lunes, diciembre 25, 2006

Sábado 23



Me despierto muy temprano después de una noche hostil. Cada vez que me movía en la cama me clavaba la Spika en las costillas o en el culo. Duermo de a ratitos y tengo pesadillas horribles. Durante la noche algo me dejó completamente sorda del oído izquierdo.

Me despego los electrodos despacito con mucho alcohol para que la cinta adhesiva no me lastime la piel. No me gusta que me saquen el Holter en el hospital: las enfermeras arrancan las cintas de un tirón y a veces se llevan puesto un pedacito de piel, lo cual no tiene mucha importancia para ellas.

Los malditos Arnet tienen el servicio suspendido.

B.1. va a pasar Nochebuena al campo con la familia de R., su mujer. Íbamos a vernos ayer a la noche pero le dió fiaca venir, entonces quedamos en encontrarnos en la estación de subte para despedirnos. Además, quería darle unos regalos para la mamá y las hermanas de R.

Después del jolgorio de ayer el hospital está desierto. Dejo el aparato de Holter y voy a la guardia. Digo que tengo algo en el oído. Me examina un otorrinolaringólogo y dice lo que me dicen siempre –Usted tiene un conducto auditivo muy chiquito, como el de un chico. No sé por qué, me encanta que me digan eso. En rigor están describiendo un defecto del desarrollo, pero me hace sentir linda y delicada saber que tengo una parte como de niño. Después me quedo preocupada pensando si no tendré otras partes subdesarrolladas que todavía no se manifestaron.

Tiene que usar la trompetita pediátrica para poder ver hasta el fondo. Después me mete muy profundo una aspiradorita y chupetea todo el tímpano, haciendo ruidito chuic chuic, tapa/destapa, cada vez que absorbe algo. Enseguida vuelvo a oír, pero ahora oigo demasiado. Son las famosas puertas de las percepción. El médico me dice que como el conducto es tan angosto, cualquier cosita que se mete por ahí se queda atrapada. Debería ir a pasarme la aspiradora cada dos meses por lo menos.

Voy a una librería de libros usados que hay cerca de la estación. Encuentro algunos tesoros en inglés: la autobiografía de John Houston, Me, la autobiografía de Katharine Hepburn, An Atlas of the Difficult World, de Adrienne Rich, The Garden Party and other Stories, de Katherine Mansfield, y en español Las Confesiones de un Comedor de Opio, de De Quincey, que quiero regalarle a B.1, y Mi Verdad, de Joyce Maynard, la chica que amó a Salinger cuando tenía 18 años y él más de 50. También encuentro Goethe erzählt sein Leben (Goethe cuenta su vida), que nos va a venir bien para estudiar el año que viene, si la pequeña puaner está de acuerdo, porque en estas cosas manda ella.

Está por llover. Espero a B.1 en el andén. No nos vemos: él se baja y tropezamos. Nos abrazamos. Nos quedamos sentados hablando bajito. Viene el subte y subimos. Él sigue hasta Juramento. Yo me bajo en Plaza Italia con el plan de ir al Botánico y de volver caminando a casa, pero cuando voy a salir llueve a mares. Entonces vuelvo en subte y cuando bajo en Pueyrredón llueve menos. Compro otro ejemplar de Mi Verdad. Después voy al Queso Queso de Pueyrredón, compro brie, lomito embuchado, aceitunas negras y muzarella de búfala para el 24 a la noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

te hubieras quedado en plaza italia para mirar la lluvia, en vez de meterte en el subte.

yo cuando me bajé en juramento la lluvia caía como una cortina en el final del túnel, pero en vez de volver llamar para que me fueran a buscar, salí impulsado por la ansiedad y caminé las siete cuadras con mi bolso y con todos los paquetes de colores que me diste en la estación. fue una odisea, atajando los paquetitos de almendras que caían de las bolsa y cuidando el pliegue principal para que no se mojaran los paquetes de papel.

mientras esperaba a que me bajaran a abrir en Las Cañitas, me cambié la camisa empapada por una que llevaba en el bolso ante la impotente mirada desaprobatoria del encargado del edificio, y en ese momento dejó de llover.

en el auto el aire acondicionado me fue secando las sandalias, y el pantalón no se me mojó porque todavía conservo algo del arte de cuando era niño de que la lluvia no me moje.

myrna minkoff dijo...

Sí, pensé en quedarme en Plaza Italia mirando llover desde la profundidad de la estación. Era lindo. Pero había dos parejas con seis nenes que gritaban, se empujaban y comían bananas, todo a la vez y eso le quitaba toda la magia a la situación.
También pensé otras dos cosas que no hice: antes de separarnos, darte mi paraguas, y una vez que te fuiste, llamar a Santiago para que te fuera a buscar a la estación. Hubieras rechazado lo primero y me hubieras odiado por lo segundo, así que no hice ninguna de las dos cosas.
Y sí, sé que la lluvia sigue sin mojarte, los paros sin pararte y el calor sin acalorarte. Te amo, loquillo de mi alma.