viernes, febrero 29, 2008

Todos los idiomas europeos se copiaron las palabras más tiernas y más bonitas del catalán

De la lista de cosas maravillosas que hice en el tiempo que me dejó libre no escribir en el block me salteo los puntos 8, 9 y 10 porque son aburridos de explicar.
Lo del catalán, en cambio, merece un post.
La primera vez que oí hablar en catalán fue en 1978, en un ómnibus que subía dando vueltas como el Subiriola alrededor de uno de los Pirineos. No me acuerdo por qué yo quería ir a Andorra. Creo que a comprarme un corpiño, porque me habían dicho que ahí eran buenísimos. Y efectivamente me compré uno turquesa suave, alucinante, que me duró 15 años.
Había estado en Madrid, en la casa de mis amigos T. y S., recién exiliados, escapados de un grupo de tareas que arrasó su casa y les dejó tiempo para escapar. Fui llevando dos valijas con libros que acá estaban prohibidos, alegremente, pensando que si me agarraban en Ezeiza a lo sumo me iban a amonestar con el dedo en alto y me iban a requisar los libros.
Después fui a Barcelona. En esa época las maravillosas obras de Gaudí estaban abandonadas, todavía no turistizadas, pero me gustaron muchísimo, tal vez más que ahora que las lustran y las iluminan como a tortas de casamiento.
Hasta ese momento nunca había oído hablar en catalán. En ese ómnibus nocturno, medio dormida, empezaron despertarme unas palabras que a veces parecían castellanas y a veces francesas, que asomaban a la superficie y enseguida se sumergían en un magma incomprensible pero al mismo tiempo familiar. Me adormecí oyendo esas voces con la misma sensación de cuando uno es chico y se queda dormido oyendo hablar a los grandes: entiende algo, después no entiende, entiende, no entiende, y es dulce y protector zambullirse en el sueño sabiendo que ellos saben de qué están hablando y que no hay ninguna razón para preocuparse.
Después me explicaron que en esos primeros tiempos después de Franco todavía no estaba bien visto o no se permitía hablar en catalán. Por eso lo hablaban en el ambiente limitado del ómnibus que trepaba hacia Andorra.
Muchos años después, en Barcelona, me sorprendían palabras maravillosas que leía en la calle y en los negocios. Algunas eran palabras escritas por un poeta loco. Otras parecían dichas por un niño que todavía no sabe leer. Hubiera querido entender todo lo que decían, pero entendía muy poco.
Después me hablaron de Quim Monzó y después de Sergi Pamiès; leí todo lo que encontré de ellos en castellano y me fascinaron los dos. Fui a una charla que dieron en la que entendí aproximadamente un 5%, pero otra vez me hubiera acostado en las sillas a dormir acunada por esas palabras tan preciosas. Son palabras antiguas, de la gente de antes, de los porteros de Buenos Aires, de los gritos en los conventillos, de las ferias de cuando era chica, de profesoras de manualidades, de niñeras.
Averigüé que en el Casal de Catalunya dan clases, pero como ya había empezado el curso regular arreglamos con una de las profesoras, una especie de gitana eléctrica increíblemente graciosa, que nos diera un curso acelerado particular.
Soy tan buena alumna, tan aplicada, hago tan bien los deberes, que ayer me dijo que era "rapelén" (repelente) y "ratasavia" (sabelotodo), como el mejor de los halagos.
Les digo otras palabras que no van a poder creer:
nen (niño)
berenar (merendar)
esmorzar (tomar el desayuno)
sopar (cenar)
migdiada (siesta)
pentinar-se (peinarse)
paparina (cucurucho de papel)
una miqueta (un poquito)
gruixut (grueso)
catifa (alfombra)
neboda (sobrina)
taronja (naranja)
petite (pequeña), que se pronuncia "patita"
y la palabra que amo, que amo desde hace años: tardor (otoño).

Además, todo se pronuncia con la A, como Radrágaz, y terminando a la sans façon como en francés, asi que imaginate: taronya, naboda, pantinarse, sopá, barená, asmorzá.
Me quiero morir de ternura. Es el origen de todas las palabras ingenuas y bellas del mundo.
Y una que los va a dejar paticonfusos: capicúa. ¿Saben de dónde viene? Del catalán. Y ¿saben qué quiere decir? Cap (cabeza) i (y) cúa (cola)!

miércoles, febrero 27, 2008

Mi electrodoméstico favorito


Viene con un manual de instrucciones:


INTRODUCCION

Desde hace siglos, los insectos han sido causa de molestia para la humanidad, pero hasta el día de hoy no se ha inventado ningún producto ideal contra los mismos.
Nuestra empresa ha desarrollado un producto exclusivo, la Raqueta Eléctrica, que sólo necesita 2 pilas No. 5 y mata todo insectos con la corriente eléctrica.
El voltaje es bajo, por lo que no hace ningún daño al hombre, ni a las mascotas. Además no se produce olor, ni se usa materiales tóxicos. Es un aparato mas eficaz en el mundo. Es facil de usar y muy higiénico. Puede usarse tanto en el interior como en el exterior.

GUIA DE USO

1. Colocar las pilas como lo indicado.
2. Apretar el boton y agitar la raqueta hacia los insectos.
3. No tocar la red en el momento del uso (no es peligroso pero causará molestias)
4. Para la limpieza del producto, utilizar cepillos o simplemente sacudir los insectos de la red. Se prohibe el uso de agua.

MADE IN CHINA
AGENTE OFICIAL EN ARGENTINA: EAST INTERNATIONAL OF SOUTH AMERICA S.A.

Me lo regalaron para Navidad. Las chiquitrolas de este block ya habían hablado mucho de sus cualidades pero jamás imaginé un producto tan práctico y de tan alta calidad.
La mosca normal hace un solo ruido seco y se atomiza. Literalmente desaparece y aunque busques sus restos por todos lados siempre te quedarás con el deseo mórbido de saber qué fue de ella.
Al mosquito no le das ni por casualidad: es demasiado chico para los agujeros de la red. Tal vez lo podés agarrar pero en ese caso sería por azar. Es mejor tirarle un almohadonazo o una alpargata.
La polilla nocturna hace un chasquido húmedo y aparece en el piso como un charquito. Las alas están como siempre pero el cuerpo parece una porción pequeña de licuado de banana con leche. Los ojitos a veces quedan intactos y giran en las cuencas durante unos pocos segundos seguramente por efecto de la energía eléctrica que sigue circulando.
A la mosca grandota, la verde irisada que parece un colibrí chico, le das seguro, porque es grande y tarda más en decolar que la mosca común. Primero se queda pegada a la red, claro, pero no se muere enseguida sino que patalea y se retuerce mientras chirría y se va chamuscando de a pedacitos. Para mi gusto tarda demasiado en morir. Me hace pensar en esos condenados de Estados Unidos, que saltan en la silla eléctrica durante varios minutos antes de morirse del todo mientras los abogados y los testigos miran desde detrás de un vidrio. Para ese modelo de mosca voy a empezar a aplicar la inyección letal, que es mucho más humanitaria.

martes, febrero 26, 2008

La mendiga paqueta

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No se sabe cómo hace para ocupar todo el ancho de la vereda. Por lo pronto está muy bien alimentada, pero además se para con las piernas abiertas y los brazos separados del cuerpo. En una mano sostiene un vaso de plástico y con la otra agita una radiografía desteñida. Creo que la idea es que está enferma y pide ayuda para comprar remedios. Para convencer a los peatones se les tira encima babeando con la boca abierta y grita –¡Remedio! ¡Remedio! Otros días gruñe –¡Receta! ¡Receta!

Nunca vi que nadie le diera nada. Solamente una vez un gringo con bermudas y sombrero de explorador, aterrorizado, le tiró un billete de diez pesos en el vasito.

Es gracioso ver cómo media cuadra antes la gente empieza a desviarse para no tropezar con ella. Algunos cruzan, otros se hacen los que miran una vidriera o aceleran el paso y se cuelan a sus espaldas aprovechando que está encarando a un transeúnte desprevenido. Cuando te agarra te espeta: -Remedio! Remedio! a dos centímetros de la cara abriendo muchísimo la boca, donde almacena grandes cantidades de saliva espumosa.

Si la mirás bien descubrís algo sorprendente: tiene la cara mil veces operada con cirugías estéticas, los labios rellenos con un material más de la familia de la goma eva que de la silicona , las cejas depiladas y huellas de liftings y peelings por todos lados. Usa un turbante negro bastante sofisticado. Y tiene unas pilchas de riguroso negro mendigo pero muy cancheras, aunque pasadas de moda: túnicas hippies de los 60, polleras largas de cuando se llamaban maxifaldas, zapatos como de Courréges, nada que ver con los jirones de una mendiga en serio. Es más bien como si una vecina paqueta de mi edificio estuviera haciendo una performance para divertirse un rato.

¡Cómo me intriga este pajarraco! Será nomás una ex señora rica que se chifló? ¿Tanto como para terminar en Pueyrredón y Santa Fe pidiendo guita con el pretexto absurdo de comprar remedios?

¿Será que se piró después de una cirugía estética mal hecha? ¿Y para qué quiere la plata? ¿Para una lipoaspiración? ¿Para hacerle una demanda al cirujano?

Si su baba no fuera tan viscosa y amenazante me gustaría parar y preguntarle, como hacen los hombres con las putas: -¿Cómo fue que llegaste a esto? Pero mejor cruzo a la vereda de enfrente.

domingo, febrero 24, 2008

En el cielo hay una provoleta






Les aviso por si no están mirando.

Un pensador en desgracia




Hay un café pretencioso sobre Pueyrredón con mesitas en la vereda que tienen granos de café debajo de un vidrio y un mozo mal afeitado con chaleco color borravino. El toldo está todo pinchado y cuando llueve te gotea agua sucia en la cabeza, pero eso no importa porque en invierno prenden unas pantallas infrarrojas que te queman el pelo y al mismo tiempo el cerebro y no te das cuenta de nada.

La tripulación varía poco: hay muchos jubilados fumadores resentidos contra la ley 1799, amigas PRO que vuelven de jugar al tenis y se encuentran a tomar el té, perros que esperan resignados durmiendo debajo de la mesa a que su dueño termine las medialunas. En una de las mesas, siempre la misma, hay un linyera intelectual. Es un homeless producido como para Hollywood, con una ropa más grunge que andrajosa, sin zapatos, una barba tupida larga y negra, gorro peludo y guantes de lana sin dedos en enero, que lee libros y toma notas en una pila de papeles. Es como si León Tolstoi hubiera decidido darse una vuelta para escribir algo que le había quedado sin terminar.

Está ahí todas las tardes, entre las seis y las ocho. No toma ni come nada. No mira alrededor. Es como si estuviera solo en el mundo.

Siempre escribe muy apurado pero a veces se queda pensativo, entrecierra los ojos, levanta la cabeza, mira la copa de los árboles y reflexiona un rato antes de seguir leyendo y anotando febrilmente como si se le acabara el tiempo y tuviera que volverse al lugar de donde vino.

viernes, febrero 22, 2008

La mendiga ad-honorem



Hace por lo menos quince años que la conocemos. En ese tiempo nosotros hemos envejecido notablemente pero ella se conserva siempre igual. Parecía de cincuenta años en 1993 y a lo sumo de cincuenta y uno la semana pasada.

Debe hacer varias décadas que no se baña: tiene la piel casi negra y el pelo pegoteado, revuelto y enredado, envidia de los rubios aspirantes a rasta que hay en el barrio.

Es difícil explicarlo, pero te aseguro que a pesar del deterioro profundo de toda su persona es una mujer atractiva. Tiene una cara noble y una cabeza hermosa. Una irlandesa de mandíbula cuadrada y nariz chiquita. Está vestida con harapos ennegrecidos y casi siempre anda en patas. De vez en cuando la ves con unos zapatos incongruentes, regalo de alguien del barrio: mocasines de hombre, zapatos de noche de charol negro, botitas cancheras de diseño. Siempre se los miro porque me intriga saber qué pasa con esos zapatos, que desaparecen a los pocos días y son reemplazados por otro par aún más disparatado.

Una de las características más notable de esta mendiga es que no mendiga. A veces hay en el piso un vasito de plástico con unas monedas adentro, pero ella nunca pide. Es como si dijera ma fangulo, si querés me das y si no no me importa.

Otra cosa llamativa es que está siempre acostada en el piso y casi siempre con las piernas en alto o con los pies sobre una pared. Va ocupando lugares rotativos: la vereda del hospital, el portal del banco, la entrada de la galería y se queda en cada uno varios días. Durante algunos meses vivió en el umbral de un centro de estética de aspecto completamente antiestético. Se ve que le gustaba la entradita estrecha, donde se acomodaba acostada, flexionada con las piernas bien verticales hacia arriba. Ahí la veías durmiendo o despierta días y días. Un día la dueña, que si el cartel de su local es verídico es una rubia tetona y se llama Janina Vázquez, clausuró la entrada a la escalera con una verja de hierro y la mendiga pasó a dormir en la misma posición en la vereda, al lado de la verja.

Yo la entiendo a Janina: no podés regentear un centro de estética cuya entrada está obturada por una mendiga que duerme patas arriba y que –esto es un detalle importante- se rasca desesperadamente todo el tiempo. Tiene la ropa levantada y se frota y se rasquetea la piel del pecho, de los brazos, de las piernas, día y noche, hasta que le sale sangre. Hasta dormida tiene una expresión de angustia terrible mientras se araña entera con las uñas negras y largas como de mandarín chino. Por si alguien no lo sabe, es una tortura atroz la picazón permanente, creeme.

Lo curioso es que sucia, con sarna, borracha, loca, miserable, la mendiga ad honorem es infinitamente más estética que la esteta Janina Vázquez, te puedo asegurar. Y por lejos mucho más elegante.

jueves, febrero 21, 2008

La viejita transparente





¡Qué increíble pequeñez! No medía más de un metro cuarenta, tal vez uno treinta y ocho, dobladita como estaba, y calculé que pesaba bastante menos de cuarenta kilos. Estaba toda revestida de una piel rosa traslúcida, que permitía ver en detalle su sistema circulatorio periférico como en una lámina del Testut. Casi no tenía pelo: tres hebritas blancas transparentes sobre la cabeza, que se le paraban con el aire. Cuando apareció en el barrio todos nos quedamos patitiesos. Vino de la nada, como todos los pájaros que no tienen nido. Una mañana estaba parada al costado de la puerta de la confitería pidiendo monedas con una sonrisa. No se podía creer que aguantara ahí más de quince minutos. Se ve que otros pensaron lo mismo, porque media hora después, cuando fui a llevarle un banco, ya estaba sentada muy oronda en una silla plegadiza de lona a rayas con un vaso de plástico lleno de monedas sobre la falda, sonriendo hacia arriba a cada cara que pasaba.

Buen lugar la puerta de la panadería. Estrategia pura: todos los que salían le daban una medialuna, una empanada, una porción de torta de manzana. Ella agradecía como una señorita de las de antes y se morfaba todo con un tenedor de plástico.

Un día pasé con mi amigo Martín y él le dijo amablemente:

-Qué lindos ojos tiene, señora!

-Ay, ¿le parece? ¡Muchas gracias! -y le sonrió con un gesto increíblemente coqueto, ordenándose la pelusa blanca de la cabeza con los dedos y estirándose el delantal de cocina celeste sobre las rodillas. Con las garritas sosteniendo el vaso lleno de monedas, era una señora de lo más seductora que se vio en el barrio.

Hace unos días me di cuenta: hace varios meses que no la veo.

¿Pregunto en la panadería? Mejor no.

martes, febrero 19, 2008

Parrillada de vecinas


En cuanto la sensación térmica supera los 20 grados empiezan a aparecer en las terrazas llevando su lonita o su reposera, la revista Caras, una botella de agua y un cuerpo blanco entumecido por los meses de invierno. Se despliegan al sol y se quedan ahí achatadas como hamburguesas durante las horas que el ministerio de salud señala como las menos aconsejables si uno desea evitar un cáncer de piel. A ellas no les importa: entre las doce y las tres el sol pega más y el sacrificio de cagarse de calor se amortiza más rápido.

Algunas son ejemplares solitarios: jubiladas, señoras muy mayores que, como los tigres, ya no se preocupan por una arruga más o menos. Las jóvenes suelen venir de a dos o tres y se untan con pantalla solar unas a otras antes de rostizarse vuelta y vuelta.

En la terraza de enfrente acampa todos los mediodías de verano un grupo más bien ecléctico dirigido por una giganta que no le escatima ni un centímetro cuadrado al sol. Usa bikinis minúsculos de colores fluo y se desparrama sobre la reposera con las piernas bien abiertas para que el sol no se quede afuera. Los albañiles de la obra de al lado chiflan y lanzan gritos guaraníes cada vez que se acomoda los sufridos breteles del corpiño. Es increíble lo atentos que están a cada movimiento de la giganta. Temo por la seguridad de ese edificio una vez que esté terminado.

Las otras tres también adoptan posiciones inconcebibles con el objeto de que el sol les de en todos los órganos visibles. Dos de ellas parecen entrar en un coma profundo una vez que entran en contacto con la lona. Si no fuera por la giganta, que de vez en cuando se para –otra oleada de sapucais-, mete la mano en un balde y las salpica, se deshidratarían como hongos de pino irremediablemente.

La cuarta es bien minimalista. No lleva lona: se tira directo de panza sobre las baldosas chirriantes, ordena libros y apuntes alrededor, se pone anteojos y se sumerge en el estudio sin hablar con nadie. Uno deduce que no está embalsamada porque de vez en cuando da vuelta una hoja o tuerce una pierna o dobla un brazo para quemarse la parte de adentro. Por todo lo demás parece absolutamente indiferente a sus compañeras, a la giganta en jefe y al pueblo del Paraguay que la observa en silencio hasta que se levanta, junta sus papeles y desaparece por la escalera.


Alcoholemia






Restaurante, 1 de la mañana.

Al señor circunspecto que come en la mesa de al lado se le empiezan a cerrar los ojos. Se acoda en la mesa, apoya la barbilla en una mano y escora suavemente a estribor. Sobre la mesa hay un flan intacto y una botella de totín vacía.
Los pocos clientes que quedan ya no pueden comer. Están tensos: temen que el codo se desplace y el hombre caiga de cara sobre la mesa.
Con ese increíble control inconsciente del espacio que tienen los dipsómanos, se inclina gradualmente hasta el punto justo en que su centro de gravedad queda fuera de eje y en ese preciso momento se endereza, se acomoda en la vertical y vuelve a comenzar el mismo deslizamiento, una y otra vez.
Cuando me voy, me acerco y lo miro. Tiene la boca entreabierta y mucha saliva asomando entre los labios. Calculo que no le falta mucho para el coma etílico. Les pregunto a los mozos, que lo miran con simpatía:

-¿No habrá que despertarlo? ¿No habrá que llevarlo a la casa?

-Pero no, quédese tranquila, siempre le pasa lo mismo... es el doctor X.
-¿Es médico?, pregunto espantada de sólo pensarlo.
-No, es el juez X. ¿No lo reconoce?

Por una especie de secreto médico ampliado no repetiré su apellido, pero me quedo muy impresionada pensando en los miles que en ese momento están presos esperando que el juez X se pronuncie en su causa.

También me sorprende la reacción de los mozos. Por un lado lo escrachan ante mí con un morbo evidente y por otro parecen muy contentos de tenerlo dando ese espectáculo en el restaurante. Se ve que les cae bien, que lo cuidan como a una mascota, como a un cachorrito que hubieran encontrado en la calle.

¿Qué harán a la hora de cerrar el restaurante? ¿Lo despertarán? ¿Lo meterán en un taxi? ¿Se irá caminando hasta su casa? ¿Llegará? ¿Nadie lo espera? Pobre hombre, pienso, qué ganas debe tener de que lo dejen dormir ahí mismo, entre dos sillas, como un nene.



Ya había subido este texto hace dos años, pero sin ilustración. Me salió tan bonita que repito el post para que la vean.

4, 5 y 6. Orden y Progreso

No da para subir tres posts describiendo cómo me gusta tener tiempo libre para ordenar bibliotecas, armarios y placards, asi que agrupo tres en uno y enseguida puedo pasar al punto 7 (los nuevos Birdwatching), que es más entretenido.

sábado, febrero 16, 2008

Un problema genético


J., mi hijo 1, tiene una obsesión con los sonidos. Sobre todo lo trastornan los que son repetidos y monótonos. El golpeteo de un toldo, el chirrido de una puerta, el goteo de una canilla, lo sacaban de quicio desde muy chico. Yo no tengo esa hipersensibilidad pero siempre lo comprendí: puedo imaginarme muy bien lo desesperante que es estar sometido a algo que se repite y se repite y se repite y no poder evadirse de ese picoteo en la cabeza, ya sea un sonido, una voz, una pareja, una madre, una música, un pensamiento. Tá bien: somos un poco raros. También olemos olores que nadie huele y nos parece evidente que ciertos números son salados y otros picantes y que el 1 es azul y el 4 es blanco. De eso hablaremos en otro momento. Son aberraciones de la percepción ya bien estudiadas y hasta con cierto prestigio. Ahora bien: parece que esa sensibilidad de J. se ha ido acentuando con el tiempo y en este momento no puede soportar que el perro de su vecino ladre durante más de quince minutos. Todos tratamos de persuadirlo de que no se mude y de que no asesine al perro ni al vecino, pero en esas conversaciones yo nunca estaba muy convencida porque no sabía qué haría en su lugar. Ahora sé. Los vecinos del piso de abajo son amigos nuestros: una pareja de dos hombres, médicos, muy simpáticos, que tienen un Beagle llamado U. Ahora tienen otro perro llamado A., pero al principio, cuando R. y R. estaban de guardia y U. se quedaba solo lo traíamos a casa y estábamos con él todo el día. Es nuestro perro amigo y lo queremos mucho. Pero desde hace dos o tres semanas se le ha dado por pararse debajo de nuestro balcón y ladrar y ladrar y ladrar y ladrar con un ritmo monótono, entre las 2 y las 5 de la tarde. Yo no me daba cuenta porque a esa hora estoy en el consultorio, pero ahora que estoy de vacaciones y trato de sentarme a escribir con cierta continuidad oigo su ladrido constante y no lo puedo soportar. Ayer me asomé y le dije como el rey Juan Carlos que se callara, porfi, U., por qué no te callas, que me enloqueces. Siguió durante cuarenta minutos más y finalmente me mudé de lugar. Hoy al mediodía empezó otra vez. Se lo comenté a mi chico y le dio un ataque de risa. Dijo que sufría de la misma locura familiar que J., que ahora sabe de dónde la heredó el pobre chico.
Bueno, bueno, cállate que me desesperas, les dije a los dos, perro y hombre.
A ustedes no les pasa lo mismo? Es que la gente normal puede soportar los ladridos monocordes de un perro, aunque sean de un perro amigo, más de media hora sin perder la razón?

viernes, febrero 15, 2008

3. La torta de ricotta



Masa brisé
Poner en la procesadora 300 grs de harina, una pizca de sal y 150 grs de manteca bien fría cortada en cubitos. Procesar hasta que tenga textura de arena.
Agregarle 150 grs de azúcar, 2 yemas, la ralladura de la piel de un limón y 2 o 3 cucharadas de crema. Seguir procesando hasta que se transforme en un bollo.
Envolverlo en papel film y dejarlo en la heladera por lo menos 30 minutos.

Poner a calentar el horno a 180 grados.

Relleno
Batir 500 grs de ricotta con 100 grs de azúcar hasta que se transforme en una crema. Agregar uno a uno 1 huevo y 3 yemas y batir después de cada uno. Agregar la piel rallada de otro limón. Agregar 1 cucharada de manteca derretida y una de maicena. Mezclar muy bien.
Agregarle 150 grs de pasas de uva sin semillas previamente remojadas en agua tibia un buen rato. Volver a mezclar.

Estirar bien finita la masa tratando de amasarla lo menos posible y forrar una tartera de 24 cms de diámetro. Poner el relleno y cubrir con otra lámina de masa muy fina. Presionar los bordes para unir como con un repulgue. Pintar la superficie con huevo batido y hornear a 180 grados durante 30 o 40 minutos.
Apagar el horno, dejarla reposar, sacarla y rociar con azúcar impalpable.

Esta es la receta de Dolli Irigoyen que hice la semana pasada. Quedó buenísima. Yo suelo hacerla con una receta inventada por mí, que viene a ser esta misma pero con cantidades bestiales de ricotta para que quede bien alta, pero eso es porque soy exagerada.

jueves, febrero 14, 2008

Apéndice al post anterior

La frase de V. tiene su historia y siempre la recordamos porque es muy útil para muchas cosas que nos pasan.
Como buena psicobolche yo había decidido que mis tres hijos fueran a colegios del Estado. Pensaba que debían formarse en contacto con el mundo real, no sólo en casa con mis amigos y sus amigos, sino también en el colegio. Siempre me pareció que la realidad es la mejor escuela, como diría el viejo Vizcacha. Entonces, nada de colegios particulares: los dos mayores hicieron el primario en una escuela pública del centro y después uno fue al industrial y la otra al Normal 8. Ocho años después, cuando le llegó el turno a V., la más chica, la enseñanza se había degradado un tanto. La inscribí en el colegio público más común de San Telmo, a dos cuadras de casa. A los pocos meses de empezar las clases empecé a barruntar que había sido uno de mis muchos errores como madre: la maestra le daba premios semanales porque llevaba los libros, los cuadernos forrados, las tareas hechas, el guardapolvo... hasta que un día fui al cole y pregunté por qué la premiaban tanto. La maestra era un personaje de Gasalla, una viejarra con permanente y anteojos de culo de botella. Me paró frente a la clase y gritó:

-Ninios!!! Acá se encuentra la seniora madre de la ninia V.!! Observadla! Elia es la responsable de que la ninia V. traiga sus útiles en orden y las tareas realizadas! Por eso la ninia V. recibe todos los premios a La Mejor Alucna!! Vuestras madres debieran tomar nota e imitarla!!

Yo hubiera querido atomizarme en el espacio en ese mismo momento. V. me miraba desde su banco con cara de horror y lo único que se me ocurrió decirle a la Seniorita Maestra fue que no es tan así, que no es justo, que no se puede comparar, que no todos los chicos tienen las mismas posibilidades...

Ése fue el último año de V. en un colegio del Estado. Había querido que fuera y se sintiera igual a todos los chicos y la habían hecho sentir una niñita especial.
Mientras tanto, los compañeros que iban a casa tenían algunos problemas: una nena nos explicó que era hija de su mamá y de su abuelo, porque la mamá la había tenido con su propio padre. Otro nene nos contaba que a la mañana no tomaba el desayuno y que en el colegio esperaba la hora del recreo en que les daban a todos los chicos una taza de mate cocido porque sino se quedaba dormido. Pero V. amaba a uno en especial: uno divino con el pelo negro azul, con ojos como carbones, tartamudo, al que le faltaban todos los dientes de adelante por déficit de calcio y media oreja porque cuando era bebé se la había comido una rata mientras dormía.
A., la hermana mayor de V., que era camorrera, tilinga y muy guacha, le dijo un día:
-Cómo te puede gustar ese chico? No ves que es tartamudo, le faltan los dientes y media oreja?

V. la miró furibunda, se tragó mil maldiciones y al fin le dijo:
-Idiota! No ves que uno ama los pequeños defectos?

2. La batalla (de ninguna manera la guerra) ganada contra la entropía


Uno tiende a creer que la entropía es una cosa universal que se manifiesta en fenómenos pomposos como la muerte de las estrellas o los agujeros negros de antimateria, pero te aseguro que eso es un prejuicio: en mi casa hay entropía, y de las más salvajes. No en toda la casa, sino específicamente y exclusivamente en el cuarto de V., la bebita 3, la Negra, la Beba Verde, la Chocolina, La Nena (que responde a todos esos nombres). Todo lo que cae en esa área de la casa se desmaterializa y se transforma en otro objeto de naturaleza diferente. Ejemplos:
A. un envase plástico de yogurt con cascarrias secas remanentes de su contenido se convierte en un soporte para una bombacha sucia;
B. una bolsa de nylon arrugada entra a formar parte del microclima que medra bajo la cama y permanece allí durante seis meses acumulando pelusas y poblaciones micóticas.
O bien C., una campera manchada en la manga con algo que parece semen acartonado de exhibicionista de subte queda colgada en una percha de alambre durante cinco meses bajo la prohibición expresa de ser removida y lavada.

Como buena madre entrenada en la juventud en los peores prejuicios de la era Rascovsky, aunque los miasmas se filtren por debajo de la puerta y cada visión de esa habitación me produzca un microdesvanecimiento con síntomas vasovagales, no hay poder en el mundo que me obligue a intervenir para poner algo de orden en ese magma caótico. Ahora bien: antes de irse de vacaciones (tal vez desbordada por la magnitud de su propio caos) V. me autorizó de mala gana a ordenar un poco. Eso me insumió tres días completos de trabajo a destajo. Con mi método alemán de ordenar sin desordenar empecé con el escritorio y los cajones (con la ayuda de V.), seguí con los estantes (con la ayuda de A., la nena 2) y terminé con el sector de ropa colgada (con la ayuda abnegada de mi amá).
En el piso del placard había un espesor de un centímetro de sustancias no identificadas que presumiblemente contenían ácaros, hongos, drogas psicoactivas y bacterias en proporciones no establecidas y que succioné con la aspiradora (lejos mi electrodoméstico favorito).
Avanzando trabajosamente a través de la maraña de ropa, libros y objetos inútiles, encontré un baúl de madera que contenía bolsas de nylon llenas de papeles hasta reventar. Respetuosamente pregunté "qué es esto, mi amor?". V. me contestó con un refunfuño en el que creí entender "materia". Más adelante, a fuerza de machetazos que fueron abriendo el entramado de la jungla centímetro a centímetro, encontré una gran caja de cartón rellena de los mismos objetos: bolsas de plástico con miles de fotocopias. " Y ésto, mi amor?", pregunté amablemente. "Materia", volvió a gruñir.
Con mucho cuidado para no ser invasiva indagé tiernamente acerca del significado exacto de la palabra "materia", ya que parecía constituir una gran proporción del contenido de ese sector. Una vez que le serví un café, me senté frente a ella y le tomé una mano con actitud comprensiva, V. me explicó que "materia"son las fotocopias de los apuntes de las materias que cursó, que cursará o que simplemente desea conservar bajo la forma de papeles arrugados y polvorientos durante un lapso de tiempo no establecido.
Asimilada esa data seguí mi lucha heroica contra el Kaos y la Disolución rodeando respetuosamente los depósitos de materia distribuidos a lo largo, a lo ancho y a lo alto de su habitación.
Cuando volvió de sus vacaciones le pedí permiso para guiarla a través del Nuevo Orden Maternal, que básicamente consiste en sectores diferentes, estancos y limpios para las bombachas, los zapatos, las blusas, los pantalones, los libros, los depósitos de toallas higiénicas, los preservativos Prime, las medias, y por supuesto, la omnipresente materia. Pareció quedar muy conforme con mi trabajo pero 24 horas después encontré bajo la cama un plato con migajas de tostadas y miel iniciando un nuevo proceso de entropía en combinación con una remera sudada, un paquetito de papel para armar, un pelón medio comido y un marcador destapado.
Soy conciente de que una batalla ganada es sólo eso, de ninguna manera una guerra, pero no me desanimo. No, no me desanimo.

1. El curso de encuadernación



Para qué puede querer alguien saber encuadernar? No es un oficio de viejos encorvados con uñas amarillas y guardapolvo de griseta?
Yo siempre quise saber porque me entristecen los libros desarmados. Antes los arreglaba como podía con plasticola y papelitos pegoteados, pero ahora sé reconstruirlos y dejarlos como nuevos. Además ahora si me dan un manojo de hojas sueltas o cuadernillos de cualquier papel puedo armar un libro o un cuaderno divino, sólido, elegante y del color que quiera.
Por ejemplo, blocks de papel de acuarela bueno no existen o son carísimos. Ahora puedo comprar hojas del papel más pesado y de distintos colores, cortarlo y armarme un cuaderno de pintura del tamaño y del color que se me ocurra. El cuaderno grande es rojo y amarillo porque lo hice para inaugurarlo con el curso de catalán.
Me gusta ir a comprar papeles. Papelerías, librerías y ferreterías son mis negocios favoritos. Puedo pasar tantas horas revolviendo libros viejos como eligiendo papeles, tornillos o mechas para perforadoras.

Acá les muestro los dos cuadernos que hicimos en el curso. Después hice otro, una divinidad, para el chico que quiero, con reproducciones de acuarelas y textos. Me quedó medio chingado, con el lomo demasiado grande como una alpargata de tucumano,, pero antes de regalárselo le recordé una frase histórica de V., mi hijita 3: "uno ama los pequeños defectos"

miércoles, febrero 13, 2008

martes, febrero 12, 2008

Algunas de las cosas que hice con el tiempo en que no estuve con el orto pegado a la silla escribiendo en el blog.

1. Un curso intensivo de encuadernación.
2. Una batalla (ganada) contra la entropía con importante intervención de la materia.
3. Una torta de ricotta.
4. Limpieza y orden de dos placards.
5. Limpieza, orden y nueva puesta en marcha del taller.
6. Nuevo orden mundial de las historias clínicas y archivos del consultorio.
7. Pintura de acuarelas muy bonitas. Ampliación de la serie Birdwatching con nuevos y amenos personajes.
8. Lectura de dos docenas de libros (masomeno).
9. Archivo del blog casi completo en CDs.
10. Un taller de pintura en Bellas Artes.
11. Un curso de catalán con trabajos prácticos semanales nocturnos en el Casal de Catalunya.
12. Chequeo ginecológico anual con resultados muy buenos.
13. Chequeo cardiológico mensual con resultados extraordinarios.
14. Salidas a caminar/trotar cuatro o cinco veces por semana.

lunes, febrero 11, 2008


Próximamente: todas las cosas que hice con el tiempo que me quedó libre por no escribir en el blog.

Es que ahora me da una fiaca espantosa.

lunes, febrero 04, 2008