25 de diciembre
Cruce del Río de la Plata a bordo del Eladia Isabel
Todos los que van a Montevideo en este viaje son argentinos o europeos. Aunque son las 4 de la tarde siguen under the influence del morfi y la resaca de Nochebuena. Se rempujan frente a las ventanillas con su billete de Buquebus en la mano; los argentinos con la clásica cara de culo nacional y los extranjeros despistados porque el lugar está en obra, la señalización es confusa y no saben si deben hacer cola ahí o en la ventanilla de al lado. Nadie los mira, nadie les contesta. Van hasta delante y preguntan en italiano, en alemán, en inglés, y los empleados les hacen gestos vagos con las manos para orientarlos. Cuando vuelven perdieron su lugar en la cola y los argentinos les hacen con el pulgar hacia atrás, que se pongan al final.
Dentro del paquebote los extranjeros acomodan su equipaje bajo el asiento para no invadir el espacio entre los asientos. Los argentinos distribuyen las valijas y las mochilas en los asientos vacíos y en el pasillo tratando de ocupar el mayor espacio posible. Las mujeres con nenes actúan con una impunidad mayor: abren la valija, extraen ropas, pañales, mamaderas, sachets de leche y van armando un pequeño campamento sórdido alrededor de su persona. Los nenes más grandes piden plata, corren al kiosco, vuelven con maníes y papas fritas y se ponen a morfar sin darle al Eladia Isabel ni tiempo para zarpar. Todos en general toman y comen todo el tiempo, aunque todavía están digiriendo (con dificultad) el lechón, el pan dulce y los turrones de maní. Los nenes comen y corren al mismo tiempo y arrojan migas de papas fritas dentro de la valija abierta y sobre la cabeza del hermanito que también toma una mamadera tras otra sin respiro como un chainsmoker de leche. Curiosamente, las madres no parecen irritarse por la violencia aeróbica/gastronómica que las rodea. Miran lánguidamente al nene y le sonríen cuando para no caerse se agarra del pantalón del señor de al lado con las manos engrasadas. Las argentinas leen Para Ti y Vogue en español; los argentinos leen el diario de ayer porque hoy no sale. Después, todos desparraman su revista abierta y su diario deshojado sobre el piso y se duermen con las piernas y la boca abierta. Los extranjeros se conectan el Ipod, cierran los ojos y tratan de entrar en un estado zen que los sustraiga del espectáculo.
Un parlante anuncia que se abrió el free shop. Todas las argentinas nos levantamos del asiento al unísono. Como un predador adaptado para detectar su alimento en la jungla, detecto instantáneamente la botella de bourbon que estoy buscando. Es el combustible que necesitamos para cumplir nuestro plan, que es escribir, leer, caminar por la ciudad al atardecer, volver al hotel, tomar unos bourbons y seguir escribiendo. Examino la etiqueta con ojo clínico. Dice que tiene 1 Liter. Está bien: justo para dos semanas. Cazo también 14.1 Oz. de chocolate negro 85% cacao, alimento esencial para el cerebro del escritor.
Las argentinas ya somos decenas. Unas esculcan los percheros con ropa norteamericana de la temporada anterior y otras se prueban anteojos de sol con el logotipo Dior estampado en letras blancas enormes sobre las patillas negras. Hablan muy fuerte, tratan a los empleados como si la esclavitud no se hubiera abolido en 1813 y ocupan todo el ancho del pasillo con los canastos de plástico, los codos y el culo como si fueran las únicas personas a bordo del Eladia Isabel. Una pareja de novios muy jóvenes discute frente a un espejo si es mejor la boina Kangol que quiere él o el sombrero Versace que quiere ella. Ella dice tarado, éste es mejor, tarado, comprate el Versache y él le contesta hacé lo que quieras, tarada, total la plata es tuya, yo llevo la Kangol azul, tarada.
Tres adolescentes porteños llegan a la caja con una botella de whisky y un cartón de cigarrillos. Hablan jovialmente intercalando la expresión bolúo cada cuatro palabras. Se ríen, se empujan y discuten un largo rato cómo van a pagar, hacen la cuenta de cuántos dólares le corresponde pagar a cada uno, bolúo, sin percibir que detrás de ellos se acumulan quince personas esperando para pagar. Finalmente un petiso con camiseta blanca y bíceps hipertrofiados decorados con muchos tatuajes les grita desde el extremo de la cola: -Che, bolúo, dejate de joder, tómenselá, terminenlá, loco! Los tres pendejos se quedan mudos, uno paga, meten el whisky y los cigarrillos en una bolsa que dice DUTY FREE SHOP BUQUEBUS y se escabullen fuera del alcance del petiso justiciero. Yo vuelvo a mi asiento, que está en el sector A, abajo y al fondo. Al final hay una puerta pesada que da a una cubierta, al aire libre. Tiene un cartel con un signo de prohibido en rojo que dice SOLO TRIPULACION en inglés y en un dialecto del finlandés. Cada quince minutos llega un grupo de argentinos. Van hasta la puerta, forcejean con la manija de acero, la sacuden, la fuerzan, le pegan un empujón con el hombro y salen. Se quedan un rato fumando de cara al viento para que el pelo no se les despeine hacia delante, que es tan incómodo. Después vuelven a entrar forcejeando la puerta en sentido inverso.