Siempre me gustaron los reptiles. A veces me pregunto por qué, sobre todo cuando veo la reacción de las personas que los odian.
Sé que me gustan porque son silenciosos. A lo sumo croan un poco en sus momentos más zarpados.
Después, me gusta que no son dependientes. Eso también me gusta de los gatos. Me da ganas de huír cuando alguien necesita servilmente mi afecto y no tiene vida propia sin mí.
Tener perro y festejar mi cumpleaños son dos cosas que me provocan un poco de tristeza, en los dos casos porque soy el objeto central de atención y me siento obligada a estar contenta o a ser amable o ambas cosas a la vez.
Cuando tenía a Daga vivía pensando en ella, me preocupaba si se enfermaba y no podía dormir pensando que tenía frío o se sentía sola. En realidad me pasa lo mismo con Alonso, pero la diferencia está en que él no espera nada de mí. Más bien se caga en mí. Así que eso que siento es sólo un rollo mío que él no pide ni necesita.
Bueno, eso en cuanto a lo afectivo. Después, me gusta que los reptiles son primitivos y tienen un cerebrito que es igual al carozo de nuestro cerebro de humanos. Nuestros deseos más irracionales salen de ahí, de nuestro cerebro reptiliano. Encima de ese carozo vienen capas y capas de racionalidad y cordura que se fueron desarrollando con la evolución y que reprimen nuestros impulsos de matar, de invadir territorios ajenos, de defendernos a mordiscos, de acostarnos con nuestro papá o de violar a nuestra sobrina.
Observar a los reptiles enseña mucho acerca de la naturaleza profunda de los humanos.
La tercera cuestión que me gusta de ellos es que son muy lindos. Ya estamos acostumbrados, pero no es increíble que tengan la piel verde? Muchas veces me imagino que si Alonso se muere me haría un maravilloso monedero con su cuero, que tiene escamitas de distintos tonos de verde, como píxeles que forman dibujos.
En realidad los lagartos y los sapos son más parecidos a un vegetal que a una persona, y como no generan temperatura propia uno puede creer que son un zucchini o una planta de espinaca con movimiento propio. A mí me gusta levantar a Alonso y apoyarme su panza fría en la cara. No tiene olor a nada; es como si fuera de plástico. Eso también es raro y me gusta. No sólo se parece a un vegetal: también tiene cara de pájaro, movimientos de mono, cola de serpiente, patas de rana, dedos de espárrago.
Cuando era chica me encantaban los sapos y las culebras. Pasaba muchos meses en Tortuguitas y estaba todo el día sola afuera, caminando, y veía cosas y animales extraordinarios. A veces encontraba una culebra, me la enroscaba en el cuello y se quedaba todo el día allí, al calorcito. A la noche la dejaba en la puerta de la casa y esperaba encontrarla a la mañana siguiente pero nunca volvían.
También jugaba con los sapos y con las ranas. Había unos sapitos minúsculos, como de dos centímetros, que me fascinaban, pero eran muy difíciles de agarrar.
A los sapos grandes les ponía vestidos de mis muñecas. Les quedaban grandes y cuando saltaban el vestido se les inflaba detrás. Era precioso.
sábado, septiembre 30, 2006
sapos y culebras
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1 comentario:
¿Eres mi reencarnación o es al revés?
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