Lo que más me gusta es atender nenes y adolescentes. Son animalitos solitarios: les pasan cosas terribles que no pueden contarle a nadie y sufren calladamente los miedos y las fantasías más atroces.
Hoy vino uno con un caleidoscopio de plástico que tenía adentro un diamante rojo.
Lo golpeaba contra el piso, lo pisaba con el pie, le daba contra el escritorio para romperlo y extraer el diamante. La madre estaba exasperada. Le hablaba con ese tono impaciente que sólo las madres usan contra los hijos. Le dije al chico que si nos dejaba hablar le daba un martillo para que lo destrozara. Se quedó quieto dibujando. Después lo revisé, le dije que esperara en la camilla, fui al taller, volví con la maza más pesada que tengo y le expliqué cómo no molerse los dedos ni abollarse la cabeza con ella. Puso el juguete en el piso y le asestó un mazazo tremendo. Volaron los pedazos por todo el consultorio. El diamante rojo saltó hasta el techo y cayó sobre una silla y las otras partículas de color se diseminaron en un radio de dos metros. Estaba feliz. Me dijo que nunca antes había usado un martillo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario