viernes, marzo 04, 2011
El que me mata es Klimt
Lástima que sea remera. Cuando algo es remera, señalador o poster, es muy difícil remontar la falta de sentido. Con Schiele pasa lo mismo. Demasiado buen ilustrador, demasiadas reproducciones en paredes y menúes de restaurantes, demasiado buen mozo y joven para morirse. Sé mucho de él porque es una de las víctimas más notorias de la epidemia de gripe A (H1N1) de 1918. Y porque a veces me pasma la hermosura de algunos de sus trazos y chorrazos de color. Pero Klimt es otra cosa. En la Neue Galerie están esos retratos de mujeres maravillosos, con la piel pintada con pinceladas chiquitas de pincel lengua de gato y alrededor mil diseñitos japoneses o disparatados que forman planos arbitrarios sólo para que la totalidad tenga un equilibrio perfecto. La belleza y la intención oculta de las caras. El calor que irradia la carne. La voluptuosidad de esos bordados y esos géneros. Y después los paisajes. Los árboles gigantescos aplastados contra las nubes grises compactas y un cuadradito de cielo celeste que se refleja en el suelo como una lucecita clara allá al fondo del pasto verde oscuro. Es maravilloso Klimt. Después de ver diez de sus telas no es posible ver nada más por varios días, hasta que la impresión se disuelve y uno puede seguir con su vida como si tal cosa.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Klimt (Y en menor medida también Schiele) son de las cosas más lindas que ha dado la humanidad. Comparto muchísmo tu afición y te agradezco que lo puedas expresar con tanta justeza y ... otra vez... brillantez!
Publicar un comentario