sábado, agosto 05, 2006

Birdwatching 6. La multioperada


Hoy encontré dos, una en la farmacia y otra en la calle. Cada una estaba acompañada por su correspondiente mujer indígena, una combinación bastante frecuente en este barrio: casi toda vieja multioperada posee una joven nativa que la acompaña a pagar las cuentas, a cobrar la jubilación y a visitar a los dos o tres médicos que frecuenta cada semana.

La joven soporta estoicamente mil humillaciones, la habitación de 2 por 2 en un departamento atestado de bibelots y de flores de plástico, las muchas horas de trabajo y las pocas de descanso, limpiarle el culo a su patrona y administrarle la batería de remedios que requieren sus múltiples deterioros. Lo hace porque es preferible a ser esclava en un taller de costura o en un prostíbulo. Pero la vieja no lo tiene en cuenta porque nada puede saciar su insatisfacción: se siente abandonada por sus hijos, pero lo que más sufre es haber sido olvidada por el mundo.

La vieja fue atractiva hasta hace cuatro décadas y hace tres pensó que invirtiendo sus ahorros en cirugías estéticas podía hacer retroceder al tiempo. Pero no fue así. Ese dinero y esa sangre derramada ahora son un estigma permanente en su rostro. Los que se cruzan con ella advierten con horror los bordes vulcanizados de sus labios, la fijeza de muerto de su mirada, la tensión de sus párpados que anhelan relajarse y descansar en paz, el vaciamiento de sus párpados inferiores donde alguna vez hubo bolsas y ojeras. Los transeúntes desprevenidos se sobresaltan cuando la brisa le mueve el pelo cartonizado con spray y deja ver las cicatrices de los liftings, lo que explica su frente anormalmente ancha, como la un marciano.

Uno podría creer que está ante un caso de mala praxis pero no es justo hacer responsables a los cirujanos. Las técnicas quirúrgicas de hace 30 años eran menos sofisticadas que las de ahora pero el gran culpable de esos espantosos espectáculos ambulantes es el mero paso del tiempo. Hasta la cara mejor recauchutada tiene fecha de vencimiento.

La que encontré hoy en la farmacia era como si Zulema Yoma se hubiera muerto hace 200 años y la hubieran desenterrado y puesto en la calle esta mañana.

La otra tenía un problema adicional: una de las operaciones se había complicado con lo que en la jerga de los cirujanos plásticos se llama “llevarse el facial”. El facial es un nervio motriz que inerva músculos de la cara. Si por descuido se lo secciona, esos músculos quedan al garete y la cara se transforma en un Picasso mal sucedido: un ojo permanece abierto con expresión de terror y la conjuntiva expuesta como la de un gran danés, una mitad de la cara se derrite como un cirio y la media boca correspondiente queda colgando cuando la otra mitad sonríe o mastica una medialuna. Dentro de la desdicha debe ser un consuelo que eso le ocurra sólo a media cara.

Lo que hay que reconocerle a la vieja multioperada es la combatividad que nunca pierde. Templada su voluntad por la desgracia se viste con colores vivos, se maquilla, se peina y sale a la calle con toda su bijouterie y su acompañante a seguir reinando sobre el mundo, aunque el mundo ya no la admire.

2 comentarios:

ericz dijo...

y...no es fácil. Todas las opciones son malas, fiera venganza la del tiempo.

Anónimo dijo...

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