sábado, junio 01, 2019

A veces cocino raro

Esto no tiene que ver directamente con lo que me cuenta mi amiga la que se separó de repente pero no sé por qué algo de esta imagen me recuerda su experiencia. Estos choricitos anémicos son lo mejor que he logrado con unos papeles de arroz que compré en el barrio chino. Siempre me encantaron cuando los comí en un restaurante étnico, y asesorada por el empleado peruano de la Casa China me lancé a prepararlos con esa soberbia que sólo la ignorancia puede justificar. Hice mil intentos y tuve que tirar tres o cuatro porque parecían lombrices atropelladas por un tren, hasta que finalmente logré estos tristes micropenes que de gusto tampoco eran gran cosa. Me quedaron varios y voy a seguir intentando porque el fracaso me pone obstinada, pero te confieso que no me tengo mucha fe. Por qué no me limito a los tallarines, las milanesas, las papas fritas, las ensaladas, los guisos y los panes, que me salen tan bien? Por ejemplo, el goulash, la carbonada y el locro, que me salen tan ricos, por qué los hago pocas veces y en cambio me pongo a explorar chinoiseries y delicadezas exoticas que requieren una sensibilidad que no es la mía? Por qué siempre quiero explorar lo que es raro y complicado, eh?
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martes, mayo 28, 2019

Una teoría genética sobre la traición

Mi amiga la que se separó de repente insiste en que el cromosoma Y lleva un gen todavía no descripto que se activa después de los 60 años y transforma a los hombres en pelotudazos proclives a obsesionarse con mujeres veinte o treinta años menores. La historia, la vida cotidiana y la farándula ofrecen todos los días ejemplos de esa enfermedad senil que viene junto con la prostatitis, la disfunción eréctil y la diabetes tipo 2. El error es creer que la inteligencia pone a algunos hombres a salvo de esa humillación final. No esperes que ningún hombre, ni el más brillante, sea capaz de sustraerse a la tentación de convertirse en esclavo de una mujer que lo desprecie, arrastrando en el derrumbe todo lo feliz, noble y valioso de su vida, dice mi amiga. Tampoco esperes con tu ingenuidad hartante que las mujeres que se presentan como militantes abanderadas de la sororidad sean leales a otras mujeres, so boluda. Las verás con sus pañuelos verdes haciendo declaraciones feministas y garchándose en secreto al compañero de hermanas de género con las que conversan y a las que visitan sin que se les mueva un pelo.
Todo eso dice mi amiga, y lo dice a partir de su experiencia; por eso no tengo  argumentos sólidos para oponerme.

sábado, mayo 18, 2019

No llores por mí, argentine

Mi amiga me dice: -No te preocupes porque la verdad es que estoy viviendo muy feliz. Durante los tres primeros meses los hombres me daban impresión. Me parecía horrible que tuvieran tantos pelos, un tórax tan ancho, unas patas bestiales, sus narizotas y sus bíceps hipertrofiados, y saber que bajo sus bóxers y sus slips  había esa cosa agazapada siempre ansiosa por meterse en algún lugar. Después empecé a ver a mis amigas y a mis amigos, los que había dejado de ver durante tantos años, y los hombres volvieron a parecerme simpáticos y en algunos casos, atractivos de nuevo. Hasta volví a creerles cuando dicen cosas lindas y me tratan suavemente. Fui al cine, al teatro, a comer a lugares nuevos, a navegar, a presentaciones de libros y a muestras de arte, al campo, al mar, a tomar sol a la plaza y a performances absurdas. Volví a reírme mucho, casi hasta hacerme pis, volví a bailar, a besar y a abrazar, tanto tanto que me siento como los terneros cuando los dejan salir del feed lot y al sentirse libres corren durante horas como poseídos gozando del sol y del espacio que les parece infinito.
Después de todo eso, hoy estoy en casa sola mirando el maravilloso cielo barroco flotando sobre la maravillosa Buenos Aires y dibujo toda la tarde escuchando óperas italianas para entristecerme un poco. Descanso un rato del dibujo armando broches para mi ropa con hebillas antiguas que encontré en Ada B. y collares con cuentas de viejas biyutas  desarmadas. A la mañana fui al remate de Verga, donde encontré -después de seis meses de búsqueda minuciosa y paciente- una chaise longue de Le Corbusier, una verdadera de cuero negro usadita pero en buen estado, por la quinta parte del precio normal. Al mediodía terminé de preparar tres botellas de Aquavit con el extracto de semillas y vodka que tenía macerando desde dos semanas. Asi que esta noche no voy a salir, un poco porque odio salir los sábados y otro poco para descansar de la alegría. Necesito estar triste de vez en cuando y para eso necesito estar sola. Pero ya compré el material para hacer un locro para el 25, proximo día de fiesta con amigues.

lunes, abril 29, 2019

Será que el tipo es un marciano mal configurado?

A medida que pasan los meses y la distancia emocional le permite ver más claro, mi amiga la que se separó de repente empieza a hacerse preguntas que al principio no se hacía. Dice que primero el dolor te hace tanto ruido dentro de la cabeza que no te deja escuchar tus propios pensamientos. Pero ahora sí, recordando aquella escena imposible en la que él le contó (con una semisonrisa un tanto estúpida) que ama a otra mujer desde hace tres años, le parece inconcebible la sorpresa de él cuando ella dio por acabada su hermosa relación de veinticinco años.
-Cómo? Querés que nos separemos? Pero por qué?, preguntó consternado. Era una consecuencia que no se le había ocurrido.
-Tanto te hace sufrir lo que te conté?, dijo con una sorpresa no fingida cuando la vio llorar lágrimas grandes como caireles.
-Y mis camisas? fue su tercera pregunta, una vez que comprendió que la convivencia acababa de terminarse.
Ella entendió lo de las camisas, porque siempre fueron un tópico importante en la vida de él. Nunca dejó que las planchara nadie que no fuera la exquisita señora que trabaja en su casa desde hace veinte años. El lavado, que no es joda porque incluye la inspección a la luz del día, el prelavado con productos especiales y finalmente la extracción de manchas de pimentón, tuco, vino, calamarettis y aceite una por una de puños y pecheras antes del lavado final, era una tarea que mi amiga hacía con mucho placer porque le encanta perseguir manchas así como a otras personas les encanta perseguir hormigas. Pero el planchado es otra cosa: mi amiga jamás logró planchar nada que no fuera unidimensional, como un pañuelo o una servilleta, así que la tarea de almidonar y planchar las camisas de modo que los pliegues quedaran filosos y los cuellos rígidos como celuloide, era una responsabilidad exclusiva de su empleada en la que nadie podía reemplazarla. Por eso comprendió que estuviera tan concernido por esa parte de su futuro y le aseguró que aunque se separaran sus camisas seguirían procesándose en la casa de ella siempre que a su empleada no le molestara hacerlo.
Esa parte del diálogo no le pareció rara porque por su profesión ella está habituada a tratar con personas de un egoísmo extremo, incapaces de anteponer nada ni a nadie a sus propios intereses; pero el auténtico desconcierto que a él le produjo el sufrimiento de ella, eso sí fue asombroso. Cuando rebobina esa parte del video que tiene en loop dentro de la cabeza, ella piensa que tal vez él tiene un Asperger de esos que te imposibilitan imaginar lo que siente el prójimo o si será un extraterrestre como los que mandan a la Tierra entrenados para cumplir con las funciones básicas de los humanos, esos capaces de hablar, comer, saludar y bailar como los terrestres pero con algún déficit en la configuración que no les permite horrorizarse ante el asesinato de un nene.



domingo, abril 14, 2019

Mi amiga la que se separó de repente

Fue literalmente de repente, en cinco minutos y después de veinticinco años de convivencia feliz, intensa y cómplice, cuando el tipo le informó a sangre fría que tenía una relación de tres años con otra mujer de la que estaba perdidamente enamorado, en realidad obsesionado desde que ella lo había dejado por un hombre más joven, lo que no es difícil porque él ya es un señor muy mayor.
En medio del shock de la noticia el tipo le dio algunas precisiones que a pesar del estupor ella registró como si tuviera un grabador en las orejas. Entre otras cosas le dijo que siempre pensó que la de ellos era una relación abierta (aunque a ella nadie se lo había dicho hasta ese momento. Un error de comunicación, evidentemente).
También le dijo que pensaba que ella sabía todo, como si nunca hubiera entendido que su confianza en la lealtad de él no era mucha sino absoluta. Mientras él planteaba esas excusas cartilaginosas, por la cabeza de ella pasaban estas imágenes aparentemente inconexas: a) un bebe dormido sobre el pecho de su mamá, b) la mirada confiada de un perro, c) el interior expuesto y sangriento de un tomate partido al medio. 
Ella sólo hizo las preguntas necesarias para confirmar que no estaba alucinando y él se las contestó una por una, confirmando que estaba entendiendo todo correctamente.
Después de un rato ella se acostó como siempre en su lado de la cama, imaginate en qué estado de estupor que se quedó profundamente dormida hasta la mañana siguiente. Se despertó aturdida con una rara sensación en la cabeza y con el pelo pegoteado y cuando miró su almohada vio una enorme mancha de sangre. Se acordó del cuento de Quiroga pero conservó la calma: se tocó la nariz, los dientes, las primeras cosas que se te ocurre que pueden sangrar. Pero no eran la nariz ni los dientes sino el oído izquierdo. Mientras iba al hospital tiró la almohada en un volquete. Dos especialistas la examinaron y le dijeron que tenía el tímpano perforado. Le explicaron que eso podía suceder por una infección (que ella no tenía), por un trauma acústico (que no había recibido), por un traumatismo físico (Dios no lo permita) o por stress, que incluye todo lo que los médicos no saben a qué atribuir. Medio atontada como si efectivamente le hubieran pegado una patada en la cabeza, se metió en la entrada del subte, tomó el primero que llegó y se quedó sentada muy tranquila durante toda la mañana haciendo el trayecto 9 de julio-Congreso de Tucumán unas diez veces sin moverse de su asiento. Fuera del aturdimiento y un ligero dolor de oído se sentía bastante bien. Observaba con calma las diversas decoraciones de cada estación, pensaba en el significado de cada una y se imaginaba cómo habían sido las reuniones donde esos conceptos se habían discutido y aprobado y a la vez examinaba los zapatos de los otros pasajeros y el reflejo automático invariable con el que miraban su celular en cuanto se acomodaban en el vagón. De repente pensó que las cámaras la estaban detectando y que en cualquier momento iba a despertar sospechas de los empleados de Metrovías encargados de analizar las imágenes. Pensó que la iban a denunciar a la policía como extremista o que un uniformado iba a pedirle explicaciones por su conducta tan rara. Entonces se bajó en Plaza Italia y como hacen las personas que estuvieron en un terremoto, en una explosión nuclear o en el lugar donde estalló una bomba, caminó sin proponérselo como llevada por una voluntad ajena hasta el Jardín Botánico, donde pasó el resto del día leyendo las infografías y los cartelitos con los nombres de las plantas, mirando hacia arriba unos árboles altísimos que le daban una fuerte sensación de consuelo y acostándose en distintos bancos, donde se quedó dormida algunas veces hasta que fue casi de noche y un guardián amable le dijo que estaban por cerrar el jardín y que tenía que irse.

domingo, marzo 31, 2019

Pensándolo bien

Lo leo unos días después y el final del post anterior me parece totalmente ganso. Eso de la envidia que te da que dos estén chaca chaca todo el día es un lugar común que tiene poco que ver con la realidad. La parte más linda del video de los bichos de San Antonio es cuando él le lame o le acaricia con el hocico el lomo a ella, no cuando la sacude como un energúmeno presa de ansiedad eyaculatoria (digo él y ella porque me imagino que en el mundo de los insectos es impensable la posibilidad de que sea la hembra la encargada de ese trabajo, como a veces sucede en nuestro mundo).

viernes, marzo 29, 2019

Una pasion insectuosa

https://photos.app.goo.gl/5qrQWd54LaivSong9

Mi tortuga se llamaba Reina porque el director del Zoológico me explicó que era una hembra. Me señaló una concavidad en la parte de abajo que según él era el dato para asegurarlo. Unos años después un amigo que se mudaba me pidió que tuviera a su tortuga por unos días. La puse al lado de Reina en la terraza. Después de diez minutos de contemplarse impávidas, Reina se dirigió a gran velocidad a la parte posterior de la tortuga visitante y con una agilidad sorprendente la montó y fue desenrollando desde algún lugar misterioso bajo el caparazón una especie de tripa húmeda helicoidal con todo el aspecto de un cordón umbilical. Pensé que los celos o la competencia por el territorio le habían provocado un destripamiento de consecuencias fatales. Pero no. Los movimientos que hacía y una especie de gemido rítmico que emitía con la boca cerrada eran más elocuentes que cualquier película porno. La cosa duró más de media hora, y en los días siguientes se repitió y se repitió a la misma hora, bajo el sol, dale que dale, con tanta intensidad que los gemidos se oían desde el piso de abajo. Te preguntarás qué decía la tortuga visitante. Por lo pronto no dijo que no, y su única reacción era mirar para los costados y hacia arriba como distraída, como pensando si va a llover o no va a llover. La historia sigue, pero sólo quería recordarla para decir que los humanos nos creemos los mejores del mundo en todos los campos y sin embargo en cuanto al erotismo somos unos chitrulos comparados con otros primates como los bonobos, y hasta con las tortugas y con los insectos como estos dos bichitos de San Antonio modelo beige que le dan y le dan un mediodía escondidos en el borde de una silla con una pasión que da un poco de envidia.