martes, agosto 29, 2006

Confusión

Mi adorado amigo La Rosa Tucumana tuvo una época de decisiones difíciles. Oscilaba entre hombres y mujeres como objeto de amor y me llevaba a sus exploraciones para que lo ayudara a decidir. En aquél momento se enamoraba de mujeres pero le calentaban los hombres. Yo le decía que no había ninguna necesidad de decidirse y que si había algo que definir, ocurriría naturalmente sin que se lo propusiera.

Me llevaba a recorrer el putódromo de Santa Fé entre Callao y Pueyrredón todos los sábados a la noche y a los dos nos entristecía la exhibición de chonguitos provincianos ofreciéndose por un pancho. No era eso lo que él quería porque es amoroso y delicado y ese espectáculo sólo le provocaba sufrimiento.

Estaba enamorado de una chica con la que todo estuvo bien hasta que en Berlín, la víspera de la marcha de Orgullo Gay, le pidió prestada una falda escocesa. Ella, que era una homofóbica reprimida, lo sacó cagando y se volvió a Buenos Aires. El se quedó sin la falda escocesa pero consiguió otra, un Ersatz bastante adecuado para la ocasión y desfiló con una carterita que le había escamoteado antes de la discusión final. A pesar de eso seguían gustándole algunas mujeres.

- Estoy tan puto que me siento lesbiana, me dijo una noche en una crisis de indefinición.

Durante esos meses me pedía que lo acompañara a bares de travestis. El se disfrazaba de algo parecido a Querelle y me hacía vestir como una señora, medio Chanel, con perlas y tacos de 10 centímetros. Yo seguía dócilmente sus indicaciones hasta parecer un travón de dos metros de alto. Después nos íbamos a un lugar llamado Confusión y bailábamos toda la noche. El se acuerda -y todavía me lo reprocha escandalizado - , que antes de salir yo les decía a los chicos –Porténse bien, no se acuesten tarde, coman toda la sopa.

En Confusión había miles de tipos trasvestidos y en general yo era la más linda porque era mujer. Lo más impresionante era el público masculino: señores muy serios, profesores, padres de familia sanisidrenses, consejeros matrimoniales, gerentes de marketing católicos. En un momento me pareció ver a mi primo R., que se parece a Schubert y tiene tres hijos, pero gracias a Dios era una alucinación.

En cuanto entraba yo temía que se notara que era una mujer. Descubrí que la mayor diferencia visible entre hombres y mujeres es el tamaño de los maxilares. Los travones, aunque estuvieran super producidos tenían unas carotas anchas y cuadradas que los delataban. Por eso, en cuanto yo entraba se me abalanzaban miríadas de hombres creyendo haber encontrado al más logrado de los travestis. Una noche me levanté uno llamado Rodolfo, un petiso muy simpático y muy serio, que se declaró absolutamente incondicional de mi persona. Me preguntó de dónde era y presa de pánico mi cabezota pensó a mil por hora las posibilidades más verosímiles (Misiones, inmigrantes alemanes, colonos) y le dije que había nacido en El Dorado. Eso terminó de fulminarlo. Quería casarse conmigo al día siguiente y me costó disuadirlo. Le dí un teléfono falso mientras La Rosa me miraba asustado desde la barra.

En el baño, antes de hacer pis, esperé un largo rato retocándome el rouge mientras miraba cómo hacían los muchachos. Parados? Sentados? Tenía terror de ser descubierta por un detalle insignificante. Así que cuando ví que hacían pis como las chicas me animé a entrar, pero mientras tanto oí unos diálogos alucinantes. Un grandote le decía a otro –Una se inyecta hormonas, se opera toda y al fin lo único que les importa a esos brutos es cómo la tenés de larga... para eso que se busquen un tipo, no te parece? Todas estaban de acuerdo y yo también. Nos pintábamos, charlábamos y yo me sentía una impostora pero al mismo tiempo me gustaba estar con ellas y compartir sus conflictos.

Después bailábamos hasta la madrugada y en algún momento nos sacábamos las remeras y los corpiños y nos quedábamos en gomas, bailando frente a los espejos. Las mías no estaban nada mal pero las de ellas eran impresionantes.

2 comentarios:

Griselda García dijo...

me encantó tu blog! una linda sorpresa descubrirlo.

myrna minkoff dijo...

qué bueno que te guste. me gusta tu nombre, mamma.