sábado, agosto 19, 2006

Consorcio

Me obsesionan las reuniones de consorcio. Toda esa gente que se saluda fugazmente en el ascensor o en la calle un día es obligada a permanecer en un contacto demasiado estrecho durante demasiado tiempo discutiendo cuestiones que irritan a todos. Es que todos creen que su vecino es el favorecido y se sienten abandonados, descuidados, despreciados por el resto de los propietarios y por el administrador. La historia de cada uno, las neurosis mal tratadas, los reclamos no atendidos, todo florece y estalla en esas asambleas. El resultado siempre es la impotencia, y la reacción inevitable es el lanzamiento de amenazas, delaciones y traiciones y la formación de alianzas apasionadas que durarán lo que el frasco amarillo de Venus con que el portero lustra los bronces .
A veces voy para plantear un tema (una gotera, un caño que pierde, una fisura en la medianera), pero siempre me ocurre que me quedo paralizada ante todos esos habitantes de distintos mundos. El tiempo se me pasa muy rápido observando sus gestos horribles, grabando mentalmente sus expresiones amargas, riéndome en secreto de sus palabras erróneas, de su paranoia de buenos vecinos.
Esta vez había varias viejas que no conocía. Una era una escribana, especie de yiro mal teñido, acompañada por su asesor letrado (así lo presentó), una especie de comerciante hindú con campera de cuero negro, pantalones marrones, zapatos azules y enorme portafolio de cuerina cargado de papeles. Otra era una vieja muy venida a menos que anidaba en una silla y se rascaba frenéticamente las axilas por debajo de un tapado de seda con cuello de visón que la acompañaba desde los años 50 por lo menos. Estaba muy asustada por la delincuencia que ronda frente a las puertas esperando una distracción para saquear nuestros departamentos. Otra era como una cotorra disecada, pequeñita y aguileña, embutida en un sacón lleno de hombreras que la acompañaba sólo desde los años 80. Ésta era la más excitada. Pedía que cambiaran la caldera porque el ruido le molestaba. Pero lo decía gritando y agitando las alitas frente al administrador: -Cambiemén la caldera! Saquemelón al ruido! Saquemelón que me estoy viniendo loca! El arquitecto A., hipócrita y careta, inclinaba la cabeza y lo descubrí conteniendo a duras penas la risa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

en al reunion habia una chica embarazada?le preguntaste si se llamaba Rosemary?????
A