martes, abril 26, 2011
La Pascua intervenida y mejorada
Mientras los escondo en las plantas me acuerdo del abuelo alemán de mis primos, que haciéndose el distraído me guiaba por el jardín de su casa para que encontrara los huevos antes que ellos, que eran unas bestias más grandes que yo. Se llamaba el Opa, y tenía los ojos de un color azul que asustaba. Todavía me acuerdo: me quedaba un poco paralizada cuando sin querer lo miraba de cerca.
Siempre festejábamos Pascuas con grandes y largos desayunos después de la caza de huevos, pero antes había que lavarse la cara a las diez de la mañana. Mi amá controlaba que el agua fuera mucha y bien fría y que la hora fuera exacta. ¿Existirá esa tradición o era un invento de mi amá para justificar una vez en el año su inclinación perversa a la higiene? Yo reproduje la tradición para mis hijos desde que eran muy chiquitos, sin parar hasta hoy, con huevos pintados por mí y un precioso desayuno con galletitas, panes y roscas caseras con mazapán y almendras, pero descarté de una la parte de lavarse la cara. Ni para ir al cole los obligaba. Les sacaba las lagañas con los dedos o con una toalla humedecida con agua tibia y chau, asi se despertaban de a poco. Siempre me pareció violento tener que lavarse la cara como un ritual de iniciación todos los días de tu vida, hasta en invierno, hasta en el campo, cuando el agua salía congelada de las canillas. ¿Por qué hay que lavarse la cara a la mañana, cuando estás tan sensible que la luz, el frío y los ruidos parecen tan crueles?
Este año también cambié el horario. Hasta el año pasado por inercia lo seguía festejando con el desayuno, pero como todos son grandes, por no decir un poco viejos, llegaban cerca del mediodía. Antes salían la noche anterior y se acostaban tarde, y ahora duermen poco porque sus hijos los despiertan varias veces en la noche. Al fin terminábamos tomando el desayuno pascual a las dos de la tarde y campeando los huevos bajo el sol, con lo malo que es eso para el chocolate. Este año lo festejamos a la hora del té, cuando el sol ya no pega en las plantas y la mala noche ya no reverbera en sus cerebros porque tuvieron tiempo de resetearlo con la siesta. Los nietos eran sólo dos, los que viven en Buenos Aires. A uno sólo le interesaban los huevos duros pintados por mí. Los encontraba, los sacaba uno por uno y los ponía en orden sobre la mesa. Parecía no ver los gigantescos huevos envueltos en papeles dorados que asomaban en los rincones, aunque se los señalábamos haciendo aspavientos de sorpresa. En cambio el otro sólo registraba ésos, los comprados, pero no se animaba a sacarlos de su escondite. Después recibí las fotos de T., que vive en Arrecifes, con su carita de escocés muy seria y el pelo recién cortado, mirando los huevitos que encontró en el jardín. Como parte del proceso de modernización, este año no hice la rosca. La compré en La Argentina, aunque tenía un horrendo adorno de frutas confitadas encima. Pero igual nadie la probó. Me la estoy morfando en este momento, a las 4 de la mañana, con un tazón de café con leche. Está bastante buena.
Me encantó que mi obstinación en seguir festejando las Pascuas sin saltearme ni un solo año dio buen resultado: aunque muchas veces parecía no tener sentido hacerlo para esos adolescentes que manoteaban los huevos con indiferencia y se los morfaban en silencio medio dormidos con las patas sobre la mesa, ahora se ve que sí tenía sentido. Se reinició el ciclo con una nueva generación de bebitos que cada año serán mejores cazadores de huevos. El cambio de horario del festejo y la eliminación del aborrecible lavado de cara también son mejoras que hay que tener en cuenta.
sábado, abril 16, 2011
Paley, Pauls, Pavese
Estaba en Strand para cumplir con mi visita ritual a uno de los lugares donde podría quedarme durante varias semanas sin necesidad de salir a tomar aire. Hace más de diez años era una gran pila de pilas y pilas de libros mal clasificados donde por azar o si te tocaba un empleado amable podías encontrar el que venías buscando y ya no pensabas encontrar. Ahí encontré una primera edición de The Bell Jar, de Sylvia Plath, justo cuando con Cynthia Mansfield, mi querida amiga que se murió unos meses después, estábamos tratando de hacer un trabajo sobre ella y ni esperábamos encontrarlo alguna vez. Estaba de plano sobre una estufa al fondo de un pasillo y no sé por qué me dirigí hacia ese cul de sac como abducida por una fuerza magnética, levanté el libro sabiendo que era y era, era.
Ahora Strand está aburguesado. Todo está organizado, hay señalización en las estanterías y en cada pasillo. Venden bolsas de lona, señaladores y garchitas superfluas cerca de las cajas. Ya no es tan bonito como antes pero igual es preciosa la sensación de poder sumergirte en todos los libros del mundo. Andar por ahí es como nadar en medio del Atlántico cuando siempre nadaste en pelopinchos (las librerías normales vendrían a ser las pelopinchos, digo por si no entendiste la metáfora).
Bueno, esta vez fui a comprar el nuevo libro de Maira Kalman (deseo recién inyectado en mi cerebro por Tommy Barban) y miré un poco a ver si había algo de Grace Paley. Encontré este
y de repente mi mirada periférica se sobresaltó al tropezar con una palabra inesperada: PAULS. Lo saqué a la luz y casi sin poder creerlo vi que era El Pasado, si, el El Pasado de Pauls. Qué emoción me agarró. No sé si porque tiene tapa dura, porque el papel es más grueso o la tipografía más grande o ambas cosas a la vez, pero en inglés es un ladrillazo tremendo, mucho más impresionante que en castellano. Estaba ahí traducido y tranquilo, sin hacer alharaca, esperando paciente entre Paley y Pavese. Le saqué esta foto para que vean, analfas. Y no se hagan los cínicos y los que están de vuelta. A todos nos encantaría que nos traduzcan y que alguien nos lea en un idioma.
Ahora Strand está aburguesado. Todo está organizado, hay señalización en las estanterías y en cada pasillo. Venden bolsas de lona, señaladores y garchitas superfluas cerca de las cajas. Ya no es tan bonito como antes pero igual es preciosa la sensación de poder sumergirte en todos los libros del mundo. Andar por ahí es como nadar en medio del Atlántico cuando siempre nadaste en pelopinchos (las librerías normales vendrían a ser las pelopinchos, digo por si no entendiste la metáfora).
Bueno, esta vez fui a comprar el nuevo libro de Maira Kalman (deseo recién inyectado en mi cerebro por Tommy Barban) y miré un poco a ver si había algo de Grace Paley. Encontré este
y de repente mi mirada periférica se sobresaltó al tropezar con una palabra inesperada: PAULS. Lo saqué a la luz y casi sin poder creerlo vi que era El Pasado, si, el El Pasado de Pauls. Qué emoción me agarró. No sé si porque tiene tapa dura, porque el papel es más grueso o la tipografía más grande o ambas cosas a la vez, pero en inglés es un ladrillazo tremendo, mucho más impresionante que en castellano. Estaba ahí traducido y tranquilo, sin hacer alharaca, esperando paciente entre Paley y Pavese. Le saqué esta foto para que vean, analfas. Y no se hagan los cínicos y los que están de vuelta. A todos nos encantaría que nos traduzcan y que alguien nos lea en un idioma.
jueves, abril 14, 2011
Libros que leo
Este si que me gusta mucho. El anterior se llamaba Hidrografía doméstica y me encantó también, pero tal vez más. A este me lo llevé a Nueva York y lo leí durante tres noches. No sé si me gustó porque es bueno o por lo raras que fueron esas noches y lo bien que esa rareza ensamblaba con el texto. Dormía en un cuarto de dos por dos y éramos dos en una cama de una plaza con una sábana y un edredón. Afuera había 10 grados bajo cero y adentro un caño vertical que atravesaba todo el edifico calentaba los cuartos hasta una temperatura infernal, pero por una misteriosa disposición del consorcio no se podían abrir las ventanas. Ahí adentro te sentías como en un submarino atómico encallado a cincuenta metros de profundidad con el sistema de ventilación averiado. Me metía en mi sector de la cama, que por otra disposición era el del lado de la pared, prendía mi linternita de leer de Brookstone que me acompaña desde hace muchos años y me sancochaba en ese mundo del libro de Castro hasta las dos o tres de la mañana. Los vaivenes de la noche hacían que de repente me despertara destapada, muerta de calor y aplastada de jeta contra la pared. Esa sensación de la medianera helada a lo largo de mí desde la frente hasta el dorso de las patas y los Fahrenheit a full en la parte de atrás desde el cráneo hasta los dedos de los pies era maravillosa. Medio dormida no sabía dónde estaba ni quién era y algunas veces creí ser un Charlotte recién servido en una mesa de Banchero.
lunes, abril 11, 2011
Libros que leo
Este de Bellatin lo encontré en una librería de Córdoba el año pasado. No había leído ninguno de esos cuentos pero no fue por eso que lo compré. Lo que más me gustó es el berretismo de la edición (venezolana de 2005) y algo más importante: el libro está perforado de lado a lado por algo que tal vez sea dos ganchos metálicos pero que en un primer momento me pareció que eran dos balines de aire comprimido.
Me gusta mucho Bellatin pero no sé por qué todos sus libros me dejan triste.
viernes, abril 08, 2011
Llueven nenas y camiones con asfalto
Te dije, te dije, te lo dije hace años. Ya no me acuerdo de cómo se hacía para poner el link a posts de mi propio block como un uroboro que se muerde la cola, pero sé que lo publiqué: decía que las cosas ocurren por series. En ese momento caían camiones de las autopistas, antes había sido la era de los ascensores y más antes la de los balcones. Ahora parece estar agotada la serie Mujer Incendiada por el Marido, pero florece la de La Nena que cae de un Quinto Piso, Rebota en un Toldo y Sobrevive por Milagro. Ya van como cuatro en estos seis meses. La serie Camión Cargado con Asfalto que Cae o se Vuelca y Derrama su Contenido es muy reciente: van sólo dos en diez días.
jueves, abril 07, 2011
Qué rabia me dan las rabas
Nunca me salen bien. Compro el bicho en el barrio chino, lo espulgo y lo proceso según las indicaciones más confiables y siempre quedan insípidas y correosas. Se resisten a ser amansadas. Las que hice hoy parecen rodajas de manguera.
Y mientras tanto ensucié toda la cocina con harina y seguro que me quedó olor a fritanga en el pelo. Me había servido un vino blanco esperando reproducir esa combinación mágica de los veraneos, las rabas bien calientes y el vino bien frío, y resulta que estoy terminando la copa de vino ya tibio con un triángulo de Toblerone amargo con la idea de disolver el neoprene de las dos rodajas que mastiqué, decepcionada pero con constancia.
Las rabas son como el pato, seres empecinados post mortem en su consistencia.
Y mientras tanto ensucié toda la cocina con harina y seguro que me quedó olor a fritanga en el pelo. Me había servido un vino blanco esperando reproducir esa combinación mágica de los veraneos, las rabas bien calientes y el vino bien frío, y resulta que estoy terminando la copa de vino ya tibio con un triángulo de Toblerone amargo con la idea de disolver el neoprene de las dos rodajas que mastiqué, decepcionada pero con constancia.
Las rabas son como el pato, seres empecinados post mortem en su consistencia.
lunes, abril 04, 2011
En New York se usa la piel de gallina
pero nada más que en las piernas. Hay esas minas que son como las de una serie de TV que no se cómo se llama (pero ustedes deben saber: son un grupo de amigas, unas guachas cancheras, profesionales, que se garchan todo y caminan por la ciudad como liberadas pero con tacos altísimos). Una de ellas, sobre todo, es horrenda. Es ojijunta, caballuna y tiene los labios finitos. Tal vez no es exactamente así pero es el recuerdo que tengo de ella. Me parece que a los gringos les encanta porque aparece siempre en las revistas o en notas en los diarios. Bueno, minas así hay a montones por la calle en New York. Entre tapado, cartera, bijouterie, zapatos y gimnasio llevan encima varias decenas de miles de dólares, pero por alguna razón ninguna tiene medias. Se ve que se usa mostrar las gambas al natural, pero la cosa es que con esa primavera puta que tienen de dos grados bajo cero, llovizna y nieve, andar con tacos de doce centímetros y pollera hasta las rodillas es un cago de frío. Van caminando como las de la serie haciéndose las independientes con su ropa fantástica y las piernitas que asoman abajo, con exceso de bicicleta y cinta en los gemelos, falta de tejido subcutáneo y la piel erizada y azulenca como la de un pollo recién desplumado.
sábado, abril 02, 2011
Una guitarra de Picasso
En el Moma vi una muestra sobre las guitarras de Picasso. En todas las exposiciones los curadores exprimen el tema hasta un punto desesperante. ¿Querés guitarra? Entonces enterate de la historia de los instrumentos de cuerda, fijate en todos los cuadros donde aparece una guitarra, un laúd o una mandolina, mirate todos los chonguitos sonrosados tañedores de Caravaggio, informate sobre los distintos tipos de cuerdas: sintéticas, de tripa de chancho, de nylon, mirá en orden cronológico todos los cuadros donde aparece una guitarra, en fin, cuando salgas de aquí no vas a querer saber nada más sobre guitarras por el resto de tu vida. Soy injusta: esta muestra no es así; sólo exhibe todos los bocetos, dibujos, collages y cuadros que hizo Picasso cuando se le dio por las guitarras, y dos guitarritas corpóreas, una de cartón y otra de lata. Así como te digo que el arte conceptual malo me saca de las casillas, el arte de Picasso a veces me gusta y a veces no, pero siempre entiendo cuál es la gracia, nunca nada de él me parece al cuete, pretencioso ni aburrido.
Me acuerdo de la primera vez que ví la guitarrita de cartón, hace como 16 o 17 años, la primera vez que vine a Nueva York. Estábamos acá con un grupo de artistas plásticos por una muestra colectiva que había organizado Ruth Benzacar: eran Victor Grippo, Jacques Bedel, Norberto Gómez, Tatato Benedit y tal vez algún otro. Yo me fui sola al Moma y vagué durante horas. De repente me quedé patitiesa. Estaba ante la guitarrita de Picasso y me pareció tan pura, tan perfecta, tan alegre, tan inocente, que no podía evitar sonreír cuando la miraba. Daba una vuelta por ahí y volvía para verla una vez y otra vez. Después nos encontramos todos en un bar, me senté al lado de Grippo y él me preguntó que había estado haciendo. Le dije que había visto la guitarrita de cartón de Picasso. -Y ustedes, ¿cómo es que siguen pintando después de eso?, le dije (juro que sin mala intención, sólo porque no me imaginaba que siendo artista plástico uno tuviera ganas de seguir y seguir haciendo las cosas que hacían ellos sin deprimirse después de haber visto la guitarrita solitaria de Picasso colgada en el Moma).
Me acuerdo de la primera vez que ví la guitarrita de cartón, hace como 16 o 17 años, la primera vez que vine a Nueva York. Estábamos acá con un grupo de artistas plásticos por una muestra colectiva que había organizado Ruth Benzacar: eran Victor Grippo, Jacques Bedel, Norberto Gómez, Tatato Benedit y tal vez algún otro. Yo me fui sola al Moma y vagué durante horas. De repente me quedé patitiesa. Estaba ante la guitarrita de Picasso y me pareció tan pura, tan perfecta, tan alegre, tan inocente, que no podía evitar sonreír cuando la miraba. Daba una vuelta por ahí y volvía para verla una vez y otra vez. Después nos encontramos todos en un bar, me senté al lado de Grippo y él me preguntó que había estado haciendo. Le dije que había visto la guitarrita de cartón de Picasso. -Y ustedes, ¿cómo es que siguen pintando después de eso?, le dije (juro que sin mala intención, sólo porque no me imaginaba que siendo artista plástico uno tuviera ganas de seguir y seguir haciendo las cosas que hacían ellos sin deprimirse después de haber visto la guitarrita solitaria de Picasso colgada en el Moma).
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Mi vida como crítica de arte
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