Estoy en el aeropuerto de Toronto. Tengo cuatro horas de espera para que salga el vuelo hacia casa. Salí hoy a las 6 de la mañana de Puebla en un órnibo. Cómo es que para ir desde México hasta Buenos Aires alguien sube hasta Canadá y vuelve a bajar? Es la magia de los pasajes de premio: 24 horas volando. Si sos viajero frecuente, tomá, te regalamos diez horas suplementarias de vuelo para un viaje que dura catorce. Me dieron este recorrido absurdo y dije que sí porque nada me gusta más que los aeropuertos. Los aviones no me gustan, pero este limbo terrenal, este ascensor babélico y gigante, me fascina. Me gusta observar el estado lamentable de algunos pasajeros. Me gusta ver cómo se duermen en el piso desparramados sobre sus valijas, cómo se sacan los zapatos, cómo morfan cualquier cosa con cara de orto, cómo se agolpan frente a la ventanilla de informaciones temerosos de perder el vuelo. Eso, combinado con la aparente sofisticación del super consumo de los negocios y los frichop, me parece muy encantador, el máximo símbolo de lo disparatado que es el mundo.
Hoy mientras esperada tres horas en el aeropuerto de México me puse a conversar con una monja mexicana que estuvo misionando (no sé qué es eso, pero ella lo dijo así) en Pilar hace cuatro años. Después se me acercó un mexicano gigantesco y me preguntó si estaba cansada y nos pusimos a hablar de su trabajo y del mío. De repente, tanto la monja como el mexicano como yo nos disgregamos en el aire, pluf!, volamos en direcciones diferentes y nos olvidamos como si nunca nos hubiéramos conocido. Al avión subió un grupo de amish. Yo había leído en un libro de Jenny Diski el relato del encuentro con unos amish en un tren. Era precioso verlos en esa situación tan incongruente. Eran como los describió J.D.: con mamelucos, camisas y vestidos hechos por ellos, absolutamente uniformados. No sólo estaban peinados y vestidos idénticos, sino que tenían todos la misma cara! Eran como playmobiles. Se les veían las copias en serie de los genes como si se les transparentaran a través de la piel. Pensé que debe ser porque tienen mucho imbreeding, mucha endogamia. Los jóvenes tenían una expresión de tarados alarmante, con la boca abierta y mirada de degeneración y tristeza. Pensé que para ellos debe ser muy contradictorio y conflictivo volar en avión, cuando todo lo demás lo hacen como hace tres siglos. Preferirían ir a todos lados en carros o caminando? Tenían apuro por llegar y por eso violaron la norma de hierro de mantenerse aislados de los cambios del mundo? La vieja amish de repente tuvo una especie de crisis física-psicológica-sociológica, nunca lo supe, y los tripulantes del avión la rodearon, hablaron con ella durante media hora y finalmente la descargaron en un carrito antes de que saliera el vuelo. Era gigantescamente gorda. Estaba toda tapizada con un vestido verde tableado que debe haber insumido unos 10 metros de género, calculé de una mirada. Lo más raro es que los otros amish ni la miraron y se quedaron en el avión mudos, inmóviles, como si se sintieran aliviados de haber podido desprenderse de la vieja. Los extranjeros son rarísimos, pero los amish deben ser los más raros de todos.
4 comentarios:
Gracias por volver Ememe ya no me bancaba mas esos royos de higienol, y si, los hamish no se mezclan como los judios ortodoxos y salen bastante deformes aunque los hamish tienen mejor aspecto, lo mejor son las mezclas de razas etnias y demas de donde salen los seres mas lindos
Raku
Bienvenida!! coincido con Raku!
El único amish lindo es Harrison Ford cuando se mete de amish trucho en testigo en peligro
en una época me dieron ganas de hacer una serie de foticos en una colonia menonita (como los amish pero de acá, pampa adentro) pero no me dieron autorización los capos amish (se ve que no querían registro de esas caritas, mamma mía!)
Que periplo!!! Acá esperamos, ansiosos.......
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