Cuando pusieron la bomba en la AMIA me encontré por la calle con la mamá de un amigo, viejarra paqueta siempre preocupada por las grandes tragedias de la Humanidad, como la extinción de las ballenas y del atún rojo. Venía caminando excitada, me agarró del brazo y me dijo con voz temblorosa -Ahora somos todos judíos!
-Tas loca, le dije, no es tan fácil ser judío. No creas que cualquiera se puede apropiar de una identidad ajena sólo porque lo decida en forma unilateral, sólo porque se identifique con el problema o el dolor del otro. ¿Te creés que es tan sencillo? ¿Y te hiciste judía hoy que pusieron una bomba en Buenos Aires? ¿Quiere decir que otras cositas que le pasaron durante toda la historia al pueblo judío no te parecían suficientes? ¿Quiere decir que sólo vale lo que acaba de suceder? ¿Y que sólo si pertenece a determinado grupo uno puede identificarse con su sufrimiento?
Unos años después algunos fueron norteamericanos cuando derribaron las torres gemelas, y otros fueron haitianos por unos días cuando ocurrió el espantoso terremoto. Hace unas semanas muchos occidentales amanecieron japoneses y se quedaron así como cuatro o cinco días: fueron al Obelisco, se pintaron la cara de blanco con cachetes rojos, plegaron unos origamis que les salieron como el culo, hicieron colectas y reenviaron links a filmaciones de you tube con perros heroicos y pescadores valientes. Claro que los duros de siempre no se dejaron conmover por las decenas de miles de muertos porque aunque eran nenes tiernos, obreros tristes, mujeres cansadas, pobres, embarazadas, hombres buenos, viejos doloridos, formaban parte de un estado imperialista, invasor, marcial y próspero. La idea de que se lo tenían un poco merecido se fortaleció cuando se supo la cuestión de los reactores nucleares que empezaron a escupir radiactividad a lo loco. Pero bueno, también esa gente se alegró cuando tiraron las torres porque pensaban que estaban llenas de ejecutivos norteamericanos imperialistas y explotadores con trajes y macs carísimas. Cuando supieron que la gran mayoría de los muertos eran indios y latinos que estaban sirviendo café o limpiando los baños, ¿se habrán entristecido un poco?
La cosa es que ya no quedan japoneses vocacionales en la Argentina. Hablales del terremoto, del tsunami, del escape radiactivo y vas a ver que casi no se acuerdan. En cambio, los japoneses de verdad seguro que sí. Es que no es tan fácil ser lo que uno no es, viste que te dije?
jueves, marzo 31, 2011
martes, marzo 29, 2011
Manhattan es una poronga de acá a la China
Es hora de que alguien lo diga: el mapa de Manhattan es el esquema anatómico de un zodape aunque no quieras verlo así. Acá te pongo las dos imágenes. Decime si no. Yo creo que eso debe tener alguna influencia sobre la psicología de la gente. Vivir en un testículo será diferente a circular por el glande o a trasladarse a lo largo de la uretra todas las mañanas? Las caras de orto de algunas personas en el subte tendrán que ver con ese permanente moverse de punta a punta y alrededor de una gigantesca chota siempre caída?
No sé. Ustedes dirán.
No sé. Ustedes dirán.
lunes, marzo 21, 2011
Cuál es el concepto del arte conceptual?
El problema es que en general no hay ningún concepto, salvo mostrar una idea divagante o una visión hipnopómpica (te cagué con la palabra, confesalo) en un lugar cool donde tus amigos y cuatro críticos toman unos traguitos de mala calidad, estrategia de marketing de una bodega.
La ausencia de concepto del arte conceptual llega a veces a extremos que te dejan patitieso. Hace unos años, la muestra consistía en que elegías un texto de entre varios, arrancabas un papelito como los que pegan los paseaperros en los postes, hacías una cola y te daban una fotocopia de ese texto. Como esto ocurría en la Argentina, la fotocopiadora no tenía tinta, asi que te derivaban a una casa de apuntes cerca de la facultad de filosofía, donde varios días después tenías que entregar el papelito para que te la dieran gratis. Los artistas creían que el concepto era elegir el texto y hacer la cola para obtener tu fotocopia, pero a mí me pareció un gran concepto que no tuvieran guita para comprar un cartucho de tinta y tuvieras que hacer otra cola frente a una fotocopiadora que nada tenía que ver con los artistas ni con el arte.
Aquí ha llegado el momento de que confiese algo (la onda mirá cómo salgo del water closet y exhibo mi intimidad ha llegado a lamber también estas viejas orillas): tengo una sobrina y un yerno artistas conceptuales. Lo que sería la sobrina vive en Nueva York, tiene una galería de arte y en este mismo momento está haciendo una muestra que consiste en mostrar que tiene una galería de arte. En un gran salón vacío se exhiben unos papeles que la galería intercambió con una artista brasileña para invitarla a exponer. Eso es todo. Creo que había además un intento forzado de explicar que todo eso estaba por fuera del capitalismo, porque el ingrediente me cago en el capitalismo es fundamental para ser un artista respetado dentro del capitalismo. A la vernissage fueron todos los modernos de Nueva York, la prensa especializada y decenas de celebrities, miraron los papeles, se copetearon la promoción de la bodega y chau picho.
Mi yerno artista conceptual es otra cosa. Me gusta lo que hace. Agarra una línea de pensamiento, la desarrolla, imagina a partir de ahí consecuencias probables, elabora objetos que tienen que ver con eso, cosas originales que funcionan o cosas gráficas atractivas y graciosas, textos inteligentes que aunque parecen dispersos llegan al concepto por un lado inesperado. Todo lo que hace es lindo y está bien hecho.
Una de sus obras se llama La Esquina Indicada. Te espera en un lugar determinado y te lleva en un auto a dar una vuelta de media hora -todo perfectamente pautado, como una coreografía- escuchando con auriculares un programa de radio que creó y montó. En el trayecto el audio te explica cosas desconocidas de lugares por los que vas pasando, como en una clase de conocimiento urbano, y aparte hay textos bonitos, músicas cantadas y traducidas en simultáneo por una voz maravillosa, un reportaje a Mariano Blatt que lee un poema precioso, propuestas tecnológicas bizarras, y al fin te bajás y te quedan repicando en la cabeza posibilidades de reproducir y ampliar eso mismo que antes nunca se te hubieran ocurrido.
Me parece que eso sí es arte y es conceptual. Pero garchas como una del Moma del año pasado, que era una filmación eternamente larga y aburrida de calles de Manhattan que pretendía transmitir algo así como "El arte no sólo está en las galerías de arte. Todos podemos hacer arte sin depender de las galerías de arte del capitalismo", dejame de joder, no es arte ni es conceptual. Andá a laburar.
La ausencia de concepto del arte conceptual llega a veces a extremos que te dejan patitieso. Hace unos años, la muestra consistía en que elegías un texto de entre varios, arrancabas un papelito como los que pegan los paseaperros en los postes, hacías una cola y te daban una fotocopia de ese texto. Como esto ocurría en la Argentina, la fotocopiadora no tenía tinta, asi que te derivaban a una casa de apuntes cerca de la facultad de filosofía, donde varios días después tenías que entregar el papelito para que te la dieran gratis. Los artistas creían que el concepto era elegir el texto y hacer la cola para obtener tu fotocopia, pero a mí me pareció un gran concepto que no tuvieran guita para comprar un cartucho de tinta y tuvieras que hacer otra cola frente a una fotocopiadora que nada tenía que ver con los artistas ni con el arte.
Aquí ha llegado el momento de que confiese algo (la onda mirá cómo salgo del water closet y exhibo mi intimidad ha llegado a lamber también estas viejas orillas): tengo una sobrina y un yerno artistas conceptuales. Lo que sería la sobrina vive en Nueva York, tiene una galería de arte y en este mismo momento está haciendo una muestra que consiste en mostrar que tiene una galería de arte. En un gran salón vacío se exhiben unos papeles que la galería intercambió con una artista brasileña para invitarla a exponer. Eso es todo. Creo que había además un intento forzado de explicar que todo eso estaba por fuera del capitalismo, porque el ingrediente me cago en el capitalismo es fundamental para ser un artista respetado dentro del capitalismo. A la vernissage fueron todos los modernos de Nueva York, la prensa especializada y decenas de celebrities, miraron los papeles, se copetearon la promoción de la bodega y chau picho.
Mi yerno artista conceptual es otra cosa. Me gusta lo que hace. Agarra una línea de pensamiento, la desarrolla, imagina a partir de ahí consecuencias probables, elabora objetos que tienen que ver con eso, cosas originales que funcionan o cosas gráficas atractivas y graciosas, textos inteligentes que aunque parecen dispersos llegan al concepto por un lado inesperado. Todo lo que hace es lindo y está bien hecho.
Una de sus obras se llama La Esquina Indicada. Te espera en un lugar determinado y te lleva en un auto a dar una vuelta de media hora -todo perfectamente pautado, como una coreografía- escuchando con auriculares un programa de radio que creó y montó. En el trayecto el audio te explica cosas desconocidas de lugares por los que vas pasando, como en una clase de conocimiento urbano, y aparte hay textos bonitos, músicas cantadas y traducidas en simultáneo por una voz maravillosa, un reportaje a Mariano Blatt que lee un poema precioso, propuestas tecnológicas bizarras, y al fin te bajás y te quedan repicando en la cabeza posibilidades de reproducir y ampliar eso mismo que antes nunca se te hubieran ocurrido.
Me parece que eso sí es arte y es conceptual. Pero garchas como una del Moma del año pasado, que era una filmación eternamente larga y aburrida de calles de Manhattan que pretendía transmitir algo así como "El arte no sólo está en las galerías de arte. Todos podemos hacer arte sin depender de las galerías de arte del capitalismo", dejame de joder, no es arte ni es conceptual. Andá a laburar.
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Mi vida como crítica de arte
domingo, marzo 20, 2011
Viste que volví?
Es que estoy de vacaciones por diez días. Grabé mensajes de que no estoy en el celuloide y en el correo electrónico, le pedí a mi querido amigo Adolfo que atienda a los pacientes desesperados, y me vine a Nueva York a revolcarme en el suelo con mi nieto #4, el de 14 meses.
Junto con la sensación de vacaciones me agarraron ganas de volver a escribir en el block. Le saqué el lituano y le puse un idioma comprensible porque era un kilombo entender las instrucciones, le cambié dos o tres veces el diseño y exploré un poco los nuevos gadgets. Quería poner uno que tiene Link, que son los títulos que se acercan y se alejan como en un remolino, algo re Hitchcock que me encantó pero no lo encuentro. Otro que quiero poner es que aparezcan las tapas de los libros que estoy leyendo, pero para eso supongo que debería fotografiarlos o escanearlos y hacer un link. No sé, ya que tengo un poco de tiempo libre voy a seguir investigando. Pero todavía tengo que escribir el editorial de la revista que dirijo y doy vueltas con eso en vez de poner el culo en la silla y escribir de una vez. Miro por la ventana a través de unas plantas muy lindas la escalera de incendios tan West Side Story, la pared de ladrillos sucios, el cielo newyorkino, me miro una uña rota pintada de turquesa y empiezo a pensar en todo el abrigo que me tengo que poner antes de salir a boludear por la calle todo lo que queda del día.
Planes: 1. ir al museo de ciencias naturales, donde hay una muestra sobre el cerebro, 2. pasarme un día en Strand, la librería que amo porque allí encontré la primera edición de The Bell Jar acostadita sobre una estufa (apagada), 3. ir a Coffe Shop a morfar unos langostinos con coco rallado y salsa de mango y 4. buscar el nuevo libro de una escritora-pintora que no conocía y que me encanta, que se llama Maira Kalman y que conocí porque Tommy Barban me regaló su libro anterior, maravilloso. Se aceptan sugerencias.
Junto con la sensación de vacaciones me agarraron ganas de volver a escribir en el block. Le saqué el lituano y le puse un idioma comprensible porque era un kilombo entender las instrucciones, le cambié dos o tres veces el diseño y exploré un poco los nuevos gadgets. Quería poner uno que tiene Link, que son los títulos que se acercan y se alejan como en un remolino, algo re Hitchcock que me encantó pero no lo encuentro. Otro que quiero poner es que aparezcan las tapas de los libros que estoy leyendo, pero para eso supongo que debería fotografiarlos o escanearlos y hacer un link. No sé, ya que tengo un poco de tiempo libre voy a seguir investigando. Pero todavía tengo que escribir el editorial de la revista que dirijo y doy vueltas con eso en vez de poner el culo en la silla y escribir de una vez. Miro por la ventana a través de unas plantas muy lindas la escalera de incendios tan West Side Story, la pared de ladrillos sucios, el cielo newyorkino, me miro una uña rota pintada de turquesa y empiezo a pensar en todo el abrigo que me tengo que poner antes de salir a boludear por la calle todo lo que queda del día.
Planes: 1. ir al museo de ciencias naturales, donde hay una muestra sobre el cerebro, 2. pasarme un día en Strand, la librería que amo porque allí encontré la primera edición de The Bell Jar acostadita sobre una estufa (apagada), 3. ir a Coffe Shop a morfar unos langostinos con coco rallado y salsa de mango y 4. buscar el nuevo libro de una escritora-pintora que no conocía y que me encanta, que se llama Maira Kalman y que conocí porque Tommy Barban me regaló su libro anterior, maravilloso. Se aceptan sugerencias.
sábado, marzo 19, 2011
Algo sobre el arte moderno
Cuando lo diga me voy a acordar de mi apá. Para él, lo único respetable en arte eran los clásicos. Era escéptico y conservador y todo lo que no fuera Beethoven, Mozart, Bach, Goethe, Rembrandt, Velázquez y tres o cuatro equivalentes le parecía sospechoso, berreta, innecesario. Era sorprendente que fuera de esa lista le gustaban algunos exóticos, como Faulkner y Roa Bastos. Y al final, de tanto vivir en Buenos Aires había aceptado, aunque con reservas, a Eduardo Falú, a Mercedes Sosa y a Fernando Fader, que le parecían el máximo de modernismo tolerable. Los Beatles y el rock lo sacaban de las casillas. Yo era amiga de artistas plásticos remodernos y de vez en cuando hacía el intento de enseñarle cosas nuevas. No podía creer que no le gustaran y suponía que podía torcer hacia lados más originales su formación de alemán cuadrado. Él, de tanto que me quería, aceptaba refunfuñando y con la condición de que después fuéramos a clavarnos unas pizzas a Güerrin o un goulasch al ABC. Pero ya desde la esquina empezaba a mirar con desconfianza y se empacaba en la puerta de la muestra con aire ofendido. Al fin entraba haciendo gestos ostentosos de repudio, echaba una mirada alrededor, resoplaba ante un cuadro o una instalación y como si le hablara al artista decía en voz demasiado alta: Ma, andá a laburar!
Después, ante la fugazzetta y el vaso de moscato se internaba en teorías abstrusas sobre lo que es y no es arte que yo no era capaz de rebatir. En primer lugar porque era imposible razonar con él, y en segundo porque me daba mucha risa escuchar sus críticas indignadas. Todos sus argumentos llevaban al mismo punto: el tipo no tenía talento, ni ideas ni técnica y no tenía nada que ver con el arte; se aprovechaba del snobismo del público montando esos objetos deleznables para hacerse pasar por artista, pero en realidad era un vivillo que había encontrado un buen tongo para pasarla bien sin laburar.
La verdá la verdá, a cada rato me pasa que veo muestras de garchas inconmensurables que sólo se explican por el inmenso tedio, el excesivo tiempo libre y la mirada autoreferencial, cuadros con miles de rayitas monótonas, esquemas sin gracia trazados sobre la página de un cuaderno y exhibidos como si fueran el germen de un nuevo movimiento artístico, telas pintadas en una forma horrible por un autodidacta que cree que no tiene nada que aprender de nadie, y aunque no se me nota porque soy más civilizada que mi apá, maldigo la soberbia de esos zopencos que por alguna razón secreta se autodenominan artistas y digo mil veces para mí delante de cada objeto Ma, andá a laburar! y después me voy a morfar una porción de fugazzetta y una de muzza con un buen vaso de moscato helado, que levanto apenas y en silencio en homenaje a mi apá.
Después, ante la fugazzetta y el vaso de moscato se internaba en teorías abstrusas sobre lo que es y no es arte que yo no era capaz de rebatir. En primer lugar porque era imposible razonar con él, y en segundo porque me daba mucha risa escuchar sus críticas indignadas. Todos sus argumentos llevaban al mismo punto: el tipo no tenía talento, ni ideas ni técnica y no tenía nada que ver con el arte; se aprovechaba del snobismo del público montando esos objetos deleznables para hacerse pasar por artista, pero en realidad era un vivillo que había encontrado un buen tongo para pasarla bien sin laburar.
La verdá la verdá, a cada rato me pasa que veo muestras de garchas inconmensurables que sólo se explican por el inmenso tedio, el excesivo tiempo libre y la mirada autoreferencial, cuadros con miles de rayitas monótonas, esquemas sin gracia trazados sobre la página de un cuaderno y exhibidos como si fueran el germen de un nuevo movimiento artístico, telas pintadas en una forma horrible por un autodidacta que cree que no tiene nada que aprender de nadie, y aunque no se me nota porque soy más civilizada que mi apá, maldigo la soberbia de esos zopencos que por alguna razón secreta se autodenominan artistas y digo mil veces para mí delante de cada objeto Ma, andá a laburar! y después me voy a morfar una porción de fugazzetta y una de muzza con un buen vaso de moscato helado, que levanto apenas y en silencio en homenaje a mi apá.
lunes, marzo 14, 2011
qué garcha lo de Japón
No sólo porque los viste correr delante de la ola y te pareció que no gritaban porque el video no tiene audio, no sólo porque el mar se tragó sus casitas y revolcó sus autos, sus sillones y sus sartenes, no sólo porque salían corriendo de los trenes y los bondis sólo para ser devorados por el agua salada que ya era barro, no sólo porque miles de esas delicadas mujeres con sus miles de adorables bebitos de cabeza chata fueron arrastradas y golpeadas contra paredes y suelos hasta morir, no sólo por eso. También por las fisuras en las centrales atómicas que dejan escapar radiactividad que transformará a los sobrevivientes en cadáveres ambulantes, en personas con fecha de vencimiento inamovible, en nenes con obsolescencia programada. Sobre todo porque esas pestes flotarán en el espacio y caerán como un polvo invisible sobre todos nosotros, japoneses y occidentales, dentro de 50, de 60 años, y harán que tus hijos y mis nietos tengan leucemias, linfomas, cánceres de tiroides y del sistema nervioso central cuando ya nadie recuerde el accidente termonuclear producido por el terremoto de 2011.
Mi hijo Juan lava los platos en Arrecifes, yo tomo una copa de vino y hablamos de eso. Coherente con la visión que siempre tuvo de todas las cosas argumenta mientras frota una olla en la que hice una salsa de aceitunas negras y hongos de pino y dice que ta todo bien, que no hay nada que hacer, que no hay que calentarse y al final dice que nacer o no nacer sé igual, que si no nacés podés vivir igual en un plano electromagnético, sin las limitaciones estrictas que sufrimos los que ya nacimos. Para una conciencia, vivir en forma de materia es algo inconcebible, termina diciendo. La materia es algo demasiado tosco para algo tan delicado como un espíritu, dice mientras sacude las migas del mantel.
viernes, marzo 04, 2011
El que me mata es Klimt
Lástima que sea remera. Cuando algo es remera, señalador o poster, es muy difícil remontar la falta de sentido. Con Schiele pasa lo mismo. Demasiado buen ilustrador, demasiadas reproducciones en paredes y menúes de restaurantes, demasiado buen mozo y joven para morirse. Sé mucho de él porque es una de las víctimas más notorias de la epidemia de gripe A (H1N1) de 1918. Y porque a veces me pasma la hermosura de algunos de sus trazos y chorrazos de color. Pero Klimt es otra cosa. En la Neue Galerie están esos retratos de mujeres maravillosos, con la piel pintada con pinceladas chiquitas de pincel lengua de gato y alrededor mil diseñitos japoneses o disparatados que forman planos arbitrarios sólo para que la totalidad tenga un equilibrio perfecto. La belleza y la intención oculta de las caras. El calor que irradia la carne. La voluptuosidad de esos bordados y esos géneros. Y después los paisajes. Los árboles gigantescos aplastados contra las nubes grises compactas y un cuadradito de cielo celeste que se refleja en el suelo como una lucecita clara allá al fondo del pasto verde oscuro. Es maravilloso Klimt. Después de ver diez de sus telas no es posible ver nada más por varios días, hasta que la impresión se disuelve y uno puede seguir con su vida como si tal cosa.
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Mi vida como crítica de arte
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