jueves, mayo 10, 2007

Temblor fino


En el avión me endrogué y me tomé dos vasos de vino berreta para anestesiarme pero igual no pude dormir. Cuando volaba sobre las islas Madeira el avión empezó a sacudirse para arriba y para abajo, de esa manera que me hace desarrollar a toda velocidad hipótesis sobre resistencia de los materiales: vibración, tensión, pandeo, cosas que no sé dónde aprendí y que me permiten prever por dónde se va a rajar el fuselaje, qué pedazo de ala se va a salir primero, dónde va a pegar, si va a haber fuego o si se va a congelar todo de repente. Mientras pienso en eso miro a la gente, pobrecita, dormida en posiciones grotescas, los gordos con la boca abierta, los jóvenes enrrollados como pescaditos, los bebes regresados a la posición fetal, las viejas extendidas como bacalaos y tapadas hasta las orejas con frazadas robadas al pasajero de al lado.
Anoche dormían todos porque Aerolíneas está tan desmejorada que no tiene ni música ni películas de Mr. Bean, nada, sólo una pantalla virada al rosa que muestra melancólicamente un pedazo de mundo con una línea tosca que señala por dónde debería volar el avión si todo saliera bien.

Uno de los factores que influyó en mi insomnio fue la visión del azafato al subir al avión.
Parecía un hijo no deseado de Keith Richard y Rodolfo Fogwill. Cuando lo ví quise bajarme pero ya habían cerrado las puertas. Si así era la persona que representaba a la tripulación ante los pasajeros, cómo sería el piloto que llevaban escondido en la cabina, pensé. Lo fotografié con mi telefonino para que los que me sobrevivieran miraran mis últimas fotos y comprendieran todo sin necesidad de desgrabar la caja negra.
Cuando servía algo, la mano le temblaba con lo que en medicina se llama temblor fino, característico de la abstinencia de alcohol, y volcaba pequeñas cantidades de café (que de todos modos estaba frío y era espantoso) sobre los hombros de los pasajeros.
Salvo el incidente sobre las islas Madeira, que de todos modos me gustó porque caer sobre un lugar con un nombre tan bonito no es lo mismo que caer sobre Villa Ortúzar, el vuelo fue suavísimo y tranquilo. Todos se lo perdieron porque dormían, pero yo lo pasé rebien: mirando un poco el cielo gris y otro poco leyendo, terminé La lámpara roja, Realidades y fantasías de la vida de un médico, de Conan Doyle.

11 comentarios:

Gabi dijo...

El vástago de Keith Richards y Fogwill se aspira las cenizas del panteón de la Sociedad Argentina de Escritores.

Mascaró dijo...

Cuando vuelo siempre me preocupo pensando si el piloto habrá tenido una cena copiosa, y tomado mucho vino, y cosas así.

Anónimo dijo...

A riesgo de sonar ñoña, como decís vos, Ememe, me alegro muchísimo de que estés de regreso sana y salva!

Anónimo dijo...

Y yo me alegro de que no hayas caido en Villa Ortuzar, justo encima mio.

Anónimo dijo...

Ememe,

Me sigo riendo de tu descripcion del azafato... pero me rio tan fuerte que mis chicos me miran preocupados...

Ana

El Caballero de la luna dijo...

Nada más penoso (por antiestético)que tener la última cena a bordo de Aerolíneas.

EmmaPeel dijo...

fiero el azafato!
los de vuelo nacional no son mejores

Anónimo dijo...

no cuentes estas cosas, por favor. entre tus relatos y lo que leí en el diario sobre el radar de ezeiza no voy a poder subirme al avión para ir a buenos aires.

carolain

Anónimo dijo...

no, no, no, carolain,
no cabe la opción
de que no puedas subirte al avión
que te traiga un rato a biei.
Ememe, feliz regreso!

myrna minkoff dijo...

vení, carolain,lo del radar no es tan tan así. Es más complejo. Igual, cuando la línea en el mapa se aproximaba a Buenos Aires, yo le recé a Dios para que nos protegiera de los operadores de radar y de las trayectorias de aviones desorientados.

Anónimo dijo...

a vos nadie te habla
será que el temblor fino
da impresión

carolain