martes, enero 31, 2006

ALONSO 5


El objeto informe que se ve en la foto es la remera sobre la que Alonso durmió anoche. Estaba en el último estante del placard, recién lavada y planchada.
Encontrar todos los días ropa malaxada por él me recuerda otras épocas, en las que hijos y animales dejaban su huella en cosas que yo pretendía conservar impolutas.
Me acuerdo de un tailleur blanco que tenía que ponerme en la puerta de casa, a escondidas y justo antes de salir corriendo porque si un nene o Daga me detectaban era imposible que saliera indemne. Ellos odiaban que me fuera y celebraban que volviera, y manifestaban ambas cosas agarrándose amorosamente de mis piernas o saltando alegremente sobre mí. Era común que una vez sentada en el colectivo descubriera un pegote de dulce de leche o de banana pisada en las medias a la altura de las rodillas, un rastro de puré en el hombro, un hilo de baba seca en una oreja o la marca de una zarpa embarrada en el pecho.
Siempre miro a la gente que tiene hijos chiquitos porque se les nota la vida que llevan: siempre tienen arrugas, manchas y enganchones en la ropa a la altura de las manos de sus nenes, o una terrible cara de mal dormidos o el aspecto de haberse bañado a las apuradas o el de no haberse bañado en absoluto.
Cuando son grandes es como si a uno le devolvieran su egoísmo. Después de muchos años de vivir con los deseos en segundo plano, es una delicia volver a hacer lo que a uno se le canta cuando se le canta, dormir hasta tarde los fines de semana, salir sin planes previos, volver a cualquier hora, comer o no comer, no tener leche en la heladera ni Nestum en la alacena.

domingo, enero 29, 2006

Diálogos argentinos 2. De tacheros

Diálogo 3.

Taxista canchero (anteojos negros, pochogorra, simpático) de regreso del Barrio Chino. Subo cuatro pesadas bolsas de plástico llenas de mariscos, pescados, frutas y verduras, todo chino, y las pongo en el piso por si algo pierde, para no ensuciar el asiento.

Por el camino hablamos de los orientales, de las cosas ricas que cocinan, de las comidas misteriosas que venden, del año nuevo chino, del dragón de papel que sacarán a pasear este domingo. Después el diálogo deriva hacia lo linda que es la Argentina. Comparamos gustos. Yo le digo que me gustan el litoral, el norte y Córdoba, el calor, las plantas y los ríos. A él le gustan el sur, Bariloche, las montañas, la piedra, la nieve.

-
Están viniendo muchísimos turistas, vió? me dice. -Acá lo pasan bien, comen la mejor carne del mundo, ven las chicas más lindas del planeta, se asombran de lo abiertos que somos, de lo solidarios que somos con los extranjeros... ven que los argentinos somos honestos, gente derecha, que pueden venir sin miedo a que les roben...

-
Estoy cansado de llevar gringos al Barrio Chino. Vienen como moscas, se quedan con la boca abierta. El otro día llevé a uno que tenía el yate anclado en Puerto Madero. Un barco enorme, con tolditos, una joya, todo blanco, alucinante. Lo llevé al Barrio Chino, lo esperé y lo traje de nuevo al puerto. Era muy simpático el gringo, loco con los argentinos, con lo sociables que somos... nada que ver con allá, que son unos quesos. Traía como diez bolsas de provisiones. Lo ayudé a bajarlas, me dió una propina grossa en dólares y cuando volví al auto ví que se había olvidado una. Usted cree que se la devolví? No, no se la devolví, le digo la verdad, para qué le voy a mentir. Me fui cantando bajito, la abrí en mi casa y no se imagina las cosas que había! Leche de coco...para qué servirá? Y unas latitas de jugo de maracujá, unas raíces que no sé cómo se comen, cuatro paquetes de centolla congelada... un dineral. Hay algunas cosas que no sé ni qué son, asi que las voy a llevar al Barrio para que me digan. Tá bien que vengan tantos turistas... y sí, hay que tratarlos bien para que vuelvan.

Diálogo 4.

El taxi me deja en la puerta de casa. El tachero me da como vuelto una moneda de 50 centavos que a 100 metros de distancia se ve que es falsa de toda falsedad. Parece hecha con una chapita de coca cola machacada.

-Oiga, esta moneda es falsa...

Le echa una rápida ojeada:

-
Ah, sí, es falsa, pero hay tantas que ya son de curso legal.

viernes, enero 27, 2006

Pequeña escena nocturna.

Once de la noche, caminando por la calle.
En sentido contrario avanza un gordito transpirado de unos 40 años, con expresión ansiosa. Lleva un maletín negro apretado bajo el brazo. Nos encara:
-Jefe, Doña... ¿no le interesa una noubuk?
Se la había afanado recién. Quería reducirla enseguida. Era un espontáneo con poca calle o un debutante del choreo con mal futuro.
Era imposible que alguien se la comprara sin verla, sin probarla.
Pensé en el dueño, que estaría desesperado. Tendría back up o habría perdido toda la información, además de la compu?

miércoles, enero 25, 2006

Diálogos argentinos

Diálogo 1, en una oficina céntrica.

Oigo la voz de dos hombres jóvenes que nunca veo porque están en un entrepiso:

-Anoche salí con una japonesa. Fuimos a comer a Morizono. Una comida rarísima. Me enseñó a comer con palitos, tomamos sake, estaba buenísimo.
-Nunca habías salido con una japonesa?
-No, siempre había salido con chicas normales.


Diálogo 2, en una parrilla.

Grupo de familia con joven amigo brasileño:

Madre- Cómo se dice Internet en portugués?
-Internechi.
Hija: -Y laptop?
-Lapitopi
Madre: -Qué divertido!

Desagravio



Por defender a Alonso de la mamiferofilia y de la reptilofobia generalizadas me parece haber desdeñado a los perros. Nada más lejos de la realidad. En este post quiero decir cuánto los amo. Un comienzo que aclara muchas cosas: desde la muerte de mi perra Daga, hace 15 años, me negué a tener otro perro porque me siento incapaz de soportar la enfermedad y la muerte de otro animal querido. Elegí tener una iguana porque las iguanas viven entre 25 y 30 años, que es aproximadamente el tiempo en el que calculo estar pidiendo pista. Confío en que cuando ella se muera yo estaré tan chota que la confundiré con una chancleta.

Mis perros amados se llamaron Tristán, Ceferino, Andú y Daga.
Tristán era un San Bernardo que vivía debajo de mi casa. En verano se moría de calor y pasaba los días con la lengua afuera despatarrado en el palier para absorber el fresco de las baldosas con la panza. Yo tenía cinco o seis años y bajaba siempre corriendo la escalera para encontrarme con él. Nos abrazábamos al pie de la escalera, me le subía encima y me llevaba a caballo ida y vuelta por el palier varias veces. Recuerdo que con las dos manos yo rozaba el salpicret de las paredes y de repente me inclinaba, me abrazaba a su cuello gigantesco y hundía la cara en sus pelos larguísimos y suaves. Un día bajaba la escalera con mi mamá y tropecé y grité. Tristán corrió y saltó sobre ella, pensando que me había pegado. Le gruñó mostrándole los dientes y después me lambeteó de arriba abajo frenéticamente con su lenguota que era ancha como una bolsa de agua caliente. Me acuerdo que yo me reía y me reía a carcajadas, de amor, de miedo y de cosquillas.

Ceferino era el perro que había en el campo. El es el protagonista de mi primer recuerdo. Yo tenía 2 años y dormía la siesta sobre su cuerpo tibio bajo los árboles. Tengo la foto de ese momento. La miro siempre y puedo recordar todo: su olor, el olor de la tierra, el vaivén de la sombra de las hojas en la cara. Me cuentan que cuando se despertaba se quedaba muy quieto con los ojos abiertos esperando que me levantara y recién entonces salía corriendo a hacer pis. Todos se reían de su devoción.
Caminábamos todo el tiempo juntos, mi mano sobre su lomo, buscando culebras, cuevas, mulitas, moras y todas las maravillas del campo y cuando yo me perdía él iba caminando delante de mí y me llevaba hasta la casa. El era mi amigo perro y me protegía de todos los males del mundo. Dejé de ir al campo a los 11 años y nunca volví a saber de él.

Andú era un perro salchicha que tuvimos con mi hermano cuando éramos más grandes. Un verano nos fuimos de vacaciones y lo dejamos en la casa de unos amigos que lo querían mucho, pero a la semana tuvimos que volvernos porque nos avisaron que había dejado de comer y de tomar agua y que se estaba dejando morir. Pobrecito, cuando llegamos salió de la casa arrastrándose hasta nosotros. Mi hermano y yo estábamos obsesionados por sus bolas (las del perro). Creíamos que en una había pis y en otra caca, qué idiotas, y le apretábamos una y otra alternativamente a ver qué salía.

Daga fue mi último perro. Una gran danesa estriada, gigantesca, con ojos color miel.
La tuve desde muy bebita y le enseñé a jugar a la lucha. La agarraba, me tiraba al piso y rodábamos. Yo le mordía suave las orejas gruñendo amenazadoramente. Ella me imitaba: me mordía tiernamente un brazo, un hombro, y gruñía. Cuando fue grande (pesaba 42 kilos) la escena era impresionante: parecía que realmente me estuviera atacando porque tenía una bocaza de mastín y actuaba como si de verdad me quisiera masticar. Era muy divertido y excitante y a veces nos hacíamos doler y nos pedíamos perdón. Un día me atajé con un brazo, se le zafó un mordisco y me clavó un colmillo muy profundamente. Cuando se dió cuenta se desesperó; me lamía, lloraba, aullaba, daba vueltas alrededor de mí, tanto que tuve que consolarla a ella antes de lavarme la herida. Otro día me hizo un tajo con una uña pero fue más superficial. Siempre me veo las dos cicatrices y las acaricio porque son su recuerdo que me acompaña siempre. (ver foto)
Cuando todavía era muy joven tuvo un cáncer de garganta. Fue una pesadilla sin cuento. La operaron pero el tumor era muy agresivo y hubo que matarla para que no muriera de una manera horrible. La llevé a la veterinaria el día fijado y estábamos tan flacas y cabizbajas las dos, ella por su enfermedad y yo porque no comía por la tristeza, que unos chicos se rieron de nosotras. -Flacas, fané y descangalladas! nos gritaron. Debíamos parecer personajes de Tim Burton, caminando despacito hacia la muerte. La tuve en mis brazos todo el tiempo, mirándose mis ojos y sus ojos color miel, hasta que se fue despacito, sin dolor, oyendo mi voz que le prometía encontrarnos después y volver a correr por el campo y volver a luchar como dos leonas.

lunes, enero 23, 2006

Razones. (ALONSO 4)







-
Por qué no tenés un perro?
- Y un gatito no te gustaría?

- Por qué esta rayada no tiene un animal como la gente?




Todos quieren que tenga un mamífero. Los pone nerviosos que quiera a un reptil.

Pero yo tengo por lo menos 7 razones para tener a Alonso y no un pastor alemán.

1. Alonso tiene ojos marrones de personita, ojos que no expresan sentimientos de perro sino de iguana. No expresan devoción ni sumisión ni amor. Expresan deseo, odio, temor y pará de contar.

2. También se expresa con el color de su piel, que es dura y fría como un tapizado de colectivo. Cuando se enoja se pone negro. Cuando está al aire libre y lo acaricia la brisa le aparecen estrías atigradas. Cuando siente placer en contacto con un humano que lo acaricia y le da calor, se cubre de manchas amarillas y naranjas.

3. Observa todo todo el tiempo. Nos observa. Es su actividad principal. Está grabando información útil para su supervivencia.

4. Se obstina en cumplir sus deseos y no se acobarda frente a animales como nosotros, tanto más poderosos que él. Una vez que tomó una decisión la concreta ,aunque eso le lleve el día entero o la vida.

5. En nuestro medio (casa, mesa, cortinas, estantes) es absolutamente torpe y desmañado. En el suyo (rama, árbol, tierra, agua) cada una de sus partes constitutivas tiene un diseño perfecto para la función. Entonces se ve que su fealdad es pura belleza.

6. A veces parece un monito, otras un pájaro, otras una serpiente, otras una rana, otras una pequeña persona vestida de cuero verde. Es pariente de esas cuatro especies y las cuatro están muy visibles en él. También de a ratos parece una planta.

7. La presencia de un enrejado o de una valla, aunque limiten un lugar grande y confortable, lo impulsa a buscar una salida por cualquier medio. Trepa hasta el techo, escarba los rincones, muerde los alambres, no se queda quieto hasta que no encuentra un escape. No lo calma el confort sino la libertad. Eso me enamora de él.

En el fondo de nuestro cerebro racional y civilizado funciona un cerebrito idéntico al de Alonso. Nuestros actos pasionales, nuestros deseos implacables y nuestros odios homicidas nacen de esa fuente primitiva. La corteza gris, amable y sociable, filtra las pulsiones para que podamos andar vestidos y sonriendo por la ciudad, para que trabajemos y produzcamos, para que seamos solidarios y generosos. Uno podría confundirse y creer que somos todo eso y nada más.
Ver vivir a Alonso me sirve para tener presente que en el fondo, en el auténtico fondo, somos un manojo de ansias más o menos dominadas. Me gusta no olvidarlo, me gusta recordar quién soy.

domingo, enero 22, 2006

no todas son rosas


Después de escuchar un relato atroz de un paciente, pesadillas toda la noche.
La escena es tan terrible que no puedo escribirla ni contarla. Entonces el mismo fragmento de película queda rebotando contra las paredes de mi cráneo como proyectado por una maquinaria maligna, día y noche. De día me entristece; de noche me despierta.
Habría que crear un servicio de escuchadores recios para contarles las cosas horrorosas y depositarlas en sus orejas sin remordimientos.

viernes, enero 20, 2006

QUEDOS Y REQUECHOS

Alguien recuerda los requechos de su infancia y me recuerda los de mi vida como madre.
En épocas de pobreza uno se siente afortunado cuando encuentra una moneda olvidada en el bolsillo y le parece un lujo abrir la heladera y encontrar material de descarte suficiente para fabricar una nueva comida.
Yo reunía pedacitos de pollo o de carne, verduritas, arroz, trigo o fideos y les agregaba una o dos aceitunas, un tomate fresco, perejil o albahaca y lo llevaba a la mesa bajo el exótico nombre de Ensalada de Quedos si era verano. Si era invierno lo calentaba, le ponía un poquito de manteca encima y lo presentaba como Guiso de Quedos.
A veces como gran festín hacía Panchos Electrónicos, delicia que se fabrica con una salchicha envuelta en una masa de empanada, frita en aceite bien caliente. La masa se infla y la salchicha queda sumida en ella como un bicho canasto. Se come con la mano, asi que no ensucia platos ni cubiertos, lo cual es una inapreciable ventaja cuando hay muchos chicos propios y ajenos.
A veces no había ni una salchicha pero siempre había arroz blanco. Desde entonces le estoy muy agradecida al arroz por su lealtad durante esos largos años malos. Para imaginar que comíamos cada día algo diferente lo teñía con colorantes vegetales: un día comíamos arroz rojo, otro verde, otro azul y el efecto era siempre estremecedor. El verde era francamente fluorescente pero no parecía tener efectos neurológicos inmediatos. En cuanto al rojo, todavía no existían Tarantino ni Kitano, asi que mi arroz podría ser considerado un precursor de esa estética sanguinolenta. El azul era impresionante, como si te sirvieran un Pitufo atropellado por un tren y todavía tibio, humeando en el plato. Lo bueno es que permitía las combinaciones boquenses más festejadas.
Un día en Anteojito vino un molde de plástico para hacer huevos duros cuadrados (es decir cúbicos). Había que cocinar el huevo, pelarlo mientras estaba caliente y encerrarlo en el molde, que se ajustaba con un tornillo. Después se dejaba enfriar y se obtenía una especie de dado de huevo. Just imagine: rodajas cuadradas de huevo duro sobre una pirámide de arroz azul.
Viví convencida de que los chicos creían que todo ese arte de birlibirloque era pura diversión, pero hace poco me confesaron que se daban cuenta de que no teníamos un mango.
Hubo una Navidad en la que no teníamos arbolito ni plata para comprarlo. El de todos los años había quedado perdido en un divorcio y su mudanza subsecuente. Para mí, que paso todo el año esperando que lleguen las fiestas, pasar una Navidad sin arbolito es inimaginable. Entonces pinté con aerosol blanco un arbusto seco que encontré en la calle y le colgué unos adornos de cartón que salieron en Billiken y unos muñequitos de Jack que lucían como ahorcados. A mí me parecía que estaba muy bien, pero este año mi hija # 5 me confesó que le había parecido patético y que aunque era muy chiquita le parecía obvio que había armado ese engendro a falta de un verdadero arbolito de Navidad. Me dió tristeza retrospectiva.

jueves, enero 19, 2006

Mural


Además de hijos, nueras, yernos e iguana, tenemos un mural.
Lo estamos haciendo con mi mamá (87 años) y con mi nuera, la Pepona, cuasi arquiteta.
Empezamos a dibujarlo hace dos años y hace un año empezamos a pegar los primeros mosaicos, que no son más que pedacitos de vajilla que fui juntando durante años a medida que la vida la iba rompiendo. Hay queridas tazas de té, fuentes inglesas viejísimas, vulgares platos de loza, pedazos de botellas y requechitos de todo tipo. También hay hallazgos de containers y donaciones de vecinos y amigos. Y algunos azulejos comprados en Cepillo, el corralón bizarro de la calle Austria del que les hablaré en otra oportunidad.
En este momento estamos por terminarlo. Vamos por la etapa del empastinado, es decir, el relleno de las juntas con un material de color.
Cuando empieza a anochecer cada piecita brilla y nos quedamos extasiados mirando nuestra obra.

lunes, enero 16, 2006

ALONSO 3


A veces se porta mal. Tira la comida desde lo alto y desaparrama zapallitos y damascos demasiado maduros sobre el piso en un radio de dos metros. O se esconde entre mis preciosas blusas tan frágiles que se rompen de nada y engancha sus 20 uñas de aguja en los encajes. Entonces me enojo con él. Agito un dedo índice frente a su narizota verde y le digo "Osca matosca, narice de mosca!", que es una antigua reconvención que aprendí de mi abuela italiana.
Otras veces me paro frente a él, abro mi libro de recetas regionales mexicanas y simplemente le leo la receta de Cocido de Iguana Oaxaqueño, sin agregar ningún otro comentario.

domingo, enero 15, 2006

NIDO VACIO

Tenemos cinco hijos numerados del 1 al 5.
Se fueron yendo de casa a medida que se casaron o se fueron a vivir solos. En casa sólo nos queda 5, la más chica.
Algunos tienen pareja estable y otros tienen novios y novias erráticos y cambiantes. Eso es muy entretenido porque conocemos gente interesante todo el tiempo. Tuvimos uno todo tatuado que usaba pollera y boxeaba; tuvimos un español muy pero muy simpático al que queremos mucho; tuvimos un actor; un poeta, un escritor, un artista plástico increíblemente flaco, una especie de dandy polaco que usaba robe de chambre de seda, una ucraniana que nos enseñó muchas palabras en ruso, tuvimos una gordita muy graciosa y una veterana medio tocada. Con algunos exes seguimos estando en contacto porque aunque la relación original se haya terminado tenemos muchas afinidades y sería una pena perder esos afectos.
En verano casi todos se van a algún lugar. En este momento, 2 y 3 ya volvieron de sus vacaciones y 5 se fue a Brasil con una carpa la semana pasada. Manda mails desde Rio diciendo que está bien, que vivió dos días en la casa de una señora moribunda, un día en una pensión y ahora en una mansión en Leblon propiedad de un señor de apellido Rottweiler al que no conoce, primo de un amigo de un amigo del colegio. Ella es muy seria, muy austera, y está con una amiga. Por eso estamos tranquilos. Si no fuera así nos inquietarían mucho los dientes del señor Rottweiler. El año pasado también se fue embora pero en esa oportunidad para tranquilizarme me dijo que tenía un conocido en Río. -Cómo se llama?, le pregunté (típica pregunta de madre cuya lógica los hijos no comprenden). -Joao, fue su aterradora respuesta.
La casa sin ellos es grande y tranquila. Los que están en Buenos Aires aparecen todos los días por teléfono, en mensajes de texto, por mail, o aparecen para comer, para bañarse o para dormir un rato, para dejar ropa a lavar, para abrir su correo o como ayer, para prepararnos unos filets de pejerrey a la leche de coco con langostinos y vieyras (hijo 4, genial cocinero)

jueves, enero 12, 2006

Medidas de inseguridad

Me gusta el box y me gustan las pelis de boxeadores.
Anoche alquilé Cinderella Man, nomenclada aquí por el degenerado que rebautiza las pelis como El Luchador.
El DVD se trababa todo el tiempo y no pude verla. Hoy la llevé a Blockbastard a las 11 en punto, hora en que abren el local, para pedir un ejemplar válido. Llovía a cántaros, cosa que no está mal salvo que tengas que estar parada 10 minutos a la intemperie. Afuera estaba el camión blindado y en la cabina un chofer que se apretaba granitos de los codos. Adentro había dos monos con chaleco antibalas metiendo plata en uno de esos sobres con candado. Toqué el timbre. Los monos me hicieron señas de que esperara. Un tercer mono externo me dijo de mal modo -Perá die minuto que están recaudando. No fueron 10 sino 8, pero empapándome bajo la lluvia maldije sus rituales paranoicos y su prepotencia, sus fierros y su mala onda. Una vez adentro, mientras la empleada ponía una y otra vez el DVD para dilucidar si era cierto que se trababa o si yo era una lunática molestosa, el mono externo, mirando la lluvia apoyado displicentemente en el mostrador, me dijo -Día loco, no?

Enero + Lluvia

Enero y lluvia es una combinación que me encanta. En enero todos se van y nos devuelven la ciudad para que la gastemos a nuestro antojo. Si además llueve, los pocos que hay no salen porque no saben que son impermeables. Entonces las calles están solitarias, mojadas, preciosas y las copas de los árboles brillan.
Hoy salí temprano a caminar y sólo me crucé con tres jubilados chancleteantes, con un perro sacado a pasear de apuro y con dos amas de casa malhumoradas porque se les había acabado la yerba.

miércoles, enero 11, 2006

ALONSO 2


Vivir con Alonso es muy lindo. Todas las mañanas lo campeo por la casa porque pasa cada noche en un lugar diferente, y cuando lo encuentro en el estante de mis remeras, en el mueble de las escobas o en el ropero de la ropa de invierno, le acaricio suavecito la cresta del lomo, los costados de la cara y los flancos. Está medio aletargado todavía y sin darse cuenta se va recostando contra mí con los ojos entrecerrados. Cuando lo siento entregadito deslizo la mano por debajo de su panza y lo levanto. Enseguida se me trepa por el brazo y se acomoda en mis hombros. Allí se queda achatado buscando el calor humano, porque él no regula su propia temperatura y se pone frío como una mortadela si no está en un lugar caliente. Lo llevo a su sector del balcón, donde están todas las plantas que le gustan y donde todas las macetas tienen alfalfa tierna, y desde mi hombro mordisquea brotes de rosa china, hojas de parra y ramitas de huacatay. Al rato, perezosamente se baja de mí y hace un recorrido establecido, siempre idéntico: planta 1, planta 2, planta 3, piso de baldosa caliente, planta 4, plato de agua, planta 1, planta 2... hasta completar el circuito tres veces. Después se para entre maceta 3 y 4, abre las patas, arquea el lomo y eyecta primero un gran chorro de pis ruidoso y enseguida una caca verde oscura, brillante, perfecta, que deja atrás dignamente saltando a la planta 1 para reiniciar el recorrido una vez más.

lunes, enero 09, 2006

cerebros licuados

Hoy a las 10 fui a visitar a una paciente/pariente que tiene mal de Alzheimer. Estaba sentadita esperándome, con un vestido fresco y zapatillas blancas. La habían peinado con un peinado nuevo con raya al costado. Le dije que le quedaba muy lindo, sonrió contenta y levantó la mano dificultosamente para tocarse y recordarse.
Sólo recuerda algunos nombres, los de las cuatro o cinco personas más queridas. Quiso contarme varias cosas pero todas quedaron inconclusas después de tropezar con la primera palabra. Ya no puede leer ni escribir ni marcar un número de teléfono ni comprender una imagen. Tampoco puede moverse si no es con una lentitud de cámara lenta. Mientras hablábamos quería cruzar una pierna sobre otra y abandonó el intento varias veces porque la pierna no llegaba a completar el movimiento necesario.

Mi hija y yo teníamos una cita a las 12 en Lázaro Costa, paquetísimo lugar de encuentro.
Fuimos caminando hasta Corrientes y Uruguay evitando las veredas de sol pero igual el calor rebotaba en el asfalto y nos pegaba en el cráneo haciéndonos trastabillar. Toda la ciudad reverberaba bajo 100 grados Celcius. De Corrientes y Uruguay fuimos a una casa de cambio para cambiar dólares por reales. Hicimos una cola y al llegar al mostrador nos dijeron que no había reales, que en Casa Piano sí. Caminamos diez cuadras más tropezando con otras personas desesperadas y sudorosas. En Casa Piano una multitud se apiñaba frente a las seis cajas. Detrás del mostrador un señor alto muy autoconciente lo controlaba todo. Yo estaba última en la cola. El señor me sonrió, me hizo una seña para que me acercara y sorpresivamente levantó un sector del mostrador, haciéndome pasar al lado de atrás, a un pasillo estrecho que terminaba en una ventanilla con vidrio blindado donde un empleado de anteojos me esperaba al lado de una caja fuerte. Volví sobre mis pasos para buscar a mi hija, que llevaba los dólares. Una vez que los entregamos quedamos encerradas en el pasillo y empezamos a barajar hipótesis acerca de por qué el señor alto, al que llamamos Señor Piano, me había hecho atender por ese lugar preferencial. Mi hija estaba furiosa: decía que la gente nos iba a odiar. Yo le expliqué que yo no había pedido ese trato diferencial, que simplemente el Señor Piano se había enamorado de mí y había querido ser amable conmigo. Mi hija me dijo que no, que se había apiadado de mí por mi avanzada edad. Le aseguré que no era por eso sino por mi belleza otoñal y mientras yo bailaba en el lugar apretadito una especie de rumba silenciosa agitando los brazos y las caderas para molestarla, ella hacía gestos obscenos de masturbación representando al Señor Piano. De repente ví que nuestra imagen, tomada desde cuatro diferentes ángulos, aparecía en un monitor dentro de la cabina del cajero y en otros dos monitores dentro del local atestado. En ese momento volvió el empleado, nos dió nuestros reales y nos fuimos haciéndonos las serias, yo adelante como una reina y mi hija detrás reprochándome mi conducta desastrosa. Al salir todos nos miraban, no con odio como mi hija temía sino con un cierto estupor que yo atribuí al golpe de calor colectivo que evidentemente sufrían. Al salir pescamos un taxi de esos altos como autitos de juguete que me encantan, con aire acondicionado y volvimos a casa donde comimos una ensalada con jamón. Todavía nos duele la cabeza y estamos medio turulatas pero nos acordamos y nos da risa, a mí más que a ella.
.

domingo, enero 08, 2006

Presentación de Alonso


El de arriba es Alonso, mi iguana que fue macho durante dos años . Hace seis meses empezó a tener síntomas de poner huevos y se transformó en hembra.
Esta foto que bien podría subirse a un site zooporno fue tomada cuando todavía creíamos que era un guacho de aquellos y los hombres de la casa querían agenciarle una iguana inflable.
Finalmente fue un gesto maternal mal interpretado.

llueve en Venus

Llueve, llueve, llueve,
esto parece un infierno.
No puedo pintar la casa,
maldito sea el invierno.
No se preocupe vecino,
esto tiene solución:
la solución es Satina,
Satina de Satinol.


jingle de la década del 50

sábado, enero 07, 2006

Gimnasia facial

Alguien me dijo que haciendo gimnasia con los músculos de la cara se puede permanecer joven por más tiempo.
Me lo dijeron hace muchos años, cuando la idea de que un músculo pudiera ablandarse me parecía un disparate.
Cuando uno es joven no tiene la paciencia necesaria para observar cómo la piel tensa de la ciruela que está en el árbol, en un solo día se adelgaza y se arruga mostrando los signos de la senilidad.
Y si un joven observara cómo las frutas maduran y mueren en su rama, difícilmente relacionaría ese proceso consigo mismo, porque al no ser ciruela el joven envejece lentamente. Sería necesario un microscopio para poder detectar en su piel los primeros deterioros. Cuando se perciben a simple vista, aunque sean mínimos, es porque la decadencia tomó definitivamente el mando de ese organismo. El tiempo tiene una forma solapada de invadirnos y de dirigirnos con mano firme hacia la ruina.
Vivimos distraídos durante años y un día nos vemos casualmente en un espejo y no nos reconocemos. O miramos con atención y buena luz una parte de nosotros mismos y nos preguntamos a quién pertenece esa rodilla que se arruga, cómo llegó allí ese músculo informe.
Lo que complica las cosas es que el tiempo y la fuerza de gravedad trabajan asociados. Juntos tironean hacia abajo hasta que algunas partes del cuerpo y de la cara se dejan vencer, pierden terreno y se abandonan mansamente al derrumbe.
Los profesores de gimnasia facial recomiendan ejercicios destinados a tonificar músculos muy importantes, como los de la frente, los que rodean los ojos y los que están alrededor de los labios.
Una rutina muy efectiva es repetir en voz alta una frase que obligue a determinado grupo de músculos a contraerse y a relajarse varias veces. Los especialistas han creado frases para los labios, para los pómulos, para la papada y hasta para los párpados.
Una amiga me contó que durante toda su adolescencia oía a su madre repetir cien veces todas las mañanas en voz muy alta y modulando forzadamente las letras: -Rosas rojas!.. rosas rojas!...rosas rojas!
La mamá decía que ese ejercicio la mantenía joven y evitaba que se le formaran arrugas en los pómulos. El recuerdo que tengo de ella no es el de una mujer joven sin arrugas sino el de una señora mayor con una expresión muy tensa. Pero tal vez hubiera sido mucho peor en su estado natural, si no hubiera dicho Rosas rojas durante tantos años todas las mañanas.
También me contaron que otra señora había aprendido en un programa de televisión un ejercicio creado para tonificar los labios. El programa era norteamericano y las voces estaban traducidas con subtítulos. Así que cuando la profesora de gimnasia facial modulaba lenta y exageradamente la frase Walking by the wood, little Red Riding Hood, abajo se leía Camina por el bosque, Caperucita Roja.
La señora aprendió perfectamente el ejercicio y como no sabía inglés, todas las mañanas repetía delante del espejo la frase Camina por el bosque, Caperucita Roja, que desde el punto de vista gramatical es una traducción bastante aceptable pero como gimnasia es completamente improductiva. Basta con hacer la prueba: pronunciarla no pone en actividad ningún músculo. Puede decírsela con la boca casi cerrada si uno quiere.
Sin embargo ella no se sintió defraudada: años después, con los labios arrugados como correspondía a su edad, seguía difundiendo con entusiasmo las bondades del ejercicio que hacía todos los días y nadie se animaba a decirle que estaba arrugada y mucho menos a explicarle que para los músculos no es lo mismo decir Walking by the wood, little Red Riding Hood que Camina por el bosque, Caperucita Roja.
En una librería encontré casualmente un libro sobre gimnasia facial y lo leí entero allí mismo, parada frente a la mesa. Me daba vergüenza comprarlo porque me parecía una frivolidad, pero al mismo tiempo no podía dejar de leerlo de principio a fin. Tenía fotos que ilustraban cada ejercicio y mediante un esfuerzo de memoria considerable los aprendí todos. Hice otro gran esfuerzo de voluntad para resistir la tentación de practicarlos en el momento, sobre todo porque frente a mí había una columna revestida con espejos.
Los memoricé con la idea de practicarlos todos los días porque el libro prometía que haciéndolos con constancia, en menos de seis meses las arrugas de la cara y del cuello desaparecen por completo. Los hice escrupulosamente durante cuatro mañanas pero ese tiempo me bastó para comprender que no se pueden hacer muecas delante de un espejo todos los días durante meses sin perder la autoestima.
Como no quiero entregarme sin luchar, me propuse hacer mi gimnasia facial cada vez que se cumplan dos condiciones: estar sola y no tener nada interesante para hacer. La primera de esas condiciones no se cumple en el subte ni el colectivo pero sí cuando estoy en un taxi. Cuando el chofer me mira alarmado por el espejo retrovisor disimulo remedando gestos de dolor o de preocupación como si me doliera algo o como si estuviera pensando en algo terrible.
Pero en el ascensor de mi casa es donde se cumplen las dos condiciones a la vez.
Como vivo en un piso 22 aprovecho el trayecto hacia arriba o hacia abajo para hacer mis estiramientos de cuello llevando exageradamente el mentón hacia delante y arriba, lo que me hace parecer un ganso atragantado. Al mismo tiempo abro grandes y cierro con fuerza los ojos una y otra vez para fortalecer los párpados superiores; bajo y subo las cejas locamente para que se me desarrugue la frente; hago movimientos de succión para tonificar los labios e hincho los carrillos para que se me alisen las mejillas.
Según qué grupo de músculos esté ejercitando mi cara se parece intermitentemente a la del cuadro El Grito o a la de Dizzy Gillespie tocando la trompeta.
Claro que me inquieta que alguien abra la puerta del ascensor y me sorprenda con el cuello estirado y la boca muy abierta como andando en moto a 200 kilómetros por hora. En esa eventualidad no tendría tiempo de recuperar mi cara de siempre y saludar como si nada extraño ocurriera. Me temo que en ese caso perdería la consideración de todos mis vecinos porque ese tipo de noticias se difunde rápidamente. Es un temor lógico el que tengo, pero estoy dispuesta a enfrentarlo si la gimnasia facial me diera el resultado prometido.
Algún riesgo hay que correr para mantenerse joven toda la vida.


miércoles, enero 04, 2006

Escena en el gimnasio


Entra una mujer de 50 años con un hombre de 25, atlético. Ella lleva una botellita de algo 0 calorías y un short adhesivo de lycra negro. Se tira al piso sobre una colchoneta. El se arrodilla y le dobla una pierna sobre el pecho hasta que ella gime – Ay no no no ay no no no.

Entonces él la suelta y la mira con aire de severidad.

Ahora la pone boca abajo y le dice que levante el torso (sic), y le agarra firmemente los cachetes del culo, uno con cada mano bien abierta. Ceñudo, pone cara de estar haciendo un trabajo profesional. Ella levanta diez centímetros la cabeza y los hombros como una lombriz mal pisada y se queja bajito, con la cara roja. El le insiste –Dale, dale, un poquito más.

Me distraigo y cuando vuelvo a mirar ella sigue boca abajo pero como desmayada, y él le manipula los brazos, la espalda y el cuello.

Ella tiene el pelo desparramado sobre la colchoneta y los ojos entreabiertos, como en un orgasmo o en un accidente automovilístico. El frota siguiendo ciertos trayectos que debe suponer recorridos de nervios o de músculos, como si conociera el terreno. El cuerpo muerto responde con movimientos vibratorios como un postre de gelatina golpeado por una cuchara.

El ya va por los muslos: primero se los amasa y después desliza las manos hacia los tobillos, hasta las zapatillas Nike recién compradas.

En qué pensara él, pienso. Pensará en su mamá? Le hará eso a la mamá? Pienso que cuando cumplió 50 años ella se dijo que los gustos hay que dárselos en vida. –Ma sí, yo me contrato un pérsonal, dijo. Y consiguió este para que le haga mover el esqueleto.