jueves, agosto 30, 2007

Frutas de estación


No puedo comer frutillas. No es que no me gusten, sino que no puedo comerlas. Hasta los siete años eran lo que más me gustaba en el mundo: esperaba con ansiedad las primeras porque sabía que a partir de ese momento habría frutillas en casa todos los días durante tres semanas y después no habría más hasta el año siguiente. Las cerezas y las mandarinas también tenían esos enigmáticos ciclos de aparición y ausencia.

Los grandes sabían cuál era la temporada de cada fruta; ése era uno de los muchos conocimientos que a mí me parecían inaccesibles. También me preocupaba llegar a la edad adulta sin saber en qué momento había que subir las persianas o bajarlas hasta la mitad. Mi mamá hacía todo el día esos movimientos automáticamente como si no tuviera necesidad de pensar.

Otra ciencia que me parecía inalcanzable era la de los cortes de carne. No sólo había que conocer sus nombres sugerentes y monstruosos (bola de lomo, arañita, cuadrada, entraña, marucha, nalga), sino que además había que saber cuál era el adecuado para cada comida y evaluar con una mirada cuándo eran buenos y cuándo no.

Me daba cuenta de que empezaba la estación de las frutillas porque papá traía las primeras en un cajoncito de madera donde cabía un cuarto kilo. Venían prolijamente ordenadas y desprendían un olor tan fuerte que inundaba toda la casa. Eran chiquitas y tenían un gusto concentrado, no como las de ahora que son hipertrofiadas y deformes como lenguas Rolling Stone y tienen un gusto ínfimo que hace pensar en desodorantes de taxi.

Un sábado al mediodía, justo cuando estábamos terminando de almorzar, oímos la trompeta del vendedor de frutillas. Papá me pidió que comprara dos cajoncitos. Bajé corriendo hasta la calle, donde no había nadie salvo el frutillero con su carro a caballo estacionado frente a la puerta de mi casa. Le pedí las frutillas, le pagué, y cuando abrí la puerta él entró conmigo. Al pie de la escalera me tomó del brazo y me acercó suavemente a su cuerpo gordo y tibio. Desde una distancia demasiado corta le ví la cara cubierta de un sudor aceitoso y gotas de la misma sustancia que le bajaban por el cuello. Me asustó que respirara con dificultad y haciendo un ruido. Tenía los labios gruesos y húmedos, de un extraño color morado. En una fracción de segundo pensé dos cosas: que se estaba por morir y que tenía los labios del color de las berenjenas porque era verdulero. Sin soltarme el brazo y mirándome fijo, se llevó la mano libre al pantalón y maniobró con los botones. Yo estaba paralizada pero no sé por qué. Lo más fácil sería decir que tenía miedo. Es lo que a todos nos dejaría tranquilos, pero no sé si estaría diciendo la verdad.

El frutillero metió tres dedos en la bragueta y extrajo con dificultad un objeto que también me pareció un vegetal, una especie de fruta exótica de forma amenazante veteada de rojo y violeta. Se enderezó, me agarró la cabeza con las dos manos y me ordenó que abriera la boca. Yo le obedecí dócilmente y sin pensar en nada en especial, aproveché que la tenía abierta para gritar. Primero grité “socorro” y después “auxilio”, porque en las historietas aparecían indistintamente las dos opciones y en ese momento no pude decidir cuál era la más apropiada. También conocía las siglas “SOS” pero mi papá me había explicado que sólo se usaban para escribirlas en la arena, o con palos y troncos en la tierra para que se vieran desde un avión.

Enseguida se abrieron las puertas de varios departamentos, hubo corridas en los pasillos y el frutillero se escapó sosteniéndose los pantalones. Papá bajó las escaleras en dos saltos, me sacudió, me levantó, me abrazó, me preguntó qué había pasado, todo al mismo tiempo, pero no alcancé a contestarle porque se fue corriendo hacia la puerta y salió a la calle. Llegaron mamá y unos vecinos y todos me preguntaron cosas que yo no sabía contestar. Temblaba como si tuviera mucho frío y quería irme a dormir. Mamá sollozaba y se retorcía las manos. Empujándome un hombro con la punta de los dedos me hizo caminar delante de ella, entramos a casa, me llevó al baño, me sacó bruscamente la ropa y me metió bajo la ducha, que estaba muy caliente. Me indicó que me bañara con mucho jabón varias veces.

-Lavate todo -dijo, y me miraba como una loca, como nunca me había mirado. Me lavé varias veces los pies y las orejas, que era lo que nunca me lavaba bien.

-Lavate todo, repitió casi gritando. Entonces pensé que estaba enojada conmigo y me puse a llorar.

25 comentarios:

Griselda García dijo...

me salen, lo siento, sólo interjecciones:
wow/ uf/ uhhh

Anónimo dijo...

Que horror.

Yo tuve una experiencia similar. Yo tendria unos 11 años. Un dia sono el timbre fui a abrir y habia un señor que pregunto por Marta. Era equivocado pero acto seguido no recuerdo que palabras articulo pero si agarro mi mano y me hizo tocarle el bulto mientras con la otra me tocaba a mi. Quede paralizada.

Minutos mas tarde mi hermano vino no se por que a ver qué pasaba. Le dije que no se lo contara a mama por nada del mundo. Y creo que nunca se lo contó.

Qué extraño mecanismo mental nos hace reaccionar asi? Es el opuesto al que uno ve en la tv norteamericana que las niñas son sumamente histericas y si ven una rata gritan hasta desgañitarse.

Habría sido bueno que nos enseñaran más a reaccionar para afuera...

Años despues me hizo reflexionar mucho sobre esto leer un libro que se llama Mujeres que Corren con Lobos.

Que valiente contarlo MM. Esas cosas son vergonzantes y duras y dan miedo y que se yo cuantos sentimientos adversos mas.


Nunca se lo conte a nadie. Te lo agradezco.

La que le cuesta expresarse.

Anónimo dijo...

Es bastante común el abuso de menores. Yo también tuve algo parecido. Hoy sólo me queda un odio visceral a los hombres que alardean de su masculinidad.
Encima ellos saben que el niño no va a contar, xq siente verguenza.
Sea real o no el relato, describe tal cual, la escena en que el chico se queda paralizado ni siquiera aterrado sòlo paralizado.

Tommy Barban dijo...

Les dejo los comentarios sobre el fondo del asunto a los demás. Cada vez que pienso que estoy escribiendo un poquito mejor, vos te mandás uno de estos y chau. No hay nada que hacerle, en la blogosfera, la que escribe es ememe.

ericz dijo...

Sra, ¿cuando sale su libro? Donde se puede comprar? Por favor, no deje de avisar.

Anónimo dijo...

Obviamente mi comentario anterior es real. En qué mente cabe que se pueda inventar algo que lacera el alma de esa manera?

Más allá de lo magníficamente escrito, son terribles esas experiencias.

¿Qué se puede hacer?

Anónimo dijo...

Quiero saber si agarraron al viejo hijo de puta ese y si le cortaron la chota y si se la dieron de comer a los perros. Ojalá que sí.

Saludos.

Anónimo dijo...

Buen relato, el final es como generalmente pasan estas cosas

Nefastas dijo...

el mismo día a mí no llegaron a hacerme mucho porque llegó alguien justo, pero a dos hermanas amigas mías, sí.
estábamos festejando el carnaval.
yo tenía 5.
y era el abuelo de una compañera de colegio.
y por ser viejo nunca le hicieron nada.
se murió el muy hijo de puta, que se paraba en las veredas y seguía tocando el culo de las nenas que pasaban.
ahhh te juro que te leía, y decía, por favorrr que no vaya a poner esto, que no haya pasado.
cómo los odio a los hombres por estas cosas, no son todos ya lo sé, pero me da tannnta bronca.
mirá los comments sino, 7 desconocidas, ocho....y a todas nos pasó algo...

Cosima dijo...

Carajo. Es como una patada en los ovarios el día que te vino.

Cosima dijo...

Ojalá que el mundo evolucione hacia penar gravemente a los que hacen esas cosas.

Anónimo dijo...

Hay como una leyenda instalada respecto de las frutillas: que las grandes son más ricas. Pero es mentira: las chiquitas, si son buenas, son las mejores. En El Bolsón hay de esas buenas. Y cerezas buenas, en el valle inferior del río chubut. Pero las exportan, obvio. Y si no vas ahí mismo, difícil acceder a esas delicias.

Saludos

Anónimo dijo...

Tu madre me parece tan terrible, mm. Pero tanto.
Que no hayas perpetuado ese grado de locura (si no más bien todo lo contrario) me llena de esperanzas, sin embargo.

myrna minkoff dijo...

es verdad que a casi todas las mujeres nos han pasado cosas por el estilo. Es imposible no enterarse cuando se atienden pacientes.

myrna minkoff dijo...

I,
sí, creo que mi mamá era terrible. Ahora se apaciguó, se apagó, pero fue duro ser su hija.
Después de eso uno tiene dos caminos posibles: hacerles lo mismo a sus hijos para vengarse, o hacer exactamente lo contrario para que la herida cicatrice y para creer que la vida no es tan atroz. Mientras me pasaban todas esas cosas, mi pensamiento era "el día que tenga hijos no les voy a hacer esto".

Cosima dijo...

Muy duro este post.

Bombón Asesino dijo...

Con razón no podés comer frutillas.

Anónimo dijo...

Es bueno saber que todas/os hemos pasado por circunstancias así, aunque nunca nadie se atreve a contarlas. Qué bueno que se puedan dejar comentarios anónimos, así se pueden contar estas cosas. Qué fuerte, MM, contar esto y qué bueno que pudiste reaccionar y gritar.
A mí me pasó con el casero de la quinta de una amiguita, que cuando yo tenía 8 me sentó en sus rodillas y yo pensé que me iba a contar un cuento. Cuando me metió la mano debajo del buzo supe de inmediato que eso no estaba bien. Luego intentó darme un beso, le saqué la cara, pero todo con tranquilidad de adulta, le dije que mi amiguita me debía de estar buscando y me fui. Y luego varias veces siendo una niña, cualquier pederasta me quiso engañar para que los acompañara a alguna parte. Y siempre supe qué debía hacer sin asustarme, pero también tuve suerte. Lo raro es que al recordar estas cosas, una se siente mal, avergonzada, con un secreto que esconder. Porque contar estas situaciones sería revelar que una no es tan “pura”… yo no sé por dónde pasa. Sólo sé que hay que enseñar a las niñas/os a defenderse, a gritar, a buscar algún adulto, a no callar.
Y algo que nunca conté, pero no por vergüenza, sino por piedad, es que mi hermano una vez entró en mi habitación durante la noche y me desperté cuando sentí un dedo “ahí”, como quien necesita sacarse la curiosidad con lo que tiene más a mano.
Hice la que me iba a despertar y desapareció en un microsegundo. Tuve por un momento la duda de si enfrentarlo o no, si prender la luz, pero luego imaginé que se armaría un bolonqui, que mis viejos se angustiarían y preferí dejarlo ahí. No sé si eso me provocó algo en mi tierno ser y ahí nació algún trauma o algo, ni idea. Sólo sé que en ese momento pensé que mi hermano era un nabo y que de haberlo bocinado se hubiera convertido en un “gran tema” hasta el día de hoy y me parecía un embole desatar eso.
MM, gracias por esta historia.

Anónimo dijo...

Que angustia ememe, para colmo esta fue una semana de terrible de ultraje a seres queridos, necesito un comment a lo tommy barban que me saque esta tristeza,
tristeza tein fin

Anónimo dijo...

Me iba en tren de Retiro a Belgrano.Estaba esperando solo en un vagon y se me sento un señor al lado.Era amable y me hablaba.Luego em empezo a tocar la pierna y yo le dije:"eso no me gusta".El dijo:"que piola sos,cuando hablamos de cosas que te gustan,hablas y ahora que me gusta a mi...no queres".Supe que algo estaba muy mal,no se que paso,pero el tipo se bajo del tren andando y lo mire irse y me miro y me saco la lengua.Viaje procesando mucha informacion.Cuando llegue a Belgrano ya era otra persona.Tampoco conte nada.
Otra vez,algo paso en un campo.Esta vez fue una mujer mas grande.No me acuerdo nada,pero fue un quilombo.Se que al otro dia se fue la mina.
Cariños
A(bused)

Cosima dijo...

Guau.

Anónimo dijo...

Yo tampoco le conte a nadie, aunque no era tan chica.
Tendria 17 y volvia en colectivo de la biblioteca del congreso, con una pollerita de jean que yo creia inocente.
El bondi estaba lleno y yo iba sentada del lado del pasillo, en el asiento de dos. Un hijodeputa saco sus partes semi-duras y me estuvo frotando el brazo medio camino. Yo me paralize mal y no podia ni hablar, estaba palida. Despues se bajo, y cuando yo me baje en mi parada, llore histericamente y me meti en la ducha a lavarme freneticamente el brazo, que tenia inmovil como si me lo hubiesen amputado. Fue horrible.
Le conte a mi hermana 2 años mayor y se rio. Nunca mas se lo pude contar a nadie.

Despues, tendria 21 y esperaba el colectivo en la esquina de mi casa que no es la mejor zona,pero era tipo mediodia.
Perdonaran la discriminacion, pero un negrodemierda se arrodillo en la esquina y me hizo un "homenaje" en vivo, mientras yo no sabia como reaccionar y me moria de la incomodidad y humillacion. Despues le grite y se fue.

Tampoco lo conte.
Pero supongo que mi caracter fuerte y sobrador tiene algo de raices en la impotencia que me provoco todo eso.

MM, gracias por compartirlo.

Anónimo dijo...

La violación y la tortura tienen cosas en común. Un territorio común de perversión que pasa por el cuerpo de la víctima, convertida en nada, en objeto.


Quien ha pasado por estos lugares lo sabe: adentro de la mente se te
rompe todo. Estallan los parámetros de racionalidad, las bases mismas que sostuvieron tu existencia en el mundo y tu convivir con los otros se desmoronan. Nada se entiende ni vuelve a tener sentido. No se entiende lo que te está pasando, lo que te están haciendo.

Autoadjudicarse la culpa es parte de la estrategia de entender o darle algún sentido al vacío donde te deja el perverso: si yo hice algo malo, si yo tuve la culpa, entonces está bien y hubo una lógica. Mentira. Es peor: nada tiene sentido, no hay nada.

Pero la parte más atroz es que el mundo te abandona.
El torturado lo sabe: nadie quiere enterarse. Nadie quiere escucharlo, nadie quiere compartir la carga horrenda de los detalles minuciosos. Ese rechazo alcanza a las personas más queridas, sutilmente o no. Ni tu mamá ni tus amigos quieren asomarse al vacío. Vas a estar solo/sola con la nada por el resto de tu vida.

Y una y otra vez, cuando surge el tema (porque surge incontenible, cuando alguien hace un chiste bobo, por ejemplo) vuelve a suceder lo mismo: huyen. Se fastidian de tener que recibir una salpicadura de la mierda que deberá ser, de por vida, solamente tuya y enterrada dentro tuyo, so pena de que te acusen de no seguirle el paso a la fiesta.

Anónimo dijo...

Un aspecto fundamental para superar estas experiencias negativas es contarlas. Cuando nos ponemos a pensar en los caminos que hacemos a partir de una tal vivencia, podemos constatar hasta que punto orientan nuestras vidas. En mi caso no sabria decir si perdi el gusto por los hombres, pero a veces me pregunto si la bisexualidad ocasional que vivo hoy es porque mi primera experiencia sexual positiva la pude descubrir con una amiga intima. Si alguna vivio algo asi escribame lunalunera@yahoo.es

Luna70 dijo...

Perdon escribi mal mi correo, mi correo actual activo es lunalunera70@terra.es
Aprovecho para felicitar a MM por su coraje y manifestar mi solidaridad a todas las amigas que han completado con sus propias experiencias.