Alguien me dijo que haciendo gimnasia con los músculos de la cara se puede permanecer joven por más tiempo.
Me lo dijeron hace muchos años, cuando la idea de que un músculo pudiera ablandarse me parecía un disparate.
Cuando uno es joven no tiene la paciencia necesaria para observar cómo la piel tensa de la ciruela que está en el árbol, en un solo día se adelgaza y se arruga mostrando los signos de la senilidad.
Y si un joven observara cómo las frutas maduran y mueren en su rama, difícilmente relacionaría ese proceso consigo mismo, porque al no ser ciruela el joven envejece lentamente. Sería necesario un microscopio para poder detectar en su piel los primeros deterioros. Cuando se perciben a simple vista, aunque sean mínimos, es porque la decadencia tomó definitivamente el mando de ese organismo. El tiempo tiene una forma solapada de invadirnos y de dirigirnos con mano firme hacia la ruina.
Vivimos distraídos durante años y un día nos vemos casualmente en un espejo y no nos reconocemos. O miramos con atención y buena luz una parte de nosotros mismos y nos preguntamos a quién pertenece esa rodilla que se arruga, cómo llegó allí ese músculo informe.
Lo que complica las cosas es que el tiempo y la fuerza de gravedad trabajan asociados. Juntos tironean hacia abajo hasta que algunas partes del cuerpo y de la cara se dejan vencer, pierden terreno y se abandonan mansamente al derrumbe.
Los profesores de gimnasia facial recomiendan ejercicios destinados a tonificar músculos muy importantes, como los de la frente, los que rodean los ojos y los que están alrededor de los labios.
Una rutina muy efectiva es repetir en voz alta una frase que obligue a determinado grupo de músculos a contraerse y a relajarse varias veces. Los especialistas han creado frases para los labios, para los pómulos, para la papada y hasta para los párpados.
Una amiga me contó que durante toda su adolescencia oía a su madre repetir cien veces todas las mañanas en voz muy alta y modulando forzadamente las letras: -Rosas rojas!.. rosas rojas!...rosas rojas!
La mamá decía que ese ejercicio la mantenía joven y evitaba que se le formaran arrugas en los pómulos. El recuerdo que tengo de ella no es el de una mujer joven sin arrugas sino el de una señora mayor con una expresión muy tensa. Pero tal vez hubiera sido mucho peor en su estado natural, si no hubiera dicho Rosas rojas durante tantos años todas las mañanas.
También me contaron que otra señora había aprendido en un programa de televisión un ejercicio creado para tonificar los labios. El programa era norteamericano y las voces estaban traducidas con subtítulos. Así que cuando la profesora de gimnasia facial modulaba lenta y exageradamente la frase Walking by the wood, little Red Riding Hood, abajo se leía Camina por el bosque, Caperucita Roja.
La señora aprendió perfectamente el ejercicio y como no sabía inglés, todas las mañanas repetía delante del espejo la frase Camina por el bosque, Caperucita Roja, que desde el punto de vista gramatical es una traducción bastante aceptable pero como gimnasia es completamente improductiva. Basta con hacer la prueba: pronunciarla no pone en actividad ningún músculo. Puede decírsela con la boca casi cerrada si uno quiere.
Sin embargo ella no se sintió defraudada: años después, con los labios arrugados como correspondía a su edad, seguía difundiendo con entusiasmo las bondades del ejercicio que hacía todos los días y nadie se animaba a decirle que estaba arrugada y mucho menos a explicarle que para los músculos no es lo mismo decir Walking by the wood, little Red Riding Hood que Camina por el bosque, Caperucita Roja.
En una librería encontré casualmente un libro sobre gimnasia facial y lo leí entero allí mismo, parada frente a la mesa. Me daba vergüenza comprarlo porque me parecía una frivolidad, pero al mismo tiempo no podía dejar de leerlo de principio a fin. Tenía fotos que ilustraban cada ejercicio y mediante un esfuerzo de memoria considerable los aprendí todos. Hice otro gran esfuerzo de voluntad para resistir la tentación de practicarlos en el momento, sobre todo porque frente a mí había una columna revestida con espejos.
Los memoricé con la idea de practicarlos todos los días porque el libro prometía que haciéndolos con constancia, en menos de seis meses las arrugas de la cara y del cuello desaparecen por completo. Los hice escrupulosamente durante cuatro mañanas pero ese tiempo me bastó para comprender que no se pueden hacer muecas delante de un espejo todos los días durante meses sin perder la autoestima.
Como no quiero entregarme sin luchar, me propuse hacer mi gimnasia facial cada vez que se cumplan dos condiciones: estar sola y no tener nada interesante para hacer. La primera de esas condiciones no se cumple en el subte ni el colectivo pero sí cuando estoy en un taxi. Cuando el chofer me mira alarmado por el espejo retrovisor disimulo remedando gestos de dolor o de preocupación como si me doliera algo o como si estuviera pensando en algo terrible.
Pero en el ascensor de mi casa es donde se cumplen las dos condiciones a la vez.
Como vivo en un piso 22 aprovecho el trayecto hacia arriba o hacia abajo para hacer mis estiramientos de cuello llevando exageradamente el mentón hacia delante y arriba, lo que me hace parecer un ganso atragantado. Al mismo tiempo abro grandes y cierro con fuerza los ojos una y otra vez para fortalecer los párpados superiores; bajo y subo las cejas locamente para que se me desarrugue la frente; hago movimientos de succión para tonificar los labios e hincho los carrillos para que se me alisen las mejillas.
Según qué grupo de músculos esté ejercitando mi cara se parece intermitentemente a la del cuadro El Grito o a la de Dizzy Gillespie tocando la trompeta.
Claro que me inquieta que alguien abra la puerta del ascensor y me sorprenda con el cuello estirado y la boca muy abierta como andando en moto a 200 kilómetros por hora. En esa eventualidad no tendría tiempo de recuperar mi cara de siempre y saludar como si nada extraño ocurriera. Me temo que en ese caso perdería la consideración de todos mis vecinos porque ese tipo de noticias se difunde rápidamente. Es un temor lógico el que tengo, pero estoy dispuesta a enfrentarlo si la gimnasia facial me diera el resultado prometido.
Algún riesgo hay que correr para mantenerse joven toda la vida.