miércoles, febrero 08, 2012

Llora por El Flaco

Yo estaba en Villa Gesell. Mis primeras vacaciones sola. Me sentía independiente y grande. Acababa de divorciarme de mi primer marido. Tenía 20 años.
Me pasaba los días en la playa, asándome bajo el sol para poder tener la piel como un papiro cuarenta años después. La protección solar no existía pero tampoco existía el agujero de ozono. Me metía en el mar y nadaba hasta que me dolían los brazos. Un día me alejé nadando demasiado o el agua me arrastró, no sé; la cosa es que me encontré muy lejos y ni por putas hacía pie. Nadé con todas mis fuerzas hacia la orilla pero en vez de acercarme me alejaba. Vi que la gente se agrupaba en la playa y levantaba los brazos. Me hundí una vez, dos veces, y me pareció sorprendente que ahogarse fuera tan sencillo. Yo pensaba que era dramático, espantoso, y sin embargo era así de fácil. Vi imágenes que alguna vez había visto pero todas a la vez, superpuestas como papeles de calco: caras conocidas, un colectivo 60, mi papá que sonríe, un árbol, una tormenta, un tanque australiano, una batata hecha a las brasas, los zapatos de ir al colegio, un vestido de piqué blanco bordado con cerezas, un lápiz mitad rojo y mitad azul, sin punta. Cuando me hundí por tercera vez unas manos me agarraron del pelo y me sacaron para arriba. Era un chico de mi edad. Me abrazó por la cintura y nadó con una mano hacia la orilla. Dos tipos venían en un bote a salvarnos. Nos colgamos de la borda. Era hermoso dejarse llevar con las piernas flojas flotando atrás y estar viva. Cuando llegamos a la orilla vomité agua salada varias veces. Nos quedamos como dos horas tendidos en la playa. Se llamaba Marcelo. Ahora debe ser un viejarro como yo, pero entonces era un flaquito precioso. Un poco ansioso y demasiado excitado por haber salvado a una chica, pero igual precioso.
Al día siguiente llegó mi amigo Ernesto. Alguien lo había llevado en un jeep Land Rover destartalado.  Apareció en la playa con una valijita y un disco en la mano. Me apuró para ir al hotel (Caniche se llamaba) porque quería que lo escuchara enseguida. Lo puso en el Winco del lobby (imaginate una época sin MP3 ni CDs, imaginate) y nos sentamos, yo en patas, con las piernas llenas de arena y el pelo mojado. El dibujo del sobre era horrible. Esa cara enferma, el lunar, los agujeros de la nariz, y la nariz larga y roja. Y el pañuelo ese a rayas.
Lo escuchamos todo ese verano y después durante el invierno lo llevé conmigo a todos lados donde hubiera un Winco hasta que el sobre de cartón se gastó y la cara horrible empezó a parecerme familiar y querida. Escribimos las letras en cuadernos, cantamos Laura va en los picnics y a cada rato nos encontrábamos con Del Guercio y con El Flaco en fiestas, de esas inocentes que se hacían entonces, pero ellos no cantaban. Eran más serios que nosotros; hablaban mucho, fumaban y miraban para afuera desde los balcones. Jamás me dieron bola.

domingo, enero 22, 2012

No creas que no estoy haciendo nada

Cuando me borro así es porque estoy haciendo muchas cosas. Además de pintar un camioncito de madera para guardar autitos, trasplantar plantas, hacer hijos de los cactus, lavar la ropa y hacer 11 prepizzas cuando hace 40 grados de sensación térmica, estoy embalada escribiendo/dibujando una especie de diario.
Tengo una pila (una auténtica pila) de libros a medio leer, en una cantidad tal que hasta a mí me está pareciendo exagerada (mirá la foto, a ver qué te parece) y tres libros a medio escribir: una novela, uno de relatos y otro sobre medicina. Estoy empantanada en los tres, perdida, sin poder avanzar con ninguno. Escribir me resulta un esfuerzo que me cansa, tal vez porque nunca me gusta lo que me sale de una. En cuanto está escrito, el texto se aleja de mí y se queda a una distancia que lo hace parecer escrito por otra persona. Lo leo y no lo entiendo o me suena tosco y pretencioso y podría corregir cada línea cien veces sin sentirme satisfecha. Los tres en los que estoy trabajando me parecen una garcha inconcebible. Pero cuando estuve en Los Cocos hace dos semanas escribí/dibujé un diario para contarle todo lo que habíamos hecho durante esos diez días a mi amiga que nos prestó la casa. Mientras lo hacía me daba cuenta de que era muy parecido a lo que hace Maira Kalman, pero me justificaba ante mí misma por plagiar su idea diciéndome que desde muy chiquita yo escribía/dibujaba en mi diario y cuando estaba de vacaciones y en las composiciones del colegio. Y a la noche con mi apá, después de comer, levantábamos la mesa y nos poníamos a dibujar los dos un rato largo y yo escribía siempre en los márgenes del dibujo.
Aunque algo esté no muy bien escrito, un dibujo completa lo que uno quiere decir. Y si tiene un dibujo cualquier texto suena menos pretencioso y menos comprometido. O no sé, pero sé que cuando escribo y dibujo a la vez puedo estar diez horas seguidas haciéndolo. Me siento alegre y cómoda como si esa fuera mi mejor manera de expresar lo que quiero.
Conocí a Maira Kalman cuando Tommy Barban me regaló uno de sus hermosísimos libros, The Principles of Uncertainty. Dijo que le hacía acordar a las acuarelas que publiqué en este mismo block bajo la etiqueta Birdwatching, en las que retraté a mis vecinos. Me quedé tildada leyendo y sobre todo mirando sus témperas. Y la última vez que fui a Nueva York justo había una muestra de ella, con todos sus dibujos, bordados y textos y un video en el que la pude ver, petisa, gordita y elegante, una rusa simpática que parecía argentina de tan desastre.
Bueno, al volver de Los Cocos me dije -Por qué no hacés eso, que es lo único que de verdad te gusta y te sale fluido? Corté muchos papeles de dibujo y de acuarela a un tamaño de 0.25 x 0.19 y estoy escribiendo/dibujando/pintando a mil todos los días. Hoy se me ocurrió que puedo ir subiendo acá lo que hago, no? Me va a dar un poco de paja escanear cada hoja, pero creo que lo voy a hacer, a ver qué te parece.