Tres mañanas a la semana salgo a pasear con L., el lechón que me hizo abuela.
Cuando llueve, la gente sensata (primero el padre y la madre semidormidos y a los tumbos después de tres meses y medio durmiendo salteado) me sugiere que nos quedemos en su casa viendo dibujitos. Yo digo si, claro, con esta lluvia, pero enseguida forro el carricoche con su cáscara de nailon, le cambio el pañal al tipito y antes de ponerle el limpio le soplo un poco las bolas, que le encanta, y le digo que vamos a salir a mojarnos un rato. Se ríe con audio, con verdaderas carcajadas de gordo sindicalista abriendo sin control su bocaza desdentada una y otra vez y se despereza retrociéndose primero hacia un lado y después hacia el otro con la cara de placer más extraordinaria desde que la humanidad aprendió a pasarla bien. Se repantiga, se deja besar las plantitas y las palmitas y me mira con amor con sus ojos azul oscuro-grises (un color in cre í ble, que vi antes en cuadros, cielos y sedas pero nunca en ojos). Salimos y miramos los árboles y los pajaritos que saltan en la vereda y la lluvia nos salpica la cara. Eso nos encanta. Paramos, hablamos un rato y seguimos caminando. A veces vamos a un café, yo me morfo una medialuna con un cortado y él se concentra en su última investigación: el movimiento de dedos, el intento de apresar objetos con el puño cerrado, la succión de la mano completa con hurgueteo del índice en la campanilla y las arcadas correspondientes. Eso nos lleva casi una hora.
Asi vamos llegando a casa, donde primero miramos el Nietódromo, que es el ex cuarto de V. devenido en cuarto de bebes. Hay una practicuna, un cochecito canchero, juguetes viejos, juguetes antiguos y una biblioteca de libros heredados de padres y tíos. Muchos han sido babeados y mordidos, otros han sido depredados con uñas y dedos, deshojados y dibujados con marcador, pero siguen siendo los libros queridos de cuando los chicos eran chicos. Durante la mudanza hubo varios episodios de regresión que aunque no llegaron al descontrol de esfínteres le pasaron cerca. A. y V., por turno y por separado, se sentaron a mirar sus libros y sus álgunes de fichus. Hay uno de Halou Kitty, otro de fichus peludas y otros de barbis. Tocaban las fichus y decían "ay, cómo me acuerdo de esta" y "Esta me la dió Agustina" y "esta me ponía muy triste, no se por qué" y "me acuerdo cuando conseguí esta, que era difícil". Mirando un libro, V. murmuró como soñando: "no sabés cómo me angustiaba este cuento. Veía esta viejita y pensaba que era la Bobe que caminaba por la nieve, y me ponía muy triste. No entendía nada".
Crecer, irse de la casa, vivir solos, tener hijos, todo lo que les estuvo pasando últimamente a los cinco nos hizo de rebote un gran efecto también. Anoche me desperté a las tres con una fuerte conciencia de que estoy viviendo algunas cosas por última vez. Puede ser por eso pero también puede ser porque antes de dormirme leí en un diario que una anciana fue atropellada por un colectivo y cuando quise saber qué edad tenía (pensando que era una viejita como mi amá) vi que en realidad tenía cuatro años más que yo. Eso me lleva marginalmente a otro tema que me tuvo muy ocupada durante las últimas semanas, fuera de las mudanzas internas y externas, de los partos inminentes y de la confección de sabanitas y de frazaditas de interlock.
Pero es tema del próximo post.
6 comentarios:
Es tan lindo leerte!
ya me preocupaba tu desaparición! pero veo q es totalmente comprensible
saludos
mili
qué lindo está el chanchito!!
qué bueno leerte otra vez.
saludos,
es muy lindo leerte
saludos
Florci
Tus nietos van a ser felices de tenerte como abuela. Y mirá cuando sepan leer y puedan leer tu blog!
Cosima
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