domingo, agosto 31, 2008

Quién no tiene un After Áuers?


A veces pasa como en los sueños, que se van encadenando situaciones, todo se va complicando, ves que el tiempo pasa, te quedás pegado en escenas absurdas y no podés zafar. A mí me pasa poco porque hago esfuerzos sobrehumanos para mantener mi vida organizada pero es tal la fuerza centrípeta del fenómeno After Áuers que a veces me gana, me pasa por arriba y lo único que me salva de ponerme a llorar es pensar que cuando todo termine va a ser divertido escribirlo.


A mi amiga S.M., en cambio, le pasa todo el tiempo porque es una enquilombada profesional. Se olvida todo, y lo poco que recuerda da volteretas y se retuerce enredado dentro de su cabeza como la ropa en el lavarropas. Siempre le pasa algo espantoso que te da zozobra de sólo escuchar. Hace unos años se levantó un tipo por la calle (primer error). El tipo era un poeta bastante conocido (segundo y el más grave). Fueron a tomar algo y él ya venía medio en pedo, asi que después del primer whisky la invitó a ir al puerto. En lugar de volverse a su casa ella dijo que sí (tercer y espantoso error). De repente se encontró en un bote (sí, en un bote), con sus tacos altos y su tailleur sentada frente al poeta conocido que remaba trastabillante mientras le recitaba poemas propios y ajenos. Pasaron al lado de barcos cargueros enormes, se alejaron de la costa y empezó a anochecer. Ella le pedía que volvieran pero él estaba haciendo planes para llegar al Tigre y pasar la noche en un recreo. El sol se puso. S.M. empezó a extrañar su casa y a sus gatos. Pensaba que nunca más iba a volver a verlos, asi que empezó a llorar de verdad. El poeta se hartó de su falta de sensiblidad poética y emprendió la vuelta a sacudones con remazos mal coordinados. Bajaron del bote muertos de frío y ella se fue moqueando sin saludarlo, caminando entre los adoquines con los tacos torcidos hasta encontrar un taxi. Cuando me lo contó le dije que sólo una boluda puede aceptar un programa asi. Ni la gente más inexperta agarra viaje para subirse a un bote en el puerto de Buenos Aires con un desconocido y peor aún con un poeta conocido.
Mis áfter áuers no son para nada tan arriesgados pero me dan la sensación de que mientras ese sistema de error continuo se mantiene puede suceder cualquier tipo de catástrofe infinitamente.
Hace unos días me encontré a las 11 de la mañana con un amigo en una cafetería. Yo
había salido a caminar una hora, como hago todas las mañanas y tenía citado mi primer paciente a la 1 y media. Mi amigo me pidió el celular y llamó a un electricista. -Cacho, ¿tenés lista la lámpara? -preguntó. Cacho le dijo que sí y mi amigo me pidió que lo acompañara a buscarla. Está bien, pensé, asi camino un rato. El electricista vivía en Once. La lámpara era una especie de columna de bronce de dos metros de alto. Mi amigo la cargó junto con su sobretodo, su morral, mi mochila, mis libros y mi campera porque es un chico educado y no te deja que lleves nada mientras estás con él. Por esa misma razón se pone muy nervioso si no vas del lado de la vereda y te hace gestos con el brazo en silencio hasta que te ponés del lado correcto. Así atravesamos el Once, él cargado como un Ekeko y apuntando la lámpara como una lanza hacia los transeúntes que abigarraban las veredas. Todos se bajaban a la calle cuando lo veían para no ser ensartados, porque caminábamos muy rápido. Mientras tanto hacíamos comentarios sobreimpresos que no se oían bien por el ruido ambiente, las personas que se interponían y mi permanente saltar del lado de la calle al de la pared cada vez que me distraía y él agitaba el brazo en silencio como quien arrea a una cabra. Repetíamos por lo menos dos veces cada pregunta y cada respuesta, asi que a las ppocas cuadras optamos por no hablar hasta que llegamos a su casa. Ahi descargó la lámpara, dijimos que era muy bonita, yo agarré mis petates y emprendí el camino a casa. Eran las 12: si caminaba rápido me daba el tiempo justo para llegar, bañarme, comer una ensalada y empezar mi día de consultorio sin contratiempos. En Corrientes y Callao me paré a esperar el semáforo y en eso veo un tipo que me mira muy de cerca, muy serio. Era uno de esos prolijos con barbita cuidada, bien peinado, saco impecable y anteojos caros. Muy sospechoso. Me miraba fijo en silencio. Bajé la vista y vi que tenía jeans planchados con raya, lo que según mi experiencia es señal segura de que un tipo es cana. No se por qué pero me sentí amenazada. Me parecía que el tipo estaba por decirme algo horrible. Entonces le dije en voz muy alta para que todos oyeran -¿Qué te pasa, boludo? ¿Qué mirás? ¿Qué querés? y levanté un puño como para asestarle un trompazo en la cara. Se me acercó un poco más y me dijo -Perdón, ¿usted no es la doctora M.M.? Durante una décima de segundo toda mi vida pasò delante de mis ojos y creí que me iba a desmayar. -¿No se acuerda de mí? Soy XX, paciente suyo. Hace como cinco años que no voy a su consultorio, porque usted me curó de una alergia que tenía, por eso no volví más. Vivo a dos cuadras de su consultorio y la veo siempre por la calle, pero no la quiero molestar. Hoy me animé a hablarle porque quisiera que atienda a mi hijo, que está muy mal.
En ese punto yo quería tomarme el raje pero no podía hacerlo. Tenía que hacer damage control durante las 15 cuadras que faltaban para llegar. Él camina despacio y es una persona más que tranquila, un poco bradipsíquica, que construye lentamente sus frases y piensa largamente cada respuesta. Para mi es un martirio caminar y hablar despacio, pero era el precio mínimo que había que pagar para diluír un poco la espantosa escena atrabiliaria que acababa de hacer. Asi que fuimos caminando como dos jubiladitos, él contándome sus desgracias familiares y yo hablando con un tono forzadamente amable para parecer equilibrada y dueña de mis actos. De vez en cuando él paraba y me decía -Pero doctora, ¿usted siempre reacciona así cuando la miran? Entre explicaciones largas y pasitos cortos se hizo la 1 y media de la tarde. Lo dejé en la puerta de su casa con sus jeans planchaditos y corrí a meterme en la mía. El resto de la tarde fue un desastre: atendí el consultorio muerta de hambre, de calor y de vergüenza. Hambre y calor ya no tengo pero hoy se le conté a alguien y aunque ya pasaron como diez días me puse colorada como cuando lo conté por primera vez.

jueves, agosto 28, 2008



Momento exacto en que recibí mi primer regalo de abuela. Véase la estupefacción con que examino el inesperado objeto. Hasta ese momento no me había visto a mí misma como lo que en realidad soy: una nona nonata. Ese mismo día lo asumí y desde entonces no he vuelto a dormir una noche completa. Me despierto a las 3 de la mañana con una conciencia aguda de estar en la parte final de la curva que va para abajo, en la napa geológica que desaparece de la superficie y empieza a formar parte del abono que alimentará a las generaciones futuras.

sábado, agosto 23, 2008

Maradona y Sergio Denis, dos nonas como yo


La ola de beibibum nos está salpicando a todas. Anoche al final del partido olímpico ví a Maradona teñido de negro ala de cuervo, caracterizado como una matrona calabresa. También él va a ser abuela! Eso no me sorprendió porque sabía que el Kun Agüero se mueve a la nena, pero lo que me dejó patitiesa es ver a uno de mis tres amores de la juventud trabajando de nono.

Fue ayer a la mañana. Voy caminando por Pueyrredón y veo a un ser de género indefinido con el pelo pintado de rubio dorado y pantalones a rayas verticales en la gama del naranja como de bambula flameantes inclinado sobre el cochecito de un bebe. Me llamó la atención la gesticulación exagerada y la sialorrea que acompañaba sus palabras. Decía -Aola vamo a cuchá Pueyledón pa ir a plachita a jugá, chí?. Pasé caminando despacio para capturar la mayor cantidad de detalles de su personalidad, asi que se enderezó y me saludó con cara radiante, como sólo saludan los famosos porque creen que todos los extraños los reconocen y anhelan su autógrafo o su saludo. A pesar del estrago de los años lo reconocí: era Sergio Denis, mi cantante favorito en los 60 después de Sandro y de Leonardo Favio.
Ay, me volví a casa arrastrando los pies, destrozada. Pensé que pronto nos vamos a encontrar en la plachita, yo con uno o dos de mis nietos y él con el suyo, los dos intercambiando recetas de papilla. Por qué la vida le hace esto a uno, por qué?
No me importa envejecer y hacerme mierda, pero los ídolos bellos de la juventud debieran estar al margen del paso del tiempo o morirse a los 25 años, como bien hizo James Dean.

viernes, agosto 22, 2008














Aparte tus amigos te tratan distinto. No se si te tienen pena porque sos definitivamente una geronta o porque
no vas a ser tan hijo de puta de ponerte a discutir con una abuela. Te sonríen más, te llaman todo el tiempo, no se ofenden tan rápido si no los llamás y te regalan cositas divinas. Mi primer regalo de esta nueva era me mató. Es este de las fotos, cerrado y abierto. Es una cartera de cartón troquelado que contiene objetos para hacer reír a los nietos. Los textos son como una declaración de principios de abuela cheronca como yo. Dice que los chicos pueden comer chocolates y cosas ricas, que hay que divertirse y que no es necesario portarse bien. Me lo trajo mi querida amiga S.F. de Alemania. Ella me sacó una foto con los anteojos de tigre puestos en la que se ve lo ridícula que soy y cuánto se van a reír de su abuela mis dos nietos.

Ser abuela es más fácil que ser madre y mucho más divertido


Y eso que todavía soy nonata. Estoy descubriendo la joda viva que es prepararte para la vida abuelar. Tenés todo lo lindo de tener un bebito a mano sin ninguna de sus contraindicaciones. Primer problema que te ahorran: los embrollos del embarazo. Dónde acomodar las tetas y la panza para dormir. Qué ropa ponerte para no parecer un transatlántico. Ir todo el tiempo al obstetra que te escudriña la sangre, el peso, la glucosa, la presión, el pis y que cuando te duele algo y lo llamás no te contesta. Pelearte con el papá del bebe acerca del nombre, la obra social, de qué cuadro va a ser, si el parto es en casa o en el hospital, dónde poner la cuna, si dejarlo llorar o traerlo a la cama y no cojer nunca más, si vacunarlo o no, hasta qué edad darle la teta, quién se va a levantar de noche cuando llore. Tener miedo al parto (cómo carajo voy a hacer para que esta persona salga de adentro de mí?). Escuchar los consejos inútiles y las boludeces inquietantes que todos tienen para decirte en cuanto ven que estás embarazada. Y algunas otras cosas más.
La abuela, en cambio,
se va y vuelve cuando quiere, camina a mil por toda la ciudad porque no lleva ninguna persona adentro, no se marea, no se cansa, tiene las piernas livianas, no camina como un buzo con escafandra. Compra ropitas graciosas, dicharachea con las vendedoras que adoran a las abuelas con buena onda, explora los tenderetes del Once y descubre un tesoro: los géneros estampados para hacer libros. Encuentra unos ingleses de plegarias con estampados victorianos de nenes muy putillos orando, con volados y ojos vueltos al cielo onda Padre Grassi; otros norteamericanos con personajes country con cara de osito saludable y otros con conejitos Beatrix Potter con abecedario.
La abuela amplía sus talleres. Al primitivo de reparaciones y construcciones y al segundo de encuadernación, agrega el de costura para poder abastecer de fruslerías no a uno sino a dos nietos. Cose el libro de plegarias y el de conejitos pero ya va pensando en uno medio selvático como de las FARC con dinosaurios recortados de un género de tapicería montados sobre otro de fondo verde rabioso con hormigas negras proveniente de un viejo calzoncillo abandonado.

miércoles, agosto 20, 2008


Es que hace un frío de cagarse y cuando hace frío me pongo triste y cuando me pongo triste no tengo ganas de hablar con nadie ni de ver a nadie.

Qué hinchacocos que son. Son como mi amá. Paso 24 horas sin llamarla y me deja un mensaje con voz angustiada: "estás bien? Te pasó algo? Estás en Buenos Aires? Los chicos están bien? Por favor, llamame que estoy muy preocupada".

Cuando hay tan pocos grados la gente debería quedarse en la cucha, taparse hasta las orejas y dormir hasta que haya 25 por lo menos.

domingo, agosto 10, 2008

Horror! El fucking día del niño!


Salí a la mañana a mi correteo diario y antes de bajar hacia la derecha me desvié una cuadra a la izquierda para reservar mesa de almuerzo en mi deli preferido. El lugar estaba totalmente cambiado: había guirnaldas colgadas en los estantes, juguetes en la vidriera y empleadas soplando globos con una concentración que ojalá aplicaran para soplar otras cosas. En ese lugar habitualmente sobrio y silencioso con comida sana y wi fi hoy se respiraba un molesto clima de alegría. Pregunté qué pasaba y me explicaron que estaban preparando el local para el día del niño. Huí sin reservar mesa
y sin saludar porque tampoco me hubieran oído: una música infantil retumbaba en las paredes como si todos los chicos fueran hipoacúsicos.
Por la calle ví miríadas de pares padre-madre y de unipersonales padre o madre llevando en brazos o arrastrando niñitos de todos los tamaños, desde los casi fetales hasta los gandules que de día caminan de la mano de la mamá y de noche se la destrozan a conciencia. Todos llevaban algún objeto vil en las manos: globos de plástico metalizado ensartados en un palito, juguetes entristecedores, bolsitas de rotisería con pollos y paquetes de panadería con sanguchitos de miga. Algunos hasta llevaban una abuela. A partir de las 12 se fueron atiborrando los restaurantes, los taxis y los maldónal. Volví a casa recordando mis fines de semana de madre separada, las funciones de teatro infantil en las que los actores se perseguían por el escenario y le decían al público chist! no saben dónde está el ogro? mientras el ogro avanzaba detrás de él con un garrote en alto y todos los nenes aullaban y saltaban en los asientos gritando está ahí, está ahí, detrás tuyo!
Después del teatro íbamos a un maldónal que en ese momento se llamaba pámpernic, creo, donde todos pedían cosas de aspecto dudoso chorreantes de queso derretido y las engullían empujándolas hacia abajo con papas fritas. El piso estaba inmundo, con patinazos de mayonesa y servilletas de papel arrugadas. A veces uno vomitaba, pero no siempre.
Cuando volví de mi correteo por Palermo, a donde todavía no habían llegado las familias argentinas, pasé por Queso Queso, compré jamón crudo, brie maduro, aceitunas griegas, dos bochas de muzarella y pan con kümmel. Armé una especie de antipasto italiano con todo eso y tomates con tomillo fresco y berenjenas en escabeche. Puse una mesa preciosa con dos mantelitos africanos, dos copas refulgentes de vino rico y tomamos una sopa de arvejas con jamón crudo cortado chiquito, dorado y crocante. Almorzamos tranquilos, despacio, con música y charlando. Estábamos festejando nuestro último día del niño sin niño.
El año que viene te la cuento otra vez.

sábado, agosto 09, 2008

2009

lunes, agosto 04, 2008

Mi autor nacional favorito


Bueno, no puedo subir el archivo aunque ya lo transformé en GIF, PEGF, CIF, sapo y príncipe encantado y sigue rebotando porque tiene un error interno, dice.

Es la presentación de Villa Celina, el libro de Juan Diego Incardona, mi escritor nacional contemporáneo favorito, con ilustraciones de Daniel Santoro.

Es el miércoles 6 a las 21 en el Centro Cultural Zas, Moreno 2320.
Van a hablar Damián Ríos, Santiago Llach, Pedro Mairal y Ariel Schettini.

http://es.mg40.mail.yahoo.com/dc/blank.html?bn=1042.48&.intl=es#

Yo voy aunque se derritan los polos.

En las nubes


Mi vida como abuela me está cambiando la personalidad. Aunque todavía soy una abuela nonata ya estoy teniendo síntomas alarmantes. Vivo mirando jugueterías, negocios de ropa, libros sobre decoración de muebles, plazas con hamacas y con juegos, librerías con sectores infantiles, bañaderas, bebesits, hamaquitas, libros maravillosos, Cds, DVDs, almohadones, títeres, móviles, cunas, cochecitos y géneros para cortinas. Descubrí que el mundo del consumo infantil creció hasta la hipertrofia más monstruosa en estos veinticinco años, desde que compré el último pañal. Ayer descubrí que el papel araña con el que forré cuadernos durante un total de 18 años (3 nenes x 6 años), ahora viene pegado al cuaderno!
El Niño se ha transformado en un sujeto de consumo tan sofisticado como El Perro. Todo poseedor de uno de estos seres vivos puede pasar el resto de su vida ocupado en comprarle embelecos y perendengues. Igual, mi tendencia es fabricarles, más que comprarles. La ropa no puedo porque no se coser ni tejer, pero pienso hacerles juguetes preciosos. Ya empecé a juntar retazos para hacerles libros de tela, de esos que se chupetean, se mean, se babosean y se lavan. En el Once encontré unos géneros terriblemente divinos que ya les voy a mostrar. Por ahora los estoy lavando y planchando para empezar a diseñarlos. Lo que hice hoy fue terminar de pintar las nubes que había empezado a pintar en el cuarto del Bebe 1. Esta vez hice todo bien: me puse un pañuelo en la cabeza, llevé guantes de latex de repuesto, mucho nylon y preparé un molde rebueno, con maderitas para sostenerlo y para que no chorree la pintura. Acá lo pueden ver. Está vertical y parece el molde de un riñón, pero horizontal da nube. Después voy a fotografiar el cuarto para que vean qué preciosísimo quedó.

viernes, agosto 01, 2008

Overdose de beibibúm



Si te creías que era una exageración, sabelo antes de que sea tarde: lo del
beibibúm no era joda. A mí me agarró de contragolpe. No voy a tener un nieto sino dos, con cuatro meses de diferencia, uno en noviembre y otro en marzo! Recién me estaba recuperando de la noticia del primero cuando zaz, me asestaron el segundo.

Si la tendencia sigue así en el 2010 voy a tener diez o doce. Alguien me lo había anticipado. Me explicó que lo de los nietos es como cuando uno quiere sacar aceitunas de un frasco. Sacudís, sacudís y no sale ninguna, hasta que sale la primera y detrás de esa salen todas las otras juntas. Diez o doce en dos años, acordate.

Ya hice un estudio de mercado de practicunas, mochilas y sillitas para tener en casa un equipo plegable básico de abuela. Y caí presa de una adicción espantosa, favorecida por las liquidaciones de invierno: no me puedo saltear ni un negocio de ropa de bebés. Hurgueteo en las canastas de saldos y encuentro tesoros inauditos: enteritos divinos, buzitos de polar, pantalones ridículos arremangados, remeras minúsculas, gorros absurdos como de gnomo, y los compro todos.

Mi segundo nieto todavía no dio a conocer su elección sexual pero me huele que es una beba. No saben cómo me estoy controlando para no comprar las divinidades que hay con flores y con voladitos como confites de Madame Pompadour.