Lo leo unos días después y el final del post anterior me parece totalmente ganso. Eso de la envidia que te da que dos estén chaca chaca todo el día es un lugar común que tiene poco que ver con la realidad. La parte más linda del video de los bichos de San Antonio es cuando él le lame o le acaricia con el hocico el lomo a ella, no cuando la sacude como un energúmeno presa de ansiedad eyaculatoria (digo él y ella porque me imagino que en el mundo de los insectos es impensable la posibilidad de que sea la hembra la encargada de ese trabajo, como a veces sucede en nuestro mundo).
domingo, marzo 31, 2019
viernes, marzo 29, 2019
Una pasion insectuosa
https://photos.app.goo.gl/5qrQWd54LaivSong9
Mi tortuga se llamaba Reina porque el director del Zoológico me explicó que era una hembra. Me señaló una concavidad en la parte de abajo que según él era el dato para asegurarlo. Unos años después un amigo que se mudaba me pidió que tuviera a su tortuga por unos días. La puse al lado de Reina en la terraza. Después de diez minutos de contemplarse impávidas, Reina se dirigió a gran velocidad a la parte posterior de la tortuga visitante y con una agilidad sorprendente la montó y fue desenrollando desde algún lugar misterioso bajo el caparazón una especie de tripa húmeda helicoidal con todo el aspecto de un cordón umbilical. Pensé que los celos o la competencia por el territorio le habían provocado un destripamiento de consecuencias fatales. Pero no. Los movimientos que hacía y una especie de gemido rítmico que emitía con la boca cerrada eran más elocuentes que cualquier película porno. La cosa duró más de media hora, y en los días siguientes se repitió y se repitió a la misma hora, bajo el sol, dale que dale, con tanta intensidad que los gemidos se oían desde el piso de abajo. Te preguntarás qué decía la tortuga visitante. Por lo pronto no dijo que no, y su única reacción era mirar para los costados y hacia arriba como distraída, como pensando si va a llover o no va a llover. La historia sigue, pero sólo quería recordarla para decir que los humanos nos creemos los mejores del mundo en todos los campos y sin embargo en cuanto al erotismo somos unos chitrulos comparados con otros primates como los bonobos, y hasta con las tortugas y con los insectos como estos dos bichitos de San Antonio modelo beige que le dan y le dan un mediodía escondidos en el borde de una silla con una pasión que da un poco de envidia.
Mi tortuga se llamaba Reina porque el director del Zoológico me explicó que era una hembra. Me señaló una concavidad en la parte de abajo que según él era el dato para asegurarlo. Unos años después un amigo que se mudaba me pidió que tuviera a su tortuga por unos días. La puse al lado de Reina en la terraza. Después de diez minutos de contemplarse impávidas, Reina se dirigió a gran velocidad a la parte posterior de la tortuga visitante y con una agilidad sorprendente la montó y fue desenrollando desde algún lugar misterioso bajo el caparazón una especie de tripa húmeda helicoidal con todo el aspecto de un cordón umbilical. Pensé que los celos o la competencia por el territorio le habían provocado un destripamiento de consecuencias fatales. Pero no. Los movimientos que hacía y una especie de gemido rítmico que emitía con la boca cerrada eran más elocuentes que cualquier película porno. La cosa duró más de media hora, y en los días siguientes se repitió y se repitió a la misma hora, bajo el sol, dale que dale, con tanta intensidad que los gemidos se oían desde el piso de abajo. Te preguntarás qué decía la tortuga visitante. Por lo pronto no dijo que no, y su única reacción era mirar para los costados y hacia arriba como distraída, como pensando si va a llover o no va a llover. La historia sigue, pero sólo quería recordarla para decir que los humanos nos creemos los mejores del mundo en todos los campos y sin embargo en cuanto al erotismo somos unos chitrulos comparados con otros primates como los bonobos, y hasta con las tortugas y con los insectos como estos dos bichitos de San Antonio modelo beige que le dan y le dan un mediodía escondidos en el borde de una silla con una pasión que da un poco de envidia.
domingo, marzo 17, 2019
Acá también pasaron cosas
En la foto se pueden ver algunas. Como la imagen es desvaída, te la traduzco. Es una puerta. Es la puerta del cuarto llamado El Nietódromo, que creamos para nuestros nietos. Por eso le pegué una gran letra N arriba. Abajo fui pegando las iniciales de los nietos en orden de aparición.
Hace diez años y cuatro meses, L.
Hace diez años T.
Hace nueve años y siete meses, M.
Hace ocho años R.
Hace cuatro años P.
Y hace catorce meses EE.
El cuarto tiene una parte zen con un futon y nada alrededor, y otra parte caótica con un enorme metegol, libros y juguetes enquilombados. Nunca vienen los seis nietos a la vez. A lo sumo vienen tres, porque uno vive muy lejos, otro vive lejos y otra vive un poco lejos.
Además los grandes prefieren estar abajo dibujando o viendo una película y la más chiquita está siempre con una persona grande, si tiene tetas mejor.
Todas estas cosas que pasaron me tuvieron un poco distraída durante estos años, pero ahora que vivo sola tengo más tiempo libre para pensar boludeces y para divagar en público, que es lo que me gusta hacer en mi block.
domingo, marzo 10, 2019
Se acaba la pernada estival
Cuando empieza el frío me pongo triste. Igual, en lugar de darme por quedarme en casa como antes, ahora me da por salir y entristecerme al aire libre. Pero en la calle me parece que todas las personas están deprimidas. Nos veo como fantasmas arrastrando los pies sin voluntad, como autómatas desorientados.
Lo único que me alegra del frío es que por algunos meses cesa la exhibición de piernas masculinas. Casi todas son abominables y cubren la gama más amplia del horror; desde las pornográficamente gruesas como barriles que pertenecen a hombres fornidos, hasta las finitas, pálidas y lampiñas que se encuentran debajo de gerontes que han decidido vivir sus últimos años siendo modernos. No se sabe qué es peor.
Cuando andan en piernas por la ciudad los hombres actúan distinto que con pantalones largos. Andan anadeando como bebes sobrealimentados o bien tratan de compensar el espectáculo lamentable que ofrecen poniendo cara de gran severidad. Debe ser porque no están acostumbrados a mostrar esa parte y se ponen más autoconscientes que de costumbre.
Convivir con esas piernachas en los colectivos y en los subtes es una experiencia aparte. Si con ropa normal muchos se sientan con los muslos en V como diciéndole al mundo "mirá que grandes tengo las bolas que no puedo juntar las piernas", cuando tienen pantalones cortos las separan aún más, seguramente para que no se les peguen entre sí por la viscosidad del sudor. Entonces es más difícil lograr que las cierren y dejen lugar para una o dos personas en el asiento. Yo siempre les pido que las junten y lo hacen a regañadientes. Los jóvenes no suelen ser agresivos con sus piernas. Las llevan con naturalidad, posiblemente porque saben que o por lindas o por neutras no son armas atómicas de agresión masiva.
Lo único que me alegra del frío es que por algunos meses cesa la exhibición de piernas masculinas. Casi todas son abominables y cubren la gama más amplia del horror; desde las pornográficamente gruesas como barriles que pertenecen a hombres fornidos, hasta las finitas, pálidas y lampiñas que se encuentran debajo de gerontes que han decidido vivir sus últimos años siendo modernos. No se sabe qué es peor.
Cuando andan en piernas por la ciudad los hombres actúan distinto que con pantalones largos. Andan anadeando como bebes sobrealimentados o bien tratan de compensar el espectáculo lamentable que ofrecen poniendo cara de gran severidad. Debe ser porque no están acostumbrados a mostrar esa parte y se ponen más autoconscientes que de costumbre.
Convivir con esas piernachas en los colectivos y en los subtes es una experiencia aparte. Si con ropa normal muchos se sientan con los muslos en V como diciéndole al mundo "mirá que grandes tengo las bolas que no puedo juntar las piernas", cuando tienen pantalones cortos las separan aún más, seguramente para que no se les peguen entre sí por la viscosidad del sudor. Entonces es más difícil lograr que las cierren y dejen lugar para una o dos personas en el asiento. Yo siempre les pido que las junten y lo hacen a regañadientes. Los jóvenes no suelen ser agresivos con sus piernas. Las llevan con naturalidad, posiblemente porque saben que o por lindas o por neutras no son armas atómicas de agresión masiva.
jueves, marzo 07, 2019
Myrna Minkoff no ha muerto
y vuelve a la carga.
Pasaron más de cuatro años desde el último post, y sería una ilusión infantiloide esperar que vuelva lozana y alegre como si nada hubiera pasado. Los años se ven y se sienten, pero estos últimos, del 16 en adelante, son excepcionales porque fueron un curso acelerado de decepción, humillación, pérdida de dignidad, indignación, impotencia y miedo para todos menos los veinte que se beneficiaron con el cambio de rumbo. No me estoy quejando porque a mí no me fue tan mal, gordita. A mí me fue menos bien que en los 12 años anteriores, pero no me malaxaron con una trituradora como a casi todos los argentinos.
Tengo una familia, una casa y una profesión, privilegios que te mantienen la nariz fuera del agua. Pero mirando alrededor no puedo dejar de ver los manotazos de los ahogados y los tiburones nadando en círculos para clavarle el diente a lo que queda del naufragio.
No vuelvo al blog para quejarme sino porque lo recordaba con nostalgia. Para quejarme y putear tengo otros lugares. Muchas veces pensaba en lo lindo que fue comunicarme con esos lectores recurrentes con los que nos hicimos amigos, amigos de verdad hasta hoy con muchos de ellos. Hicimos festicholas, se formaron y se deformaron parejas, algunos se fueron a vivir a otros países pero quedamos conectados y seguimos intercambiando información, apoyo y amor como huérfanos egresados de un asilo de niños con problemas.
Me gustaba escribir en el blog tanto como aborrezco facebook, twitter, messenger, instagram y todas esas formas de contacto espasmódico. Me dan vértigo las tocaditas instantáneas de las redes, que son pura descomunicación forrada de simpatía. Detesto a los y las pelotudazos y pelotudazas que exhiben sus selfies todo el tiempo y más aún a los que escriben guauuu, qué diosa, qué linda, cuánto amor, te quiero, corazoncito verde, corazoncito rojo, cara con besito, como comentario bajo fotos que son una garcha patética.
Los lectores del blog, por lo menos los de Viejos son los trapos de hace una década, decían lo que pensaban de verdad, criticaban, discutían y se peleaban, todo eso que en las redes está muy mal visto. Acá puedo decir pelotudazo y pelotudaza. Allá hay que ser políticamente correctes, inclusives, civilizades, tolerantes y tolerantas y aunque eso es muy bueno para el futuro de la humanidad, es tan forzado que a mí se me acalambran los músculos maxilares de tanto sonreír
Esto del blog es más suave, más sincero, más profundo, me parece a mí. No voy a dejar de existir en las redes porque me sentiría como Unabomber aislada en medio del bosque, pero ahora la verdadera yo está otra vez aquí, en Viejos son los trapos. Ojalá que vuelvas.
Pasaron más de cuatro años desde el último post, y sería una ilusión infantiloide esperar que vuelva lozana y alegre como si nada hubiera pasado. Los años se ven y se sienten, pero estos últimos, del 16 en adelante, son excepcionales porque fueron un curso acelerado de decepción, humillación, pérdida de dignidad, indignación, impotencia y miedo para todos menos los veinte que se beneficiaron con el cambio de rumbo. No me estoy quejando porque a mí no me fue tan mal, gordita. A mí me fue menos bien que en los 12 años anteriores, pero no me malaxaron con una trituradora como a casi todos los argentinos.
Tengo una familia, una casa y una profesión, privilegios que te mantienen la nariz fuera del agua. Pero mirando alrededor no puedo dejar de ver los manotazos de los ahogados y los tiburones nadando en círculos para clavarle el diente a lo que queda del naufragio.
No vuelvo al blog para quejarme sino porque lo recordaba con nostalgia. Para quejarme y putear tengo otros lugares. Muchas veces pensaba en lo lindo que fue comunicarme con esos lectores recurrentes con los que nos hicimos amigos, amigos de verdad hasta hoy con muchos de ellos. Hicimos festicholas, se formaron y se deformaron parejas, algunos se fueron a vivir a otros países pero quedamos conectados y seguimos intercambiando información, apoyo y amor como huérfanos egresados de un asilo de niños con problemas.
Me gustaba escribir en el blog tanto como aborrezco facebook, twitter, messenger, instagram y todas esas formas de contacto espasmódico. Me dan vértigo las tocaditas instantáneas de las redes, que son pura descomunicación forrada de simpatía. Detesto a los y las pelotudazos y pelotudazas que exhiben sus selfies todo el tiempo y más aún a los que escriben guauuu, qué diosa, qué linda, cuánto amor, te quiero, corazoncito verde, corazoncito rojo, cara con besito, como comentario bajo fotos que son una garcha patética.
Los lectores del blog, por lo menos los de Viejos son los trapos de hace una década, decían lo que pensaban de verdad, criticaban, discutían y se peleaban, todo eso que en las redes está muy mal visto. Acá puedo decir pelotudazo y pelotudaza. Allá hay que ser políticamente correctes, inclusives, civilizades, tolerantes y tolerantas y aunque eso es muy bueno para el futuro de la humanidad, es tan forzado que a mí se me acalambran los músculos maxilares de tanto sonreír
Esto del blog es más suave, más sincero, más profundo, me parece a mí. No voy a dejar de existir en las redes porque me sentiría como Unabomber aislada en medio del bosque, pero ahora la verdadera yo está otra vez aquí, en Viejos son los trapos. Ojalá que vuelvas.
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