sábado, julio 26, 2008

Hoy hace 56 años

La Abanderada

Sentada en el piso con los ojos cerrados tengo la cabeza apoyada contra el parlante y aspiro el olor a nuevo del combinado. Siento en la frente la vibración de la voz: dice algo sobre la inmortalidad que no entiendo. Vuelvo la cabeza para preguntar pero no me oyen; gritan, se ríen, sacuden un puño en alto dos o tres veces con ímpetu como hacen los triunfadores y se abrazan con una alegría que me da miedo porque nunca los había visto alegrarse así. Siento subir las lágrimas y las reprimo con tanto esfuerzo que me duele la garganta como si un perro me mordiera por dentro.

Pocos días antes había cumplido cinco años. Por eso sé que es el tercer recuerdo de mi vida.

Enseguida salimos a la calle. Me llevaban entre los dos, uno de cada mano, y si miraba hacia arriba lo primero que veía era sus sonrisas crispadas. En los parques de Palermo me compraron una banderita argentina y me enseñaron a agitarla hacia la avenida Libertador con el brazo en alto. Era emocionante: desde todos los autos otras banderitas y bocinazos respondían mi saludo. Corriendo y saltando para seguir los pasos largos de los dos, sollozaba sin saber por qué pero no dejaba de agitar la bandera. Nadie me oía porque había mucho ruido. Durante muchos años creí que aquél día sólo yo lloraba.

En el libro de lectura de segundo grado había una lectura que se llamaba La Abanderada de los Humildes. Todo lo que decía ahí era la pura verdad. A fin de año llegaron al colegio una muñeca para cada nena y una pelota de cuero, una auténtica número 5, para cada chico. Ese verano mis compañeros de escuela tuvieron las primeras vacaciones de su vida y al comenzar el año siguiente, cuando las maestras preguntaban dónde habíamos veraneado, mostraron sus fotos. Algunos aparecían sentados en la playa, otros parados sobre piedras en un arroyo serrano, casi todos frente a la entrada de hoteles que eran como palacios. Tenían puertas altas de madera barnizada con paneles de cristal y paredes revestidas en bloques de piedra blanca.

El papá de mi compañero Vitali compró su primera casa con un crédito. Eso me impresionó porque yo creía que era un hombre de las cavernas. Estaba siempre encorvado y cubierto de hollín, mimetizado en la penumbra de su despacho de huevos y carbón y sólo se comunicaba resoplando y con gruñidos. Vitali me contó lo de la casa con los ojos muy abiertos, como si acabara de presenciar un milagro.

A Vitali le gustaban los libros pero cuando yo le prestaba uno no podía leerlo porque cuando no estaba en el colegio reemplazaba a su papá en la carbonería.

- Somos solos, decía, porque su mamá se había muerto cuando era muy chico o antes de que él naciera, no estaba seguro.

Me gustaba visitarlo porque con él se podía estar mucho tiempo en silencio. Nos sentábamos en la oscuridad del local respirando el olor de la paja fresca donde se guardaban cientos de huevos de las gallinas que vivían en unos jaulones en el patio.

A mí me gustaban los milagros que La Abanderada hacía desde la inmortalidad. Me sentía protegida como si todos, los chicos y los grandes, fuéramos hijos de los mismos padres buenos que nos mantenían a salvo de la pobreza.

Mi familia no lo veía así. Lo que a mí me parecía un prodigio a ellos los ofendía como un agravio. Nunca me explicaron cuál era la causa y yo no preguntaba porque parecía algo sobreentendido. Con las maestras sí podía hablar: ellas también pensaban que éramos privilegiados por vivir bajo la protección de La Abanderada de los Humildes.

En el primer aniversario nos hicieron escribir una composición sobre ella.

-Con sus propias palabras, aclararon.

Mi lapicera volaba del tintero de porcelana a la hoja de papel Rivadavia para no dejar escapar ningún adjetivo, ni un solo signo de exclamación de las decenas que se atropellaban en mi pluma cucharita.

Todos mis compañeros tenían seis lápices de color cortos, de mina áspera, que venían en una cajita de cartón ordinario. Yo tenía una caja azul de lata con doce lápices Staedtler que me había mandado mi abuela alemana. Los mantenía ordenados según la gama del arco iris que había en el Tesoro de la Juventud. Me gustaba acariciarlos y que rodaran suavemente contra la lata. Mi papá me había explicado que el privilegio de tener ese tesoro acarreaba algunas responsabilidades: no dejarlos caer para que no se quebrara la mina, no perder ninguno y mantenerlos siempre bien afilados con la gillette, no con el sacapuntas.

Me encantaba escribir composiciones pero lo que más me gustaba era terminarlas, porque entonces abría mi caja de colores y hacía al pie del texto una ilustración alusiva que después la maestra mostraba y alababa ante todos mis compañeros. Pero esa vez, bajo la composición sobre La Abanderada no hice ningún dibujo. Después de leer mi propio texto calculé que no había arte capaz de hacerles justicia a mis sentimientos. A Dios sí, lo había dibujado la semana anterior al pie de una composición sobre la creación del universo: era un viejo barbudo sentado sobre un colchón de nubes celestes rodeado por angelitos rechonchos como duraznos.

A la noche mis padres hojearon mi cuaderno y me preguntaron por qué la composición sobre La Abanderada era la única que no tenía dibujo.

- Es pecado mortal dibujar a una santa, les expliqué.

No sabía qué era exactamente un pecado mortal, pero pensaba que era como comer hongos venenosos, algo que uno hace por distracción y puede costarle la vida.

-Y no es pecado dibujar a Dios? preguntó mi mamá con el timbre de voz casual con que intentaba quitarles importancia a las cosas más graves.

- No, porque Dios no es santo –contesté- Dios ve todo y deja que a la gente le pasen cosas malas.

Creo que mi argumento era irrebatible porque no me contestaron nada y siguieron tomando la sopa como si se hubieran quedado pensando.

jueves, julio 24, 2008




M I
N I E T O

E S
V A R Ó N !






martes, julio 22, 2008

lunes, julio 21, 2008


La Cronista pregunta por Alonso, del que hace meses no se sabe nada. Conté en un comment perdido que está muy bien, rechoncha y malcriada como nunca. Lo único que la pone sombría es la lluvia. Hoy tiene una cara de orto fenomenal. Le prendo la luz UV, le sirvo un platazo de bananas y espinacas, le hablo, le acaricio el lomo y finalmente se arrastra con desgano hasta el plato. Come un poquito, mira hacia afuera através del vidrio mojado y suspira como una señorita soltera.
Mañana, cuando salga el sol, va a estar pimpante otra vez trepándose a los muebles y a las bibliotecas como siempre.
A mí también me pega mal esta lluvia. No la lluviecita suave y el cielo gris, que me encantan, pero sí esta lluvia zangoloteante con vientos de 200 nudos. Me hace acordar a cuando navegábamos con mi apá en invierno con un frío polar, empapados hasta los calzones y él tomaba ginebra para entrar en calor y cantaba tangos para alegrarme pero me entristecía más.
Abrigadita en mi casa no puedo dejar de pensar en la gente que vive envuelta en nylons en la calle y en los pajaritos que se caen de los nidos.

Último post sobre mi cumpleaños. Y basta porque me tienen harta.


Iupi Iupi!!!
Por fin llueve y puedo extrenar mis botas de leopardo de goma!!

Envídienme mucho, putos!

Primer plano de la jirafa culona de patas cortas que me hizo mi amá.

Primer plano de los regalos que me hizo N. (siete años)

Más sobre mi cumple


Qué extraño fenómeno el que desató mi lista de regalos de cumpleaños. No puedo dejar de pensar que hizo una mala combinación química con el conflicto de los sojeros. Si no, no se explica la escalada de agresiones picoteantes a mi tapadito de tweed y la acusación de ostentosa a mi persona.
Empecé a pensar eso cuando recibí algunos mails de amigos preocupados por mí.

Mi amiga D. escribe: "qué les pasa a esos boludos que escriben en tu blog? Se imaginaron que el collar de cuentas hecho a mano es una pieza de Ricciardi? Que el ojo de papel era una pieza de arte del MOMA? Por qué no les explicás de qué se trata? Me parece que el error fue tuyo: describiste todo como si fueran tesoros de sultán y salvo los diccionarios y los papelitos, todo lo demás son regalos baratos, pequeños y humildes..."
Eso es verdad. Acá pueden verlos con sus propios globos oculares. El ojito de papel y el collar de cuentas de plástico me los hizo especialmente N., la dulcísima hijita de F., mi nuevo yerno. La jirafa deforme me la hizo en cerámica mi amá con sus manos temblequeantes y sus ojos cuasi ciegos. Los papeles de Wussmann me los regalaron mis hijas A. y V. (B. 2 y B.3 de la vieja nomenclatura) y los aretes de lagartija de cotillón y el buzo de plush negro y verde me los regalaron mi hijo J. (B.1 de la vieja nomenclatura) y su mujer R.. Como pueden ver en la foto, hay un New Yorker. Es el regalo de mi amigo oriental AA, que me suscribió a la revista, que amo porque tiene textos maravillosos. Recibí el ejemplar y no sabía cómo había llegado debajo de mi puerta. Barrunté que podía ser él porque siempre comentamos qué lindas cosas se publican allí, y así era: fue su precioso regalo!

"Por qué tenés que darles explicaciones a esos forros? Por qué no tirás al tacho esos comentarios venenosos de gente resentida", dice un mail de E.A. "Porque soy re re re democrática. No viste que alguien dice eso de mí? ", le contesto.
La verdad es que me gusta que nos peleemos y me parece valioso el cambio de opiniones que hubo a partir del tapadito de tweed y que derivó en temas más interesantes, como las decisiones (o indecisiones) políticas de cada uno. No encuentro motivos para hacer desaparecer esos comments.

Mi amigo M. me escribe: "Chiquita, por favor no te expongas tanto en el blog que hay mucho loco suelto. Por favor".
Los agravios de desconocidos me chupan un huevo. Creo que sólo descalifican al que los hace. Si los hiciera alguien que quiero me herirían terriblemente, pero no quiero a nadie capaz de insultar en forma anónima, asi que asumo que son personas ajenas a mí que tienen algunas perturbaciones y demasiado tiempo de banda ancha.

domingo, julio 20, 2008

Volví de Córdoba



Lo pasé rebomba porque cuando no estoy en casa no me distraigo haciendo mil pequeñas boludeces y entonces leo todo el tiempo. Morfé cabrito (o chivito, no se cuál es la diferencia), unas empanadas buenísimas y me tomé unos ricos tintachos.

Hoy a la tarde no había NADIE por la calle. Parecía Catamarca. Me dijeron que era porque todos estaban en los restaurantes festejando el día del amigo.
En el aeropuerto sí, había mucha gente y muchas mujeres iguales, con el pelo lacio largo hasta la espalda teñido de platinado, jeans apretadísimos dentro de botas altísimas con tacos de 15 centímetros, bolsos grandes metalizados, rastras, cadenas, tachas, tachuelas, medallas y sombreros de ala ancha, hablando a gritos por celulares muy raros, de esos que tienen radio, MP3, MP4, espejo, ventilador y afeitadora. En Rosario detecté una etnia nueva muy parecida que también se agrupa en el aeropuerto y en los bares cancheros. Pregunté y me explicaron que son las princesas de la soja, gente que pelechó mucho en poco tiempo. Más que princesas me parecieron como unas petroleras texanas mal medicadas.
Ahora estoy en casa, desarmo la valija, me saco los zapatos, me lavo las manos, me sirvo un vaso gigante de agua con gas para que vaya barriendo los triglicéridos y me pongo a leer el quilombo que se armó unos posts más abajo. Me gusta viajar pero me encanta haber vuelto a la Argentina.

Me olvidé de algunos regalos



Cómo pude olvidarme?


1. Una taza con un dibujo divino de una princesita y su cacharrito para apoyar el saquito de té.
2. Una lapicera a juego, con estrellitas.
3. El increíble, gigantesco diccionario francés Petit Robert que deseé durante muchos años.
4. Una alcancía verdaderamente monstruosa. Es un chancho con cara de degenerado en una cabina telefónica apoyada sobre una pila de monedas doradas. Tiene unos textos en cirílico, por lo que presumo que además de ser horrenda es rusa.

sábado, julio 19, 2008

Me fui a Córdoba



Chau, chuchis. Que tengan un lindo fin de semana. Yo voy a leer y a morfar chivito.

viernes, julio 18, 2008

Tres días después de mi cumpleaños, dos días después del triunfo del primer golpe de Estado a la vaselina, apenas recuperada del shock de ver el futuro encarnado en Luciano Miguens levantando en alto una imagen de la virgen de Itatí frente a un ondear de banderas rojas que saludaban la reforma agraria, va la lista de regalos maravillosos que me ligué el 15 de julio después de estar toda la tarde frente al Congreso bailando al son de unas bandas desastrosas y al calor de decenas de muchos miles de personas que nunca aparecieron en tomas aéreas de ningún canal de TV.

Me regalaron todo esto:
1. papeles y cartulinas extraordinarios de Wussmann y de Papelera Palermo con los que voy a armar cuadernos y blocks de dibujo para morir de placer.
2. los seis tomos del alucinante diccionario crítico etimológico Corominas.
3. el libro de Rita Gombrowicz.
4. un libro de conferencias de Thomas Mann sobre el nazismo.
5. la biografía de Matisse en dos tomos con reproducciones.
6. unas botas de lluvia estampadas en leopardo
7. un buzo de plush verde y negro como de duende.
8. un collar de bolitas forradas de género azul que eventualmente pueden servir como elemento erótico
9. un collar de palitos forrados de generitos reciclados verdes de una diseñadora argentina
10. un tapadito de tweed negro y blanco apretado onda Jackie Kennedy
11. un globo ocular armado con papelitos con unas tiritas que creí que eran pestañas pero eran las venas
12. un collar de cuentas transparentes hecho a mano.
13. un equipo de viaje de L´Occitane
14. un billete de 100 pesos para que me compre un libro de arte.
15. un vale por ropa deportiva Puma
16. un pañuelo de gasa celeste con apliques preciosos
17. una jirafa de cerámica culona medio reptiliana.
18. unos sobrecitos chiquitos y papeles con mis iniciales de Wussmann.
19. un par de aros con lagartos colgantes
20. dos ramos de flores
21. una pavita de plata minúscula para mi colección de miniaturas.
22. unos jabones raros con olor muy rico.
23. una carterita de fieltro negro con manija larga.

Mi hija A. (en la vieja nomenclatura B.2) organizó la fiesta en su casa y cocinó delicias increíbles.
Hubo una torta de marquise de chocolate con merengue italiano y velitas raras que tuve que soplar dos veces con el consiguiente desconcierto (hay que pedir los mismos tres deseos dos veces o hay que pedir seis deseos?) Eso siempre es una fuente de angustia para mí, sobre todo porque no me da tiempo para pensar los deseos, que son solo tres por año, salvo que por casualidad pase debajo de un puente por donde está pasando un tren.

Hoy a la noche había una calcomanía pegada en el espejo del ascensor. Decía GRACIAS COBOS y cada O era un huevo, un estímulo testicular al hombrecillo que entró a la historia como el responsable de inclinar la balanza del futuro hacia la derecha.

viernes, julio 11, 2008

Uno ama los pequeños defectos?


Desde hace varias semanas mi hija la nena V. me recrimina que no confieso acá un defecto que ella me descubrió. Para que no me atosigue otra vez esta noche, tomá, acá lo tenés:


Dice que tengo dos formas de reaccionar cuando estamos discutiendo un tema importante: una es decir buá! y la otra es decir mjmj. Digo buá! cuando no estoy de acuerdo con ella y mjmj cuando ella piensa como yo. Buá! se dice una sola vez con un gesto displicente como para descartar de un plumazo el argumento del contrario y mjmj se dice repetidas veces con una leve sonrisa y tono falsamente comprensivo.
Parece que en los dos casos me pongo a caminar y me voy del lugar sin suspender la conversación, asi que ella me tiene que seguir de una habitación a otra porque si no lo hace deja de oírme o yo no la oigo a ella y yo odio que la gente se grite de un lugar a otro de la casa. Reconozco que me cuesta mucho dejar el culo quieto en una silla y me impacienta que el diálogo dure más de tres o cuatro líneas. Debe ser por eso que me voy.
También dice que cuando camino por la calle me desespera que la gente invada todo el ancho de la vereda caminando despacio. Voy serpenteando entre
las personas, los puestos de flores y las paradas de colectivos y a veces camino pisándoles los talones a los transeúntes para apurarlos. V. me imita haciendo eso para hacer reír a su hermano Z. Es uno de sus pasatiempos favoritos. Vuelven muy divertidos y Z. me dice -V. me hizo cagar de risa imitando cómo caminás por la calle!
Varias veces me pegué unas rodadas espectaculares porque el exceso de velocidad hace que una mínima irregularidad de la superficie multiplique el impulso geométricamente y vuele por el aire varios metros. Vuelvo a casa llena de mataduras y eso los hace reír una barbaridad. La vez más terrible fue cuando iba leyendo por la calle sin disminuir ni un nudo la velocidad crucero. Iba detectando los obstáculos con la mirada periférica hasta que para evitar a una señora tropecé con un cantero de cemento y me fracturé dos dedos de un pie. El crujido se oyó varios metros a la redonda.
También me critican otro defecto pero como se manifiesta con menos frecuencia o es menos simpático no se habla tanto de él. Parece que doy directivas terminantes con cierta brusquedad. De eso no me doy cuenta para nada y hasta hace poco creí que era una fantasía paranoica propia de los pueblos históricamente perseguidos. Pero la semana pasada, cuando por fin pasé a la compu la película que filmé el día del cumpleaños 90 de mi amá, me horroricé al escuchar mi propia voz (que se oía mejor que ninguna, porque estaba cerca de la cámara), dándole órdenes a todo el mundo, sobre todo a mi amá. Cuando está por soplar las velitas y pone pretextos melindrosos para no hacerlo, se oye mi vozarrón diciendo:

-Dale, dejá de sufrir un rato!

Un poco antes, mientras ella se queja plañideramente de un percance doméstico, mi voz, la voz del amo, le espeta:

-Tenés noventa años! Aprendé a ser feliz de una vez!

Qué vergüenza que me dio. Cuando edité la peli (con un programa que no conozco) busqué febrilmente el feature para bajar selectivamente el volumen de mi voz en esas partes para no quedar inmortalizada como un moustro y lo hice mal: hay dos o tres fragmentos totalmente mudos que dan una impresión muy triste de tierra arrasada, de cuento de Carver, de familia aniquilada por la depresión. Igual es mejor que oírme arengando a todos para que sean felices aunque sea a patadas en el orto. Pero qué vergüenza que me dio.

viernes, julio 04, 2008

Incardona-Santoro, un solo corazón

Esta es una ilustración de Villa Celina, el nuevo libro de Juan Diego Incardona. Es un viaje de ida a los recuerdos de la infancia villacelinesca, que es diferente a todas, con seres mitológicos y trifulcas épicas y ese nene que era J.D. descubriendo el mundo, que era cuadrado.

jueves, julio 03, 2008


Au secour, au secour!

Quiero unas vacaciones

como las de Ingrid Betancourt!

Llevame al spa de Ingrid Betancourt


Mestás jodiendo? No era que estaba enferma de leishmaniasis y de hepatitis B? Que pesaba 35 kilos y se dejaba morir de melancolía?

La viste como yo, con un equipo safari reochenta de Versace y un peinado onda colegiala rusa? No pesa diez kilos más que cuando la secuestraron? No te encantó la camisa camouflage print con las mangas cortadas, en composé con el gorrito? Y la pulsera étnica de cuero crudo? No tiene la piel mucho mejor que cuando era candidata a presidente?
No me llevarías a un campamento de las FARC y me dejarías seis años en la selva con ellos?

martes, julio 01, 2008

Sin changuito no hay abuela


El changuito es una de esas cosas practiquísimas que nunca tuve. Como me gusta salir y hacer de un saque todas las compras, siempre ando por la calle con los dos brazos cargados de bolsas, paquetes y mochilas.
Miraba con envidia a las señoras munidas de changos y también a mi amá, que tiene uno horrendo, todo desvencijado. Se lo pedí unos días para probar y me produjo un efecto retardado de depresión neurológica. Es decir que no me deprimí el primer día en el supermercado ni al volver a casa, sino tres días después. Sin saber cómo ni por qué empecé a usar chancletas con el taco torcido y un batón de pirineos rosa desteñido con manchas de café y de salsa de tomates en las mangas. Puse el televisor frente a la cama y me quedaba dormida fumando, con ruleros y una redecilla negra en la cabeza. Cuando me dí cuenta de que la causa era el changuito color caca con ruedas oxidadas de mi amá, se lo devolví y en tres o cuatro días me repuse casi por completo. Pero hete aquí que desde que voy a ser abuela se me despertó una atracción irresistible hacia cosas que antes ni consideraba que existieran. Por ejemplo, empecé a coleccionar restos de piolines (los ovillo con cuidado, los ato y los guardo en un cajón de la cocina), y a reciclar las bolsitas de nylon del super (las ovillo también, las apelmazo y las meto en una bolsa deforme que cuelga en la cocina). Como parte de ese cambio hormonal que me sucede, también detecté que me están atrayendo los changuitos. El sábado ví este y lo compré. Es una sensación alucinante: me siento como Imelda Marcos haciendo compras por Miami. En casa no quieren salir conmigo a la calle y cuando me cruzo con un conocido se hace el que no me ve. Debe ser porque ya no se usa el animal print, pero a mí no me importa para nada. Tiene dos bolsillos: en uno pongo la billetera y en otro las llaves. En secreto lo llamo Chango Nieto y mientras vamos por la calle le cuento todos mis problemas.

Salió la Villa Celina de Juan Diego


Es una de las cosas más preciosas que leí.
Todavía no ví las ilustraciones pero te podés imaginar.