cada empleado le pone su sello personal. A mí me toca un jovenzuelo que tiene todo a media luz, que habla con voz muy baja y tiene un bruto equipo de música con música moderna que desconozco. Es un sitio techno, re cool, todo pintado de gris pálido. Me indica que mire la banderita argentina para sacarme de medio perfil. No veo la banderita (claro, soy miope y muy mayor). Me la señala y me río porque creí que eran dos cartelitos celestes, no una bandera. Me saca así, sin avisar, con sonrisa de pánfila. Me deriva hacia el tramo final: un pasillo en el que agonizan desesperados de calor cincuenta compañeros de infortunio con la camisa abierta, los pantalones desbraguetados, los corpiños incrustados, abanicándose con revistas, con diarios, con las hawaianas. Por las ventanas se ve la avenida Huergo. La estética ha decaído abruptamente. Ya no hay carteles rodantes ni sillas de oficina, como si se hubieran gastado todo el presupuesto y el diseño en el otro sector. De repente todo me parece amenazante. Siento que estamos
bajo el control de otra fuerza. Reconstruyo escenas mil veces relatadas de cautiverio y maltrato. Dejo el libro de Coelho porque me está poniendo paranoica. Pero entonces miro lo que me rodea y es peor. Todo está cubierto de napas geológicas de mugre y hay carteles como de comisaría: No ensucie ni escriba las paredes, Deténgase antes del molinete. Recuerdo el mismo trámite durante la dictadura en el departamento de policía, cuando Kafka era un poroto. Entonces todo era infinitamente más tortuoso y la amenaza no era imaginaria.
Al final de pasillo nos espera una atmósfera netamente policial con los mismos objetos de entonces: la misma silla podrida, la misma radio portátil -ahora con Radio 10 a todo dar-, el mismo escritorio inmundo, la misma puerta salida de sus goznes, el mismo techo sin revestimiento y los caños negros de suciedad a la vista, el mismo ventilador descuajeringado que no funciona, los mismos cables pelados y remendados con curitas, los mismos empleados agrios, el mismo paquete de galletitas, el mismo tono autoritario.
No es pobreza. Es otra cosa. Es el más completo desdén por la alegría, la belleza y el placer y el deseo de hacérselo saber al mundo.
Y al final el pianito. Es sólo una molestia más, el toque final, la despedida. El empleado me explica que antes se conformaban con el pulgar pero como hubo problemas ahora piden otra vez las 10 huellas dactilares. Me dan un papelito en el que prometen entregar los documentos después de dos semanas. Al final carteles escritos con birome y mal pegados con tela adhesiva aconsejan sacarse la tinta de los dedos con detergente solo, sin agua. Una pila de toallitas de papel yace empapada al lado del lavatorio donde los aspirantes se agolpan y se empujan, ya dejada de lado toda urbanidad.
En el 62 me parece que la gente está rara. Imagino que mientras estaba en Azopardo tiraron una bomba que alteró a la gente sin matarla. Hay muchas personas bilingües, muchas señoras monstruosamente culonas, muchos hombres que miran con avidez órganos ajenos, muchos ciegos, muchos nenes que miran en silencio sin hablar. Me da miedo. Me bajo y me encierro en mi casa. Me quedo un largo rato bajo la ducha fresca.

miércoles, febrero 15, 2006

ALONSO 7

Hoy encontré en un lugar inhabitual una hermosa caca dorada. -Sorpresa, sorpresa!
Todas las historias sobre gallinas prodigiosas volvieron a mi cabeza. Pensé que nos volveríamos ricos con La Iguana de la Caca de Oro y le participé la novedad a toda mi familia. Hicimos planes para realizar todos nuestros sueños. Alguno pensó en viajar a Oriente, otra en comprarse un departamento sin goteras, otro en vivir sin trabajar cultivando plantas sagradas. Yo imaginé una vida de ocio, escribiendo y
pintando, sin preocupaciones económicas.
Hasta que pasando frente a mi precioso cuadro de Silvia Gurfein llamado El Libro de las Excepciones, quedé petrificada: sobre el fondo dorado había tres marcas inconfundibles: la V de la victoria que Alonso deja en todo lo que muerde. Se había trepado a la pared, seguramente agarrado del títere que cuelga al lado del cuadro, y le había clavado el diente a la tela repetidas veces.
Recordé una historia que me contaron en los 70, protagonizada por dos amigos míos, gays muy divertidos que vivían en Amsterdam y hacían fiestas en las que reinaban el descontrol, las hermosas drogas de entonces, las plumas y las paillettes.
Durante los días su
bsiguientes el perro de la casa cagaba unas maravillas multicolores cubiertas de brillos y lentejuelas. Parece que mientras sus dueños dormían la mona de la post fiesta el perro, aburrido, iba lambeteando del piso las chafalonías que habían ido perdiendo los invitados en el frenesí de la noche.
Ahora debo llamar a Silvia Gurfein y pedirle que repare el daño. Va a ser algo difícil de explicar.

ALONSO 7 bis


Esta es la caca dorada. No es natural que hiciéramos planes creyéndonos tocados por la Fortuna?

martes, febrero 14, 2006

Birdwatching 2. Cadáveres ambulantes.


La gente acá alcanza una edad más avanzada que en otros barrios. Quizá por la vida descansada o porque tienen aseguradas las proteínas de cada día, muchos llegan a ser muy viejitos en aceptable estado de salud. Pero algunos tienen tantos años que han perdido el relleno y sólo les queda su cascarita de persona. Lo curioso es que se siguen teniendo en muy alta estima; se petalizan y se visten cuidadosamente aunque algunos no son más que el mero esqueleto y la ropa encima.
Los cadáveres ambulantes que fueron mujeres conservan sus hábitos tradicionalmente femeninos. Andan con sus blusas de antes, de géneros nobles y estampados añejos y con sus faldas de buena calidad y un corte que sigue siendo perfecto 50 años después de haber sido estrenadas. Algunas llevan un collar divinamente demodé, o unos aretes como de Evita. Cada vez que me cruzo con una de ellas me pregunto qué pasaría si me acerco y sin decir palabra les arrebato el collar y me lo llevo. Gritarían como un pajarito aterrorizado? Me pegarían un carterazo? Caerían con el corazón fulminado por la sorpresa? Todo es posible. Habría que probar para saberlo.
Los cadáveres que fueron hombres tienen trajes de lino del que ya no hay (no el lino de nylon coreano de Zara, sino el verdadero, fresco y con el peso justo, que envejece con tanta gracia), hechos a medida en Londres en la década del 30. Las camisas gastadísimas les quedan grandes sobre todo de cuello, y en el espacio resultante se puede ver bailar la nuez del cadáver ambulante.
Todo en los cadáveres de mi barrio es muy usado y deshilachado, pero todo es llevado con una aristocrática indiferencia tanto por la belleza como por el estado calamitoso de esas ruinas.
En mi edificio vivía uno de ellos, al que cariñosamente le llamábamos El Cadavercito. Era un señor extraordinariamente amable y simpático. Además de sus trajes, conservaba las costumbres de urbanidad de su juventud. Me abría la puerta, me esperaba en el ascensor y me cedía el paso con una gran sonrisa de su calavera. Yo creo que él percibía cuánto me gustaba y cuánto me asombraba verlo vivo. Un día, mientras me abría la puerta, me dijo -Vió? Todavía estoy aquí... Después lo encontré una o dos veces más, pero hace más de dos años que no lo veo y no sabría como preguntarle al portero por él. Para consolarme pienso que tal vez sus nietos se lo llevaron a vivir al campo, pero yo misma no me lo creo.

domingo, febrero 12, 2006

Birdwatching 1. Perversos con perrito

En mi barrio hay muchos perros y muchos perversos y sobre todo, hay muchos perversos que tienen perro. Después de varios años de convivencia, cada perro se parece a su dueño, por lo que al cabo de cierto tiempo también el perro adquiere expresión de degenerado.
Hay muchos perros de los que se usan ahora, de razas raras, con ojos celestes, hocicos pulposos y culos bamboleantes. Hay unos larguísimos y flacos con expresión melancólica y otros de rabos erectos, provocativos. Si uno los mira a los ojos, ellos te miran y según su dueño sea sociable o paranoico, te siguen mirando juguetones o desvían la mirada.
1. Hay un chico débil mental, muy gordo, con la cara llena de granos, que tiene un perro salchicha medio desnutrido. El chico suele gritar insensateces por la calle, y cuando pasea a su perro se pone medio agresivo. Si alguien los mira, a él o al salchicha, se pone a gritar y aunque el mirón se vaya, él sigue vociferando mientras tironea del perro, que a veces patina como sobre ruedas, arrastrado violentamente.
2. Hay una pareja de viejos con un perrillo minúsculo. Lo sacan a pasear y controlan cada pis y cada caca que hace, mientras discuten entre ellos agriamente sobre la conveniencia de esperar que haga o no.
-No ves que todavía no hizo?, dice ella.
-Pero si hoy a la mañana ya hizo, te dije!, le contesta el viejo.
-Bueno, esperemos un poquito más que tiene ganas, no ves? Mirá cómo hace fuerza...
-No está haciendo fuerza, vamos que hace frío...
Cada vez que los veo están enzarzados en una conversación de ese tenor.
3. También hay una señora muy bajita, reseca, con una enorme nariz de color violáceo, que tiene un perro largo y bobo, narigón, que se desplaza perezosamente, aburrido de la vida. Ella va muy decidida a pesar de su narizota violeta, y tira de él, que camina cansino, siempre con bozal. Uno no puede imaginarse que ese perro quiera morder a nadie, pero se ve que la dueña se siente muy buena ciudadana porque su perro va amordazado.
Por hoy, basta de perversos con perro. La ilustración representa a la señora 3.

miércoles, febrero 08, 2006

BIRDWATCHING

Mi barrio es un microclima en el que abundan las especies exóticas, algunas en extinción.
Hay en la calle seres tan extraordinarios que a veces salgo solamente para verlos pasar. Ahora también los estoy pintando. Vuelvo a casa y los dibujo para no olvidarlos y después los pinto a la acuarela.
Los domingos largan series especiales, asombrosas, que no se ven durante la semana.

Antes viví en San Telmo durante muchos años. Había pobreza, suciedad, desolación y violencia pero las personas era normales, tal vez por falta de presupuesto y de tiempo ocioso. Y la gente en la calle era igual todos los días: no mutaba los domingos en un desfile de seres bizarros.

Lo atractivo de mi barrio actual es que todo el tiempo se ve la decadencia travestida bajo mil apariencias increíbles. Hay gran cantidad de ex ricos, muchas ex lindas y ex jóvenes, todos haciéndose los distraídos, actuando como si fueran ricos, lindas y jóvenes actualmente, como si los años y las catástrofes no hubieran transcurrido para ellos. Reproducen el gesto y el caminar de los buenos tiempos pero la artrosis, la calvicie y los zapatos viejos los obligan a andar escorados y agarrándose el peluquín.

Algunos modelos claramente identificables:
1. El perverso con perrito
2. La vieja multioperada
3. La adolescente viejísima
4. El cadáver ambulante
5. El auténtico monstruo
6. El bobo extrovertido
7. El puto bienpensante
8. El par hijo bobo/madre
9. El par hija boba/madre

Dentro de cada modelo hay variados personajes representativos.
En próximas entregas daremos descripciones e imágenes exclusivas. Atenti.

domingo, febrero 05, 2006

No todas son rosas 2


Hay un momento en el que los hijos no sólo no te necesitan sino que agradecen que te borres. Eso está buenísimo cuando uno tiene muchas cosas muy interesantes para hacer y si nada horrible se interpone en el camino. Pero sucede que ese momento suele coincidir con el momento en que los padres propios entran a pudrirse y eso es indudablemente una interferencia. No hablo de la depresión del padre jubilado, de la chancletización del matrimonio de los padres que se aguantan penosamente sólo por no estar solos, de la indefensión de los dos ni de la frustración de la madre post menopáusica que se siente vieja y no querida. Hablo de lo que les sucede 30 años más tarde: la decadencia global, los procesos degenerativos, la desmemoria, la declinación hacia el abismo, la agonía. No se trata de mal humor, ni de reproches, ni de demandas sin fondo ni de cara de orto. Es alucinación, confusión de identidades, pañales para adultos, sondas uretrales, papilla escupida sobre la sábana, vómitos sorpresivos, incontinencia, olor agrio, palabras incoherentes, gritos y murmullos, estertores, ronquidos, almohadas sudadas, dentaduras postizas en lugares inesperados. Todos vamos a ser testigos de la muerte de nuestros padres. A todos nos va a pasar. A mí antes que a ustedes, pero a ustedes también y aunque no sirve de nada saberlo me gustaría que lo sepan para que no los agarre de sorpresa. Las despedidas siempre son una mierda, y éstas son las peores de todas. Todo lo no dicho, lo reprochado, lo pendiente, lo práctico, todo flota con un peso específico espantoso en medio de la habitación en penumbras, sobre la cama revuelta, encima de las bolsas de pañales, los frascos de remedios y las recetas de los médicos. Los parientes reivindican sus puntos de vista siempre opuestos, reina la suspicacia por pequeñeces y el viejo o la vieja se van muriendo mientras los hijos compiten miserablemente por sus minúsculas diferencias y se enredan en inútiles hilachas del pasado. Me parece que todo eso es inevitable porque hace tantas generaciones que ocurre siempre igual, que si fuera evitable ya hubiera dejado de ocurrir. Pero sigue ocurriendo. A nuestros abuelos, a nuestros padres, a nosotros, a nuestros hijos, a ustedes, como hamsters en una rueda, eternamente, estúpidamente, sin salida y sin consuelo.

miércoles, febrero 01, 2006

Diálogos argentinos 3

Ezeiza. Larga cola de argentinos en migraciones para volver a entrar a su país. Lo primero que sorprende es que todas las mujeres son anoréxicas o border-anorexia. Las empleadas del free shop, esqueléticas, sobremaquilladas, vestidas de largo y de raso a las 9 de la mañana ofrecen sus ofertas hablando gangosas, desesperanzadas, como colgadas de una fiesta que terminó hace mucho.
Dos empleados con barba de dos días, símil juez, atienden a la gente desganadamente. Una señora boliviana es puesta a esperar a un lado del mostrador. Aterrada porque no entiende lo que dicen esos dos en español espurio, custodia dos bolsas de tela con guardas incaicas. -Usté espere ahí, qué se cré, que puede entrar plantas de Bolivia?
Mientras uno chequea los pasaportes con cara de asco, el otro habla por teléfono de temas importantes con un colega:
-Quedate tranquilo, bebé, no saltó nada, no saltó nada, ta todo bien.

Hijos + Gatos

Anoche, visita sorpresa del hijo 4 con su gato. Lo encontró en la calle hace una semana, tembloroso y desnutrido, y se lo llevó a la casa. Le compró alimento especial, lo llevó al veterinario, le puso tres nombres diferentes en una semana y en pocos días lo transformó en una especie de bebé/gato sano y confiado. Lo lleva siempre con él, debajo del brazo o sobre su hombro. Anda con él en colectivo y lo llevó a un restaurante peruano, donde lo dejaron entrar siempre que lo mantuviera oculto. 4 es muy paternal: el gato lo mira con amor y se adapta a todos los lugares siempre que esté agarradito a él. Acunado en sus brazos mira alrededor con su mirada de bebito, moviendo las orejas gigantes que tiene como antenas de Direct TV.
Mi hija 3 tuvo sucesivamente dos gatos que huyeron de su casa. Uno, llamado Bebo, hizo varios intentos de fuga pero fue localizado y vuelto al hogar mediante la fuerza pública. De verdad, mi hija llamó a los bomberos, que lo rescataron del borde una medianera lejana usando palos y lonas, con gran riesgo para su vida de bomberos. Un día finalmente Bebo lo logró: se fugó y nunca más lo vimos. La segunda se llamaba Estrellita. Era preciosa, perfectamente blanca y peluda como de figurita de brillantes. Parecía muy conforme y tranquila pero también hizo abandono del hogar. Sin decirlo directamente, todos implican con comentarios irónicos y movimientos de cejas que
la convivencia con 3
debe ser algo difícil y que debe ser preferible perderse por las calles de San Telmo. Yo no lo creo así. Pienso que ambos gatos se fueron porque ella está muchas horas fuera de su casa y ellos fueron atraídos por la intensa actividad social que se desarrolla en los techos del barrio. Después el macho debe haber sucumbido a su destino de macho callejero (perro hambriento, colectivo, piedrazo) y Estrellita debe haber sido capturada y llevada a un harem de gatas bonitas donde vive fumando opio y comiendo dulces todo el día.