lunes, agosto 14, 2006

Alta en el cielo

No sé bailar porque soy demasiado alta.

Cuando me hablaban me plegaba en dos para estar a la altura del otro y no podía escuchar lo que me decía porque ponía toda la concentración en sonreír estúpidamente como diciendo –Me gustaría no ser tan alta pero no sé cómo evitarlo.

Después todos iban a bailar y yo no quería ir porque no podía bailar doblada, aunque a veces iba igual porque era la única manera de conocer chicos. Pero una vez que llegaba a la fiesta siempre me gustaba el más bajo. Desde la altura de mis codos me lanzaba miradas taladrantes y decía cosas inteligentes o ingeniosas que me seducían casi inmediatamente. Ningún alto fue nunca ni la mitad de atractivo que esos petisos, tal vez porque los altos corren con ventaja y creen que no necesitan esforzarse para ser interesantes.

Yo sentía que mi altura era un estigma. –Pobre alta que está sola, pensaba yo que pensaba el petiso interesante – voy a entretenerla un poco. Creía que ellos me tenían lástima y agradecía su gesto solidario. Recuerdo con nitidez a varios petisos que con ese sistema me enamoraron perdidamente. Nos quedábamos hablando en la escalera, en el sofá, en el piso, en cualquier lugar pero sentados, porque así parecíamos de la misma altura.

Una sola vez me gustó uno más alto que yo. Se llamaba Guillermo, tenía un apellido inglés y le decían Willy. Eso me parecía bastante atractivo para empezar pero lo que terminó de impresionarme fue que parada a su lado tenía que mirar hacia arriba para hablar con él. Tuve la rara sensación de haber vivido siempre equivocada y de haber encontrado por fin la escala natural de las cosas. Levantar la mirada para hablar con un hombre me hacía atisbar el temblor ambivalente de la sumisión y de la entrega, y me hacía comprender la voluptuosidad vacuna de las vírgenes que miran con los ojos dados vuelta hacia el cielo. Y recibir la mirada de un hombre desde arriba me hizo sentir protegida por primera vez por un hombre que no era mi padre. Agréguese a esto un apellido inglés, un traje elegante, una corbata, una politesse de la que carecían todos los polacos, judíos, italianos y españoles que había conocido y podrá comprenderse por qué creí que por fin estaba enamorada de un alto. Enseguida me invitó al Hipódromo, al Polo, al Alvear, a lugares míticos que no conocía y combinamos citas para la semana siguiente.

Pero un rato después, bailando, me pareció que era un estúpido y que su estupidez aumentaba geométricamente minuto a minuto. Se movía sin sentido del ritmo, sin humor y sin pasión y escuchaba con gran seriedad todo lo que yo decía, sobre todo cuando decía algo gracioso. Con esa avidez con que uno tira los primeros espineles buscando afinidades para convencerse de que hay algo en común, le hablé de películas que había visto, de libros que había leído y él soslayó esos temas como si fueran trivialidades. Después consideró que había llegado el momento de interrogarme sobre hábitos y costumbres: si fumaba, si tomaba alcohol, si mis padres me dejaban salir sola, si eran religiosos, y noté en el ángulo de sus hombros cómo se iba poniendo más rígido después de cada respuesta. Mientras trataba de desprenderme de Willy sin éxito, el más petiso, el más feo, el más gracioso e inteligente de la fiesta me miraba irónicamente sentado en un escalón. Esa fue mi única experiencia con un alto. Duró exactamente una hora y nunca se repitió porque desde entonces desconfié de todos los altos más altos que yo.

Contra lo que dice el prejuicio acerca de las virtudes de ser alto, yo aseguro que es un defecto que se lleva toda la vida. Los altos nunca encuentran espacio para poner las piernas, les asoman los pies fuera del colchón, las mangas y los pantalones les quedan cortos, los techos les quedan bajos, en el supermercado los utilizan como escaleras: –Señora, usted que es alta, me alcanzaría esa lata? Para las mujeres es peor: mientras las bajas bailan, las altas ordenan los sandwichitos o se hacen las que eligen temas musicales como si no les gustara bailar.

Y los bajos nos odian, que no digan que no. Yo lo comprendí hace más de treinta años una tarde de lluvia torrencial en el centro de Buenos Aires. Salía de mi trabajo a la calle resignada a mojarme y en el preciso momento en que salía ví detenerse un taxi y bajar un pasajero en la puerta misma de mi oficina. Corrí a meterme en él y apenas cerré la puerta llegó jadeando una mujer muy bajita que evidentemente venía corriendo desde la esquina y me gritó –Alta de mierda!

10 comentarios:

la enmascarada dijo...

Esto confirma mi teoría
Los petisos bailan bien.
Los altos tienen que coordinar en su cuerpo demasiada distancia hasta el piso.
Pero no te equivoques, los petisos nos aman. Ellos sueñan siempre con conquistar a esa mujer tan tan tan alta, queles parece inalcanzable. Un desafío que todo petiso encuentra interesante porque también...todo petiso es un poco agrandado.

Carolina dijo...

encantome.

myrna minkoff dijo...

Enmascarada: los petisos hacen todo bien porque se esmeran más. Hay un desajuste en las alturas de ciertos órganos vitales, pero como le dijo Humphrey Bogart a Lauren Bacall cuando la conoció, eso se arregla muy fácil.

Anónimo dijo...

linda observacion...tendre en cuenta la frase de Bogart.Este blog me cabe.
A

LocaComoTuMadre dijo...

Me sentí tan reflejada en tu post, me encantó..

Soy alta, mido 1.80 y soy tan torpe que da risa. y me río.

Excelente el post.
Saludos, me trajo la enmascarada.
gracias.

Anónimo dijo...

Sí, soy alta. Hablo doblada, y siempre sentí que bailando era un mastodonte -o una jirafa, en los días de inexplicable buen humor-. Y lo peor de todo es que ni siquiera puedo reconfortarme con la virtud de brindar un servicio a la comunidad tal como alcanzar las latas altas del supermercado, porque mi torpeza es directamente proporcional a mi altura.
Pero no hay que ser tan trágico. Desde que se inventó “El meneaíto” los altos podemos bailar doblados, bien pegados al suelo sin la necesidad de excusas como “se me cayó una lente de contacto”. Y hay algo todavía mejor: “la marcha/ el puchi punchi”, ritmo democrático por excelencia en el que TODOS tienen la obligación de ser espásticos.
Por otra parte ¿A quién se le ocurre querer una lata del estante de arriba? En el supermercado las cosas ricas y las ofertas están al alcance de todos. Los altos no tenemos la culpa de que existan personas tan complicadas. A mí nunca se me ocurrió pedirle a un petiso que me alcance las monedas que inevitablemente se me caen al suelo.
Disfrutemos los beneficios de una vista panorámica.
Alta en el cielo, UN ÁGUILA GUERRERA.
Me encantó el Blog.
Aufwiedersehen,
AS.

ericz dijo...

jajaja, pobre petisa.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Keep up the good work 1994 honda civic dx fuel filter replacement

Anónimo dijo...

Como flacucho, y petiso agrandado que soy, debo confesar que me fascinan las mujeres altas, y me esfuerzo al maximo por conquistarlas.
Siempre los grandes amores de mi vida fueron con mujeres altas y polentosas... las BBW que le dicen en USA...