lunes, diciembre 31, 2007

Montevideo

Ayer a la tarde salimos a caminar y en una hora llegamos hasta la playita de Buceo. Se hacía de noche y vimos unos bares con sombrillas de lona y techitos de paja. Pedimos unos chipirones con cebollas, miniaturas de pescado y un Pinot Gris que nos llevaron a la mesa en un balde de hielo que los orientales llaman champañera. Se fue llenando de gente hasta que todas las mesas estuvieron ocupadas. Llegaban más y más personas pero nadie apuraba a nadie: ni los que estaban muertos de hambre ni los mozos. El nuestro era un amargo total, con la cara fruncida como si acabara de tomar un vaso de vinagre. Se olvidaba de todo, perdió el sacacorchos, trajo rodajas de limón mezcladas con una montaña de mayonesa de sachet, pero tenía humor, el típico humor ácido que te provoca el vinagre. Entre la gente que esperaba había un ciego que era guiado por una señora coja con esos andadores que parecen mesitas de televisión. Ni siquiera ellos tiraban mala onda: subían y bajaban con gran dificultad motriz y visual pero sin ansiedad los escalones ida y vuelta hasta que decidieron esperar sentados en un banco.
Morfamos maravillosamente y volvimos caminando por la rambla. En ese trayecto descubrimos lo único hinchapelotas de esta ciudad: tipos que andan en moto a 200 por hora con escape libre, como en Buenos Aires pero en uruguayo. Antes habíamos visto en una punta de la rambla un encuentro de jóvenes tuerca: diez autos parados con las puertas abiertas y música a todo dar. Entre los diez había dos Fiat 600 y tres Renault 4L oxidados. A los otros cinco no los reconocí, pero todos estaban completamente cachados como palanganas viejas. Eran como una peli de James Dean en vivo pero sin renovación de la utilería desde 1954.
Volviendo encontramos la primera heladería en todo este tiempo, pintada con esmalte mate violeta y naranja y con un menú de doce gustos, una modestia total. Me hizo acordar a Copelia, la heladería de La Habana. Yo pedí de mango y naranja. Llegamos, nos dimos un bañazo y nos quedamos dormidos. A las 12 de la noche me despertaron las miniaturas de pescado nadando contra la corriente y pugnando por volver al río. Tomé bicarbonato y me dormí hasta hoy a las 10 de la mañana. Después de tomar la leche criticando a dos alemanes gigantescos con relojes de oro fuimos al super de Punta Cajetas a renovar nuestro stock de cerezas, quesos de Colonia y vino para festejar esta noche.

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