Después de una semana sin vernos porque está cuidando la casa de su hermano, la hija 5 viene a casa. Está bellísima: una hormiga morena de piel luminosa, ojos profundos, labios de pochoclo, patas largas estiradas sobre la mesa mientras fuma un cigarrillo (mal) armado y toma nesquick.
Me reprocha que en los dos últimos posts no la mencioné, cuando debía haberla mencionado como solucionadora de ambos conflictos y salvadora onrubia de su madre. Es verdad; me lo reprocho y prometí repararlo.
Cuando me encontré en Azopardo con tres pesos no tenía ni la más pálida idea de cómo volver a casa. Hago todo a pie y soy un as del viaje en subte, pero de recorridos de colectivos no sé nada. Entonces la llamé porque ella sabe todo y enseguida me dictó las diversas líneas que pasan por Alem y su recorrido. Así fue como me tomé el 62 que me dejó sana y salva en casita.
Acerca del post siguiente, me recordó que ella inventó un método para que las medias no enviudaran. Pide que las pongan en el canasto de la ropa sucia ovilladas, cada una con su pareja. Asi se lavan juntas y nunca queda una en el fondo del canasto. Estamos obedeciendo estrictamente sus directivas desde hace dos meses pero en este lapso ya se perdió una y nadie sabe cómo ocurrió esta nueva desgracia.
De todos modos, debo decir públicamente que la hija 5 tiene siempre ideas brillantes y precisas y que en consecuencia la impacientan bastante mi distracción, mi cuelgue y las equivocaciones que cometo permanentemente. Espero que esta declaración repare en algo mis últimos errores.
2 comentarios:
Lo que daría porque mi vieja alguna vez hubiese admitido su falla - y de qué manera! Congrats totales.
Yo admito mis fallas porque no me queda otra. Mis hijos me critican todo el tiempo y tienen razón. Eso es lo que me mantiene un poco menos boluda que el resto de las madres.
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