domingo, junio 04, 2006

Que penna


Lo que me hacía ilusión del viaje a Italia era ir a la Fiera del Libro de Torino. Me imaginaba un lugar sereno, clásico, en el que displicentes editores y escritores europeos se paseaban mirando ediciones bellísimas y libros raros, de ésos que uno siempre quiso tener.
No sé por qué había imaginado el lugar como la estación Constitución pero muy bien conservada, con esa misma luz polvorienta, esos techos altísimos, esas románticas estructuras de hierro.
Bueno, pues no era así. Es igual que la Feria del Libro de Buenos Aires pero más chica. Un lugar diseñado para exposiciones, pabellones divididos en zonas señalizadas con colores, puestos de coca cola y hamburguesas y millones de stands de editoriales tan brutalmente marketineras como las de acá. Las mismas huachaferías esotéricas, los objetos horrendos, las miríadas de niños aullando de excitación, las colas para comprar best sellers y múltiples coelhos (no Oliverio, sino el otro) firmando ejemplares a mansalva. Y un stand de la RAI con globos verdes, rojos y blancos donde algunos pobres autores contestaban en directo preguntas idiotas o solemnes o ambas asimetrías a la vez.
Me sentí muy decepcionada. Dí mil vueltas buscando el stand que me compensara por tanta fealdad, pero ni modo. Entonces desplegué mi lista de pedidos de la hija #5 que había sido como siempre muy específica y muy escueta: Poesía de Pavese, poesía de Montale, poesía de Sandro Penna. Eso sí que parecía fácil. Sabía que Pavese era turinés, así que seguramente era doblemente sencillo encontrarlo editado en mil versiones. Pero no fue así. Nadie tenía sus poemas completos y lo más desconcertante es que pensaban un largo rato y me iban derivando hacia otros stands más especializados donde tampoco lo tenían. La explicación era que ya no lo editaban más, o que había problemas por la sucesión y se editaba poco. Bueno, está bien, ¿pero y Montale? Ésa tampoco fue fácil. Rebotando de stand en stand llegué a uno que había evitado hasta ese momento porque era como entrar a Alto Palermo un sábado a la tarde: mil personas apretujadas muertas de calor, colas eternas en la caja, empleados que boludeaban entre sí, focos poderosísimos que calcinaban las retinas. Pero allí, a través de cabezas bamboleantes, recibiendo y dando empujones y forcejeando con tapados y camperas arramblados en los brazos de los clientes, obtuve un ejemplar de Poemas Completos de Pavese y otro de Montale, lindos y no demasiado caros. En la caja pregunté si tenían algo de Penna. -No, me contestó el empleado, Penna no publicamos porque era homosexual. Yo no podía dar crédito a mis oídos -¿Quiere decir que sólo publican autores heterosexuales? pregunté. -Bueno, no, en realidad es porque hay una editorial especializada en temas de homosexualidad que sólo publica autores homosexuales, fue su balbuceante explicación. Y me señaló el stand, chiquito, oscuro, atendido por tres tortas de mirada aviesa y un chongo que se deslizaba lánguido entre pilas de libros. Pregunté allí por Penna y una de las chicas me dijo que no, que no lo publicaban porque Penna nunca se había declarado claramente homosexual. Si la otra explicación me había dejado alelada, ésta me dió risa y pregunté -¿De verdad no lo publican porque no declaró que era homosexual?, deseando haber entendido mal.
-Sí, así es, asintieron las tres tortas a la vez, sólo publicamos obras de lesbianas o de gays que alguna vez declararon públicamente su condición. -A la maroshca! pensé, pero no dije nada porque era extranjera.
Así que me volví sin nada de Penna pero llena de pena por esa situación descabellada. Lo único que me alegraba es que era un post interesante para la vuelta.
Unos días después, en la estación de Bologna, miro un panel de vidrio que separa la estación de la calle y veo unos versos de Penna impresos. Los fotografié y es lo único de Penna que pude traerle a la nena #5. A ella no le interesó el verso y mucho menos mi sagacidad, que me permitió ver ese detalle en medio del maremágnum de italianos vociferantes y de altavoces que anunciaban atrasos de una o dos horas en casi todos los trenes.
La vida... es acordarse de un despertar triste en un tren al alba: haber visto afuera la luz incierta, haber sentido en el cuerpo roto la melancolía virgen y áspera del aire pungente,
creo que dice, aunque tal vez rotto no quiera decir roto sino cansado o para pungente haya otra traducción más precisa. Pero igual se entiende y es muy hermoso, creo.