martes, enero 30, 2007

Llegaron mis vacas


Buenos Aires es definitivamente el mejor lugar de veraneo. Estos días medio frescolaris están muy bien porque se puede caminar dos horas sin cansarse, pero cuando hay muchísimos grados también es lindo porque la gente tira la chancleta, anda medio en bolas y pierde el pudor como si se fuera a terminar el mundo. El sudor y el descamisamiento crean la ingenua fantasía de que el pecado no existe y que después del verano no viene nada. Ayer ví unos carteles en un programa que se veía en los televisores del gimnasio: decía EN VERANO AUMENTAN EL DESEO Y LAS INFIDELIDADES, y mostraban cómo trabajan los detectives contratados por cónyuges desconfiados para detectar a la patrona apretando en el bosque.
Todas las tapas de las revistas tienen fotos de culos de mujeres y una tiene la de un grasa que no sé cómo se llama, con el pantalón medio bajado y un par de tetas brillantes de bronceador.
El mensaje implícito es "A garchar que se acaba el mundo". Pero ese llamado de la selva ya no despierta alegría como cuando empezó la primavera. Después de tantas semanas de calor todo está como una fruta demasiado madura, a punto de reventar y de ser atacada por las moscas. En febrero ya se demostró que todas las expectativas eran falsas, los padres vuelven exhaustos después convivir 24/24 hs con los hijos, las parejas vuelven chirriando por la misma razón y todos, hombres mujeres y ninios, tienen cara de culo porque les espera un año entero de trabajo.
La espantosa rutina empieza de nuevo. Las piernas peludas vuelven al pantalón de donde nunca debieran haber salido, los tatuajes orientales vuelven a ocultarse bajo la camisa, todos los pies desaparecen debajo de las medias, vuelven el papel araña, las reuniones de padres y los cuadernos Rivadavia. Hay que volver a organizar la vida para que sea idéntica a sí misma, igual a la del año pasado y a la del próximo.

Me parece que quedarse en Buenos Aires es bueno porque no uno no se engaña con la ilusión cortísima del verano. En la ciudad es lindo ver cómo se suceden los ciclos naturales y cómo el calor afecta a las plantas, a los animales y a las personas.
Al atardecer las mamás sacan a pasear a los bebes en cochecito. Me encanta mirarlos. Van dormidos, medio derretidos como quesos mantecosos, como pequeños borrachos desmadejados con las patas abiertas. Los perros duermen estirados a la sombra en las veredas para dispersar todo el calor posible y apenas tienen energía para abrir los ojos y mirar hacia arriba al transeúnte simpático con una mirada aburridísima. Las hojas empiezan a caerse el 20 de enero y esa es la primera señal silenciosa de que el otoño ya está ahí.
Hoy es mi último día de trabajo antes de las vacas. Empecé a las 10 y termino a las 11 de la noche. Igual, mis pacientes saben que en febrero voy a estar y que pueden llamarme para conversar sobre vómitos y diarreas cada vez que sientan necesidad de hacerlo. Cuando cierre el consultorio voy a
poner a lavar el guardapolvo, las toallas y el forrito de la camilla como hago todos los viernes, porque aunque es martes, éste es un superviernes anual. Y mañana voy a desparramar sobre el escritorio todos los papeles para empezar a trabajar en la ponencia que tengo que presentar para un congreso. Además voy a escribir, voy a dibujar, voy a ir al cine y voy a caminar mucho. Y voy a ir a pasear con SF, que vino de Berlín por un ratito, le voy a mostrar mi árbol psicodélico y voy a almorzar con La Rosita que está triste.

Tesoros que se encuentran con sólo mirar



El fósil de un helecho incrustado en una laja en un lugar cualquiera de la ciudad. Cuando paso, paro un poquito y lo saludo. Cuando fue un helecho que crecía al sol y veía pasar corriendo a los velocirraptors, nunca imaginó que tantísimo tiempo después una señora tan rara en un lugar tan extraño lo saludaría amablemente todas las mañanas.

domingo, enero 21, 2007

Amores perros

El amor imposible no es exclusivo de ninguna especie. Vean sino la historia de mi perra Daga, que era una gran danesa gigantesca. Tratamos de que se copara con unos grandaneses calentones pero le daba miedo: iban a visitarla unos machos que estaban refuertes (hasta yo los miraba con simpatía) y ella se escondía detrás de mí lloriqueando. No hubo forma. Llegó a la edad adulta absolutamente virgen y al final nos resignamos. La llevamos a vivir al campo y alli conoció a Pancho, el perro salchicha del jefe de la estación Hornos. Era negro, gordo, medio deforme (el perro), pero enseguida se cayeron bien. El lomo de él llegaba justo a la altura en que empezaba la panza de ella. Primero se olisquearon a conciencia los respectivos culos y después corrieron por el potrero hasta cansarse. Daga corría más rápido, claro, pero esperaba a Pancho cuando él se cansaba de trotar sobre sus patitas torcidas. En cuanto él la alcanzaba, ella volvía a correr con toda su elegancia danesa pero se paraba enseguida para ver por dónde andaba él. Eso duró varios meses. En algún momento ella se puso en celo y la cosa cambió. En lugar de juguetear inocentemente como dos perros, Pancho empezó a hacer visitas formales: se aparecía al atardecer todo peinadito y correcto como un suboficial de la Prefectura en la puerta de la casa. No traía masitas porque no podía llevarlas, pero era evidente que hubiera querido hacerlo. Yo lo dejaba pasar y él caminaba muy circunspecto hasta encontrar a Daga, que lo esperaba desparramada en el pasto con una cara muy lasciva. Se olían un rato saltando en círculos frenéticos hasta que a él se le paraba. Entonces empezaba una serie de intentos frustrantes: trataba de metérsela en los lugares más inaccesibles una y otra vez y los dos iban desesperándose más y más. Yo no podía creer que no se les ocurriera algo de todo lo que se nos ocurre a los humanos. Había escalones, troncos, camas, miles de accidentes geográficos naturales en los que hubieran podido acomodarse para compensar su diferencia de altura, pero ellos parecían no verlos. Un día lo puse a Pancho en el escalón de la cocina y a Daga más abajo y les expliqué que así coincidían justo. Pensé que iban a decir "Eureka", pero no fue así: siguieron intentando las posiciones más estúpidas y yo me dí cuenta de que era imposible ayudarlos. Hasta la más modesta imaginación humana era demasiado para ellos.
Lo triste es que los dos se querían mucho. Hubieran hecho una buena pareja porque tenían muchos intereses en común. Después de algunos años Daga se enfermó, la llevé a casa y se murió en Buenos Aires lejos de Pancho. Él nunca volvió a saber nada de ella.

Ende sin fin

Creo que las pelis que más me gustan son las que hacen para los chicos. Claro, los chicos no son ningunos boludos. Las vería 20 veces si pudiera. Entre otras cosas me gustan porque sé que no van a degollar a un nene ni van a cortar en pedacitos a una mamá.
Las que más me gustan son Laberinto, Leyenda, Duna, El Extraño Mundo de Jack, El cadáver de la Novia y Jumanji. Pero a cada rato me acuerdo también de La Historia Interminable. Esa me encantó. Después de verla fui corriendo a comprar el libro y ahí descubrí a Michael Ende, un alemán medio chiflado que escribe cosas bellísimas. Y esto conecta con el tema del label Amores Imposibles. Hay un cuento de Ende que está en el libro El espejo en el espejo y que relata una historia de amor imposible, circular, que nunca se termina. El principio es así:

Es una habitación y al mismo tiempo un desierto. Las paredes desnudas se alzan lejanas y brumosas en el horizonte. Alrededor nada más que arena, montículo tras montículo, interminable en todas las direcciones. Arriba en el cenit cuelga un sol candente ¿o es una lámpara con una pantalla de esmalte azulado? La deslumbrante luz mata todos los colores, deja sólo superficiees blancas y sombras negras: el esqueleto de la luz, cegador, insoportable, mortífero, el maligno brillo de un aparato de soldar cósmico.
La habitación tiene dos puertas gigantescas, colocadas en la incandescencia azul del cielo, una al Norte y otra al Sur sobre el horizonte tembloroso.
De la puerta septentrional, una huella serpenteante de pequeños cráteres de arena conduce hacia el desierto. Allí avanza un hombre pequeño como una hormiga. A cada paso se hunde hasta los tobillos, se tambalea, rema con los brazos.
Es el novio.

La historia sigue con el relato de los desencuentros eternos entre los dos que se aman hasta el final. Y al final se va disuelven por separado en el desierto. Siempre me entristeció mucho leer ese cuento. Pero al mismo tiempo me gusta porque es muy bello.
Además, es curioso que Ende quiere decir "fin" en alemán, y que este Miguel Fin escribe todo el tiempo sobre relaciones que nunca pueden concretarse ni terminar.

sábado, enero 20, 2007

Viernes a la noche, sábado a la mañana


Ayer, nueva lectura y reportaje a un escritor en el Botánico. Había mucho viento y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento. Yo fui asustada porque el viento me da miedo, pero fui igual porque se me había ocurrido que podía filmar todas las lecturas y a Damián Ríos le pareció muy bien. También había quedado en llevarle a Juan Diego su regalo de Navidad que me había olvidado de darle y en conocer a crab, para lo cual iba a ir con un cangrejo en la mano.
La línea D corría con atraso y el subte llegó muy lleno. Eso también me asusta. No puedo parar de imaginarme que hay un incendio o un accidente, que la gente enloquece y que todos se matan a pisotones. Igual lo hago, pero me pongo muy tensa y alerta.
Al lado mío había dos jóvenes extranjeros de esos que ahora hay por miles en el subte. Hablaban en inglés de posibles destinos exóticos: La Puna, Chiapas, Macchu Pichu, la fábrica Bruckman. Además había un tipo grandote, una especie de patovica muy sudado que miraba a los extranjeros y a mí con mucha atención. Cuando me bajé en Plaza Italia, caminé unos metros por el andén y de repente oí una voz masculina que me susurraba en el oído izquierdo "Te puedo acompañar?" Pegué un salto hasta el mural de la cúpula de la estación. Era el patova sudado. Me pidió disculpas: "Perdón, no tenía la intención de asustarte" "Pero me asustaste igual, boludo", le contesté furiosa. Mientras caminaba aterrorizada hasta el Botánico me preguntaba por qué había reaccionado así y desubrí que había tenido la fantasía instantánea de que el que me hablaba al oído era crab, que me había identificado en el subte mediante no sé qué arte de birlibirloque, y que era un degenerado de cuidado. Por eso me olvidé de extraer el cangrejo que llevaba en la cartera y recién lo exhibí una vez que me senté en el pasto. Miré alrededor y aparte de los consabidos jovenzuelos que van a las lecturas y de muchas personas conocidas, sólo había seis o siete ancianos y ancianas muy deteriorados, sentados en banquitos plegables, ninguno de los cuales podía ser crab.
Enseguida apareció la señora psicótica del viernes pasado y se sentó al lado mío. Juan Incardona me propuso ir a sentarnos lejos, al fondo pero yo quería filmar cerca del escenario.
Igual, llegó un hombre con un termo y un mate y se sentó al lado de ella y hablaban. Pensé que él era su acompañante terapéutico y que ella no se había olvidado de tomar los antipsicóticos esa tarde, asi que estaba bastante compensada. De hecho, cuando todo terminó se fue sin hacer ninguna manifestación psiquiátrica.
La lectura de Gonzalo Castro estuvo muy buena. Me pareció muy atractivo el tema del libro (Hidrografía Doméstica) que leía: una chica de 10 años que vive sola y que tiene una relación especial con el agua. Y después, el reportaje se centró en la editorial (Entropía) de Castro y eso también estuvo muy interesante. Pero había mucho viento, enseguida se hizo oscuro y yo tenía frío. A veces parecía que se iban a volar todas las cosas. Los eucaliptus largaban miles de hojitas agudas todo el tiempo y los pájaros esta vez volaban muy muy alto. Me puso muy triste. Cuando todo terminó era casi de noche. Eso me puso más triste. Volví caminando y pasé por un restaurante horrible que había frente a Hermann, donde enseñaban a bailar tango, y ví que está cerrado y que alquilan el local. Eso me puso mucho más triste. Pasé por Mascaró y compré Hidrografía Doméstica pero todavía no lo empecé porque estoy leyendo El Sonido de la Montaña, que me está poniendo muchísimo más triste.
Esta mañana fui a la placita romana del jeropa y esta vez no había nadie. Desde allí miré la barranquita del monumento a Mitre, y abajo, al borde de Libertador el tronco mutilado que parece un San Sebastián. Después fui a visitar al árbol narcótico anónimo, que estaba prendido a full: vibraba y centelleaba como nunca. Eso me puso un poco contenta.

jueves, enero 18, 2007


La pasión es como la grasa: cuando está caliente no hay nada mejor; cuando se enfría no hay nada más horrible.








Creo que lo dijo Vivi Tellas hace muchos años.

Hay una placita que parece romana.
A veces voy y me quedo. Pero ayer había un tipo acostado en la baranda haciéndose la japa.
Me fui para no interrumpir.

El tiempo y el verano todo lo evaporan.

martes, enero 16, 2007

No me morí nada

Pasé una noche de perros gimiendo y tosiendo. No dejé dormir a M.4, dulzura de hombre, que sin hacer ruido ni prender la luz se levantó a las 3 de la mañana y se puso a escribir. Yo sentía todo eso en un estado que oscilaba entre la pesadilla y el delirio y no podía moverme ni hablar pero el agradecimiento y la ternura me hacían segregar grandes cantidades de lágrimas sin llorar.
Me desperté como si me hubiera atragantado con una bola de pool al rojo vivo. Recién después de tomar despacito un vaso con echinácea y de darme un baño con aceite de tomillo pude empezar a comunicarme con el mundo exterior.
Tomé un café con leche hirviendo, puse a lavar ropa, planifiqué las comidas del día y le preparé un plato de frutas a M.4, que seguía escribiendo. Después abrí mi blog y encontré los comments amigables y cariñosos. Me sentí como Sandro cuando tiene una crisis y sus fans van a la puerta del Diagnóstico con pasacalles. Gracias, gracias.
Hoy no estoy en mi mejor día, pero mañana volveré a pegarles en los dedos cuando se porten mal.

lunes, enero 15, 2007

Creo que me muero

Los enfermos del Servicio Meteorológico nos han mandado dos días de invierno en medio del verano y yo me distraje y salí dos noches mal abrigada. Ayer empecé a sentirme mal y hoy me siento morir. Me duele todo el cuerpo, cuando toso se me parte el pecho de dolor y no puedo moverme. No cometí ninguno de los errores que cometen los legos: no tomé antibióticos ni paracetamol ni ibuprofeno ni aspirinas. Tomo mucha agua, mucho té verde y me quedo quieta leyendo tumbada en un sillón. Pero ahora me siento morir; me duele el tórax cuando respiro y no puedo dejar de pensar en la gripe española (nombre hipócrita de la gripe aviar). Estoy estudiando el tema desde hace dos años para presentar un trabajo en un congreso y me sigue horrorizando la forma en que se mueren los que la contraen. La descripción de las autopsias y los relatos de los testigos son espeluznantes. Nunca ninguna epidemia mató tanta gente en tan corto tiempo. Pienso en Egon Schiele y en su mujer, que se murieron jóvenes con tres días de diferencia y en los papás de Mary Mc Carthy y me vuelve a dar pánico de una nueva epidemia.
Mientras tanto los pacientes no paran de llamar inocentemente consultando por sus hemorroides y por sus alergias y no saben que les contesto desde mi lecho de muerte.
Por si me muero les pido disculpas a todos los que maltraté con mis ironías por hacerme la graciosa. Les pido perdón a crab y al Rufián Melancólico y también a A., que fue siempre tan tolerante con mis arbitrariedades. Y a todos los estudiantes de Letras que defienden a Guattari, al rizoma y a la jerga hermética de la que yo me río a carcajadas. Y le pido perdón a Sebrelli por haberme reído de su problema de columna y de su cara de orto.
Si mañana estoy viva olviden todo ésto y volvamos a empezar, pero no quería dejar de decirlo por si me muero esta noche tosiendo pedazos de pulmón.

Esteticismo, por qué no?


Ésta es la versión esteticista, como diría Link, de la misma imagen. No tiene nada que ver pero la publico porque es linda.
Para el perver de A., aclaro que sí, los zapatitos de cebra son mis quesos.

Ahora una chabomba


Domingo a las 12 de la noche, Jean Jaurés y Viamonte. Una chabomba muy baqueteada me asalta recordándome que aún no se ha podido confirmar ninguna de mis hipótesis acerca de las ropas abandonadas en la vía pública.

sábado, enero 13, 2007

Ahora un calzón


Hoy a la mañana encontré este calzón en la vereda, en Pueyrredón y French.
Será del dueño de las zapatillas azules?
Es posible que alguien se saque el calzón por la calle? Una posibilidad es que el dueño se haya cagado, pero lo curioso es que parece limpio, sin uso; no parece cagado y ni siquiera sudado.
Mi mente detectivesca me sugiere que quizás se haya desprendido de una soga de ropa lavada porque hoy había mucho viento.
Ésa puede ser una explicación tranquilizante, pero para las zapas azules todavía no encuentro ninguna.

Culebrilla en el Botánico III

Algo en el Botánico me hizo acordar a un episodio que ocurrió hace como veinte años en la quinta que teníamos en Las Heras. Era el mediodía, pleno verano, y estábamos alrededor de la pileta, medio dormidos. Yo oía un ruido minúsculo que se repetía a intervalos regulares. Podía ser uno de los mil sonidos de la naturaleza que se oyen todo el tiempo en el campo, pero éste se diferenciaba porque era una voz, una vocecita que clamaba con una angustia profunda. Yo me senté, paré la oreja y dije -Alguien se está quejando... hay un animal que está sufriendo. Todos los que me conocen bien se mofaron de mí, se rieron de mi imaginación desbordada y de mi tendencia al dramatismo. -Oh, sí, debe ser una comadreja que tiene dolor de panza! -No, es una zarigüeya que está triste! -Un duende con dolor de muelas! -O una oveja que se cayó por la chimenea! decían entre risotadas y no me dejaban oír el lamento. Les ordené que cerraran sus bocazas y fui acercándome al lugar de donde brotaba el sonido. Salía del galpón donde se guardaban las monturas. A simple vista no había nada, pero afinando el oído lo localicé en una pared de ladrillos muy vieja. Cuando me acerqué ví algo horrible: entre dos ladrillos flojos asomaban las patas de una ranita. Se sacudían unos segundos con desesperación y después se quedaban quietas y colgando, totalmente laxas, como muertas. El gemido se oía en ese momento de inmovilidad. Era una queja resignada, como de alguien que está exhausto de sufrir y pidiera que el fin llegue de una vez . Durante la fase de movimientos desesperados, la rana se sumergía más en la fisura como absorbida por una fuerza invisible.
Me acordé de las maniobras que se hacen en los partos complicados y del parto de un ternero en el que tuvimos que usar un aparejo para tirar de las patas porque estaba puesto al revés y no podía nacer. La clave es tirar suave y con firmeza en la fase de relajación y no intervenir en la fase en que la fuerza contraria tira o aprieta. Así el bebe/ternero/rana no se lastima. Entonces agarré las patitas colgantes, tiré muy suavemente hacia afuera y extraje una parte de la rana. Una succión poderosa tiró de nuevo hacia adentro. Cuando aflojó volví a tirar y saqué una porción mayor de rana. Vuelta a chupar desde el interior de la pared. Nueva espera. Cada maniobra rescataba un cachito más de rana, hasta que sólo quedaban la cabeza y el cuello sumergidos en la pared. Esa fase final era la que más me preocupaba: podía quedarme con la rana decapitada en la mano si no lo hacía bien, asi que los últimos movimientos fueron casi imperceptibles, sosteniendo a la ranita fláccida en la palma de la mano. Finalmente, junto con la cabeza de la rana extraje otra cabeza: era una víbora. Con la boca muy abierta sostenía la cabecita de la rana y hacía movimientos de deglución para tragársela otra vez. Me miraba furiosa. Fue la primera vez que ví la mirada desesperada de un predador cuando cree que algo amenaza la posesión de su presa. Una vez que terminé de rescatar a la rana, que parecía muerta, levanté del piso una ciruela muy madura y la encajé en el hueco de los ladrillos. Tampoco era cuestión de que la pobre viborita pasara hambre, pero que se haga vegetariana, pensé. La ranita estaba toda malaxada, aplastada, sin tono muscular. Los bromistas estaban mudos y conmovidos; me ayudaron a hacer un lugar húmedo y mullido debajo de un árbol y buscaron una caja para ponerle encima a la rana salvada.
De a poco fue recuperando el tono normal de las patas y el tronco y adquiriendo la forma de una rana normal. Lo último en recuperarse fueron los brazos y la cabeza, que eran las partes que más tiempo habían pasado en el esófago de la culebra. Me quedé con ella hasta la noche, cuando empezó el croar de todos los sapos y las ranas del campo. Entonces empezó a saltar dentro de la caja. La dejé salir y se fue muy apurada. Arrastraba un poco una pata pero por lo demás parecía estar muy bien.

Culebrilla en el Botánico II

Íbamos hacia la salida caminando despacio sobre las piedritas resbalosas que se meten entre los dedos si uno tiene sandalias y dentro de los zapatos si uno tiene zapatos. Hablábamos en grupos y en voz baja porque todavía estábamos impresionados porque una señora presa de un brote de psicosis paranoica nos había interpelado (en la acepción vulgar, no en la puaner del término) a los gritos después de la lectura. Pretendía alertar a los jóvenes acerca de la amenaza que representan los medios, los blogs, el periodismo, el peronismo y el poder económico judío. Algunos bienintencionados argumentaron un poco al principio pero rápidamente se dieron cuenta de que estaba desequilibrada y empezaron a desbandarse con disimulo. Ella iba levantando la voz, enardeciéndose, acercándose a un punto de autocombustión del que es aconsejable estar bien lejos.
Caminábamos con El Monstruo del Lago Ness detrás de su mamá, hablando de madres y de abuelas y de cómo es necesario morirse un dia pero cómo duele. Gatos variopintos nos observaban desde el pasto y desde los bancos de cemento con miradas despectivas, amenazantes, aburridas. De repente apareción un mini gato blanco y negro caminando con torpeza entre nuestros pies. Nessie lo levantó poniéndole la mano bajo la pancita y enseguida lo dejó porque sintió que tenía el corazón muy acelerado. Cuando estábamos llegando a la puerta el bebé de gato se acercó otra vez a nuestros pies, medio curioso o medio confundido. Todos teníamos miedo de que nos siguiera hasta la pizzería Kentucky, pero por suerte se volvió con su familia de gatos de todos los colores y miradas.

Culebrilla en el Botánico

Ayer en el Botánico, lectura de Juan Diego Incardona y después reportaje que le hizo Damián Ríos. Juan leyó La Culebrilla, el primer capítulo de Villa Celina. Lo hizo con Marina Kogan, que hacía las voces femeninas como una celinense nativa. Era como un radioteatro de los que escuchaba cuando era chica, cuando no había televisión. Nos acostábamos con mi primo Rodolfo en su cama, prendíamos la radio y nos tapábamos hasta la cabeza. Levantábamos la frazada con las manos para poder respirar y formábamos como una carpita donde se estaba a oscuras pero se colaba algo de luz que se veía rojiza por el filtro de la frazada. En los momentos de suspenso nos frotábamos los pies con nervios y cuando teníamos miedo soltábamos la frazada y nos abrazábamos gritando bajito. En los momentos de amor nos quedábamos quietos, mirando para arriba ese especie de cielo bajo con olor a polvo y a naftalina que nos cubría la cabeza. Ayer, cuando la tensión se relajaba porque La Chola se había hecho cargo de la situación y estaba curando a Juan y Juan se iba quedando dormido sin saber por qué, era igual que entonces: uno podía dejar los ojos abiertos y ver todo como en una película. No había frazadita pero estaban los eucaliptus de hojas largas encima como un techo protector.

jueves, enero 11, 2007

200 MERTOS

Los jacarandaes no jacarandean más. Sólo quedan algunas florcitas solitarias, machucadas.
Tal vez no esté tan mal, porque en la época en que florecen y cubren el piso de violeta suelen ocurrir las tristezas más grandes (separaciones, desilusiones, rupturas).
Se sabe que el jacarandá florecido es muy malo para el amor.


lunes, enero 08, 2007



Para que no me vuelvan a pedir ninguna receta, acá tienen dos imágenes verídicas de la comida que hice el domingo a la noche. Espero que con esto escarmienten.

Es verdad que me había pasado todo el día leyendo y escribiendo y me sentía más Simone de Beauvoir que Ketty de Pirolo, más Marta que Magdalena, más Beatriz Sarlo que Casa Foa, pero igual lo que hice es una aberración sin nombre.

A las 11 de la noche nos agarró hambre y sacamos lo que había en la heladera. Como no hay ningún chico viviendo en la casa nos estamos transformando en una especie de Unabomber, dos viejos desarrapados y excéntricos, y comemos lo que hay. Nuestro único límite es que no esté cubierto de moho por completo.

Anoche encontramos estos restos mortales de lo que alguna vez fueron tres salchichas y a mí se me ocurrió hacer unos papines rellenos con queso de kefir, un arrebato típico mío, una exhuberancia inoportuna, una crisis de dollyirigoyenismo después de la bomba de neutrones. Si me hubiera limitado a hacer una ensalada todo hubiera sido más sencillo pero más digno, pero no fue así.

Después de hervir las papitas tiré los cadáveres de las salchis en agua caliente para que recobraran forma humana y mientras tanto fabriqué un relleno con el kefir, aceite de oliva y pimienta. Cuando las papas estuvieron cocidas las corté y traté de rellenarlas pero en contacto con la papa caliente el queso se disolvió, se transformó en un líquido oleoso y las papas patinaban en él irremediablemente.

Comimos ese horror medio frío en el balcón y después tuvimos la mala idea de ver una peli de Kurosawa que nunca habíamos visto. Era sobre un grupo de marginales que viven en una especie de villa miseria pero japonesa. Los subtítulos estaban en italiano. Era un bajón terrible: una japonesa se moría de tuberculosis, otro era Toshiro Mifune y había un viejito bueno que los iba transformando a todos en japoneses buenos. Eso creo, porque nos quedamos dormidos antes de la mitad.

Todo eso nos pasó porque el sábado al mediodía tuvimos la fantasía perversa de ver unos discos de Sandro que me regaló M.4. Son sus canciones extractadas de películas que filmó cuando todavía tenía un poco de tejido pulmonar sano. Es tan, pero tan impresionante oírlo, verlo mover la pelvis y volver a ver esos actores, esa ropa, ese maquillaje, que quedamos deprimidos todo el fin de semana. Claro, después era inevitable seguir derrapando en la ignominia.


Acá está ubicado el argolito que vibra y suena. Es muy fácil encontrarlo pero además hay miles como él distribuidos por todas las plazas de Buenos Aires. Debe ser el árbol más vulgar del mundo.

Hoy pasé cuando iba al Melba. Eran las 6 de la tarde y el sol ya no le daba de pleno. Me quedé un rato parada al lado arriesgándome a ser vituperada por un grupo de fumones acostados en el monumento a Artigas. Pero el árgol no vibraba ni reflejaba ni nada. Tampoco sonaba, porque no había viento.

Las tres o cuatro veces que hizo su performance alucinógena era el mediodía o cerca del mediodía. Se ve que después de esa hora la luz se desplaza ya no lo ilumina y se transforma en un árbol común y silvestre.

Acuerdos muertos


Si no salía del río
quería sentarse en el medio,
sentarse sobre mí.
Es como detener contra años
en el centro un acomodo,
nunca a un lado,
como ponerlo en soledad del corazón,
en lo más manso,
como pensar que todavía ayudarnos
a los que están cansados.

Recuerdo repugnante
y destinos dobles en recuerdo.
Nada menos sobre Guillermo sentarse.
Como sentarse sobre el brillo por los saldos.
Tiene caballos Duncan Amador y
necesita las bases campesinas.

Común y plantones en esos dos años.
Los restos del negocio del amanecer
y unos candidatos con rasgos descendientes brasileños
les provocaron hijas y nacieron cuchillos.

Se pueden contar por el medio,
contar por alimentos.
No son iguales los insecticidas,
de millones de años a estos procedimientos asesinos,
con las manos abiertas y mirando las ciencias.

De qué dos delitos, las rodillas vistas blancas.
Negro, el patrón se lo curó mirando el aire
por hablar de deportes de 8 a 3
bajo el cielo gris perla súbita del cielo.

Hubo desarrollos unitarios,
se acerca julio y me dice qué trabajo será el agua
para pasar debajo de la piedra.
Mejores diez, un camino, las cívicas celestes en la noche.
Qué trabajo será el agua,
qué trabajo será el hombre.

domingo, enero 07, 2007

Invitados a una decapitación

A todas las estatuas y los bustos les fueron arrancando los pedazos vendibles para hacerlos guita. La consecuencia es que todos los parques de Buenos Aires están llenos de pedestales vacíos y de personajes anónimos. Éste es una de los pocos bustos con cabeza que quedan. Lo hizo Menchi Sábat y es una donación de la República Oriental del Uruguay. No se la afanaron porque le hicieron un corralito alrededor. Pero ahora no se sabe quién es porque se chorearon la placa con el nombre.

Vegetales alucinógenos en Palermo



En las plazas de Palermo hay unos árboles extraordinarios.

Una vez me había quedado paralizada frente a uno de ellos pero pensé que era un problema mío. Ayer lo encontré otra vez y confirmé que el raro es él. Tiene varios hermanos alrededor y todos tienen el mismo comportamiento.

Las hojas tienen un dorso verde brillante y una panza blanca opaca. Eso hace que al moverse con el viento brillen como lentejuelas, pero como lentejuelas frenéticas, como si un gran corpiño de vedette hubiera crecido de la tierra y se sacudiera incansable al ritmo de un mambo. El reflejo hace un efecto de vibración visual tan intenso que uno se siente como si se hubiera tomado un ácido de los buenos (de los que había hace 35 años, no una de las garchitas masticables que hay ahora). No me sorprendería si le provocaran una crisis epiléptica a alguien predispuesto. Te deja el cerebro scintillando por media hora por lo menos.

Además, por una rara característica estructural, cuando las hojas y los tallos se agitan producen un sonido increíble, crocante, como un gran sonajero arrullador. Es un sonido envolvente, mesiánico, que no se sabe de dónde viene y da ganas de tirarte ahí nomás donde estás y quedarte dormida. Lo hubiera hecho pero justamente en ese momento había una jauría de perros cagando alegremente a lo largo y a lo ancho de la plaza y por el momento preferí seguir caminando.

Hoy volví a pasar porque me quedé pensando. Como no había sol ni brisa parecían árboles comunes, correctos y serios como todos los árboles. No brillaban ni sonaban. Pasé varias veces alrededor del primero que conocí para ver si hacía algún sonido mínimo, pero no: estaba mudo.

Les recomiendo en serio que tengan esa experiencia un día de sol y brisa.

sábado, enero 06, 2007

Rastros


A cada rato se ven en la calle zapatillas, zapatos y ropa tirada. Yo me paro, miro bien para descubrir un detalle revelador y miro alrededor para ver si puedo saber qué pasó No entiendo cómo alguien puede perder los dos zapatos en la calle.
Antes cuando uno encontraba documentos enseguida sabía lo que había pasado. La gente los tiraba y gritaba su nombre cuando lo estaban metiendo en un Falcon, para que los transeúntes avisaran a la familia.
Cuando uno sufre un shock los pies se contraen y pueden salirse de los zapatos. Yo estuve en un accidente espantoso cuando tenía 17 años y todos salimos arrastrándonos y en patas. Era impresionante ver los zapatitos fijos como pegados en el piso y la persona tirada al lado, descalza. Era como las historietas de Billiken, cuando los personajes se sorprendían y saltaban hacia atrás dejando los zapatos en el piso y decían –Plop!
A veces parece que alguien hubiera sido atropellado por un auto y sus zapatos hubieran quedado ahí, pero eso tampoco es posible porque cuando uno carga en la ambulancia a un accidentado levanta todas las cosas que llevaba.
Cuando voy a caminar siempre encuentro cosas y después sigo caminando pero un poco preocupada –Dónde estará ahora esa persona?, me pregunto, –La habrán matado? –Volverá a aparecer? –Simplemente tenía calor y se sacó la camiseta y la tiró por ahí? – Y por qué nadie levanta y se lleva esa ropa, siendo que a alguien le puede venir tan bien? –Serán hechizos que nadie quiere tocar?
Son preguntas vagas que se me van disolviendo con el cansancio y nunca tienen respuesta.
Una vez encontré una remera nueva y muy buena aplastada por los autos en la calle.
Hoy a la mañana encontré este par de zapatillas perfectas en una plaza. No había nadie alrededor.

viernes, enero 05, 2007

Informe esclarecedor para aquell@s que creen que la erección se debe a un hueso retráctil.


El pene de los mamíferos está formado por dos cuerpos cavernosos colocados como los cañones de una escopeta, y un cuerpo esponjoso que termina en el glande.
El surco longitudinal que se ve en la cara inferior es la unión de los dos cuerpos cavernosos. Por allí pasan los nervios, las arterias y las venas que alimentan de sangre y de impulsos nerviosos al órgano. Debajo de la piel hay una capa formada por tejido conectivo y músculo liso (es decir, de acción involuntaria), llamada fascia de Colles. La capa inmediata inferior es la fascia profunda, o fascia de Buck, una membrana resistente que rodea a ambos cuerpos cavernosos y al cuerpo esponjoso de la uretra pero no llega a cubrir el glande. Finalmente encontramos la túnica albugínea o vaina fibrosa, que forma la pared externa de los cuerpos cavernosos y tiene un papel muy importante en la erección. Este tejido alcanza rápidamente su límite máximo de expansión y produce la rigidez peneana.
El tejido eréctil es la parte fundamental de los cuerpos cavernosos, que a su vez están envueltos por los músculos isquiocavernosos y bulbocavernosos. El tejido eréctil funciona como una esponja. Está formado por trabéculas que tienen fibras musculares lisas, (es decir, de funcionamiento involuntario) rodeando espacios lacunares.
El cuerpo esponjoso rodea la uretra (el tubito por donde pasa el pis) y tiene dos dilataciones: una anterior, que es el glande, y otra
posterior, que es el bulbo uretral, una estructura muy vascularizada.
La respuesta eréctil es un fenómeno eminentemente neurovascular, controlado por los sistemas vegetativo o autónomo y cerebroespinal o somático. El principal controlador de la erección es el sistema autónomo con sus dos vertientes: simpático y parasimpático. La erección es el resultado de mecanismos reflejos integrados a nivel medular, que pueden desencadenarse por estimulación psíquica y/o refleja. La de origen psíquico se produce por estimulación de los sentidos o por fantasías sexuales.
La de origen reflejo deriva de la estimulación exterior de los genitales. Los dos sistemas actúan sinérgicamente para producir la erección, aunque funcionalmente sean independientes. La estimulación aislada de los órganos genitales no siempre producirá una respuesta erectiva, ya que estos estímulos son integrados en niveles cerebrales superiores, donde se discrimina la calidad del estímulo, y en este punto actuarán factores de orden emocional, afectivo y erótico que pueden actuar facilitando o inhibiendo la repuesta.
El primer paso en el proceso de la erección es la dilatación de las arterias del pene, lo que produce aumento del flujo sanguíneo arterial y en consecuencia acumulación de sangre y aumento de la presión dentro de los espacios lacunares. Esto produce la compresión de las venas emisarias que corren entre ellos, lo que impide el vaciamiento de estos espacios y mantiene la erección. A este proceso se le llama fenómeno corporo-veno-oclusivo y como se comprenderá, constituye uno de los factores de mayor relevancia en el desempeño sexual masculino. En individuos sanos el flujo de las arterias cavernosas puede aumentar entre 20 a 50 veces. En estado de flacidez el pene presenta una presión intracavernosa que fluctúa entre los 10 y los 20 mm de mercurio. En la fase de tumescencia (cuando se inicia el proceso erectivo), la presión intracavernosa se eleva hasta aproximadamente los 75 mm. Durante la erección, la presión se eleva entre los 100 y 120 mm. En su estado de plena rigidez, la presión intracavernosa puede ser hasta 10 veces más alta que la presión arterial máxima.

miércoles, enero 03, 2007

Mais umo

Mais um pasarinho

Um pasarinho


Ayer a la mañana estaba escuchando a Marisa Monte cantando Pasarinho cuando me llamó a los gritos O., la señora peruana que viene a la mañana a romper los vasos y a echarle lavandina a la alfombra.

Corrí a ver qué pasaba y la encontré con un repasador en la mano a punto de asestárselo a un pajarito minúsculo que revoloteaba frenético entre la biblioteca y las cortinas y no le embocaba a la ventana abierta.

No sé si O. pretendía dirigirlo hacia la ventana, atontarlo o matarlo para hacerlo en un guisito, pero la disuadí y logré que me dejara sola con él. Me paré lejos de la ventana para no ahuyentarlo y sin moverme le hablé despacito, suavemente. Se tranquilizó y fue saltando de un mueble a otro, cagando un poquito en cada parada. Yo tenía miedo de que se diera un saque contra un vidrio, cosa que los pasarinhos hacen cuando están encerrados en una casa. Como siempre tengo la máquina a mano pude sacarle dos o tres fotos antes de que se volara. Creo que era una ratona.

Relaméos

lunes, enero 01, 2007

Todos los rituales de fin de año me salieron deformes



1. Ritual de la bombacha rosa. Mi mamá rompe los quimbos con el asunto de la bombacha rosa. En octubre ya empieza a preguntar quién le va a regalar una, si ya me regalaron, a quién hay que comprarle, de qué tamaño, y eso se extiende hasta el mismo 31 a la noche. En noviembre me regaló una y yo, presionada por ella, compré tres o cuatro más para todas las Nenas de la casa y alguna extra para una posible invitada desbombachada y las guardé en una caja. Pero el sábado vino Visitación a planchar y cuando se iba le pregunté si tenía bombacha rosa. Me dijo que no y que iba a comprar una mientras volvía a su casa. Pero para que actúe debe ser regalada, así que le di una de las que estaban en la caja. Cuando me bañé y me petalicé preparándome para la fiesta y llegó el momento de ponérmela, descubrí que le había regalado la mía. Durante la noche mamá me preguntó tres veces –te pusiste la bombacha? y yo, como ese personaje bíblico que no sé quién era, le mentí las tres veces. Todo el tiempo pensaba si me iba a traer mala suerte no tener la puta bombacha rosa.

2. Ritual de las doce uvas. Con ése rompo los quimbos yo. Me encanta la idea de concentrarse y pensar 12 deseos para el año nuevo. Esta vez había pasas rubias, negras y bañadas en chocolate. Me había olvidado de comprar uvas frescas. Las puse en la mesa, en el balcón, pero nadie les daba bola. Yo traté de hacerlo como a las 12 y media pero tenía ganas de comer pasas de uvas y las comía sin ganas y además me distraje y perdí la cuenta. No sé si comí 9 o 16, pero sobre todo no tenía taaaantos deseos para pedir. Creo que en el deseo seis se me acabó la imaginación y empecé a repetir los mismos, pero entonces me preguntaba si pedir dos veces lo mismo no anularía los dos, como pasa con eso de - x - = + y + x + = +.

3. Ritual de brindar mirándose a los ojos. Todos nos atropellamos con las copas porque algunos creen que hay un orden que indica una preferencia o más amor, o algo, y se ponen celosos. Era difícil mirar al compañero brindador porque al mismo tiempo otro lo estaba incitando con su copa, como esos bailes nupciales de las cacatúas, entonces algunos exigían repetir el brindis, pero esta vez mirándose fijamente con la cara de loco que se le pone a uno en esos casos. Brindé como cuatro o cinco veces con cada uno, hasta que el champagne estuvo tibio.

Todo lo demás también salió mal.

1. Me olvidé de sacar el salmón del freezer una hora antes para que se pusiera rico. Lo saqué cuando ya estábamos por comer y lo descongelé a patadas con agua tibia. Parecía un nuevo sabor de Freddo.

2. Éramos siete y teníamos sólo seis copas de champagne, pertenecientes a cuatro juegos distintos de distintas eras geológicas. Uno tomó en una copa estrafalaria heredada de una tía muy kitsch.

3. El postre era dos kilos de cerezas bien frías con hielo. Nadie las probó, no sé por qué. Yo los arengaba para que las comieran, pero todos se resistían, como Alonso cuando se niega a ser vegetariano y le hace cara de asco a la espinaca. Entonces les di helado que había quedado en el freezer desde Navidad.

4. El vithel tonné quedó maso. La salsa estaba medio durañona y vedia y las horas de la heladera le dieron un aspecto medio mortuorio. Igual a todos les gustó mucho.

5. Esta vez las recagué a las hormigas: dejé todo en la heladera hasta el minuto final y se quedaron con hambre. Yo vigilaba que no atacaran el turrón, pero ni aparecieron. Deben estar haciendo la digestión de la panzada que se dieron en Navidad.

Montgolfieros


Preparé el fin de año distraída. Tenía demasiado calor y fiaca, con ganas de estar sola con M.4, escribiendo y leyendo todo el día como estamos hoy, maravilloso lunes que va a acortar otra vez la semana.

Igual, me encantó que vinieron B.1 con R. y B.2, además de la dotación estable de viejas que no podemos eludir.

B.1 parecía estar under the influence de algo interesante. Salió en todas las fotos con una cara de degenerado terrible y los ojos desvariantes.

Las viejas se escondían en el living porque tenían miedo de los cohetes que acá, en el piso 14, se ven y se oyen como si chocaran los planetas.

Todos los 31 de diciembre me imagino que mimetizado de fuegos artificiales está habiendo un ataque nuclear o de extraterrestres y que los humanos no nos damos cuenta. Después me imagino que durante la noche se nos cae la piel a pedazos o que tenemos hemorragias internas y que nos morimos sin saber qué fue lo que ocurrió. Anoche me desperté varias veces sobresaltada por sueños que tenían esos ingredientes, mezclados y batidos con otras persecuciones que sueño desde hace 30 años y que ya no me asustan ni me entristecen porque me acostumbré a que sean parte de todas mis noches para siempre.

Los vecinos del piso de abajo, R. y R., estaban con la mamá de uno de ellos y lanzaron un globo de esos divinos, de colores con fuego abajo. M.4. sostiene que se llaman montgolfieros. Nosotros no le creemos que se llamen así –hasta lo buscamos en el diccionario y no existe- pero nos encanta el nombre y lo repetimos todo el tiempo. Yo quisiera tener uno y hacerlo volar una noche, aunque no sea en ocasión de nada.

Enero otra vez


Ahora viene lo bueno: todos los lemmings se van a hacer cola a los aeropuertos y a los restaurantes de la costa y nos dejan la ciudad vacía.

Creo que así empezó este block, con un post sobre lo lindo que es enero en la ciudad. (Eso quiere decir que cumple un año. Debería festejarlo?)

Empecé enero y el año caminando y correteando un poco. Salí a las 11 -mala hora- y volví a las 12 con dos kilos menos, sin potasio y sin magnesio en la sangre, medio deshidratada. Cuando yo salía, los caminadores responsables ya volvían. En la calle sólo había malhumorados paseando perros.

Al volver subí la escalerita que lleva a Gelly y Obes y recorrí esa cuadra que conecta con Galileo. Se oían guarañas, chamamés y cumbias. Los garages estaban abiertos y todos los porteros estaban en la calle conversando entre ellos. Algunos hurgueteaban dentro de autos sacudiendo alfombritas o investigando los motores, como les gusta hacer a todos los hombres normales cuando es feriado. Todos tenían la radio prendida a todo dar aprovechando que los dueños de los departamentos están en Punta del Este o en el campo. Ese pedacito de calle era como de otro barrio hoy a la mañana.

Cuando llegué hice un agüita de duraznos y damascos y la puse a enfriar en una jarra grande en la heladera.

Frutas beodas


Cualquier fruta se zambulle en algo alcohólico y sale algo bueno.

Pero a mí me gusta hacerlo con cerezas porque son la única fruta que me vuelve loca. Lo que mejor les va es el kirsch y la grappa blanca.

Lavo y seco muy bien las cerezas, les saco el cabito sin magullar la piel y las voy tirando en una botella de boca ancha donde trasvasé el kirsch. También se puede usar un frasco. Después envuelvo la botella en aluminio para que quede en la oscuridad y la dejo en un lugar fresco. Dos meses después se pueden usar las cerezas como uno quiera. A mí me gusta sacarlas y comerlas así, tal cual, a partir de marzo, cuando empieza el frío.

También se puede hacer algo más complicado: licor amarena y cherry. Hace dos años hice cherry y todavía nos queda una botella. Es impresionante de rico. Si quieren les doy la receta.

Una paciente italiana me enseñó a hacer uvas en grappa. Se usan las uvas verdes de esta época, las chicas dulcísimas duritas, y se les hace lo mismo (lavado, secado, despalillado) pero se las pone en grappa blanca. Ella me dijo que en invierno la mamá les daba a ella y al hermano una uvita engrappada todas las mañanas cuando iban al colegio, para que no tuvieran frío. Me pareció muy simpático y desde entonces lo hago todos los años. Pero no les doy las uvitas a los chicos sino que me las zampo yo una a una a lo largo de todo el invierno.

Funcionamiento nocturno