Cuando se ofrecía recompensa por un hombre buscado, además de sus rasgos físicos se describía el color de su camisa y cómo eran sus zapatos. Era tan inimaginable que cambiara de ropa como que cambiara de ojos, porque la ropa era una sola y duraba muchos años.
Antes la gente tenía un solo reloj durante toda la vida.
Los relojes no se tiraban. Se les daba cuerda todos los días y ellos andaban durante muchos años, treinta o cincuenta tranquilamente.
Lo mismo pasaba con los paraguas, aunque no es lo mismo un reloj que un paraguas: el reloj tiene un significado más solemne porque no se distrae jamás; cuenta concienzudamente cada segundo y en cambio el paraguas sólo protege cuando llueve, cosa que sucede de vez en cuando. Eso, y la forma que tiene lo hacen parecer un poco ridículo.
A pesar de eso también los paraguas se fabricaban y se compraban con la idea de que duraran toda la vida de una persona.
El mecanismo de cerrar y abrir es lo único que anda mal y por eso lo uso poco. Cuando está muy mojado se cierra sobre la cabeza con un efecto muy antipático: el agua se mete por dentro del cuello, entre la ropa y la persona.
Ahora los relojes y los paraguas se fabrican y se compran para usarlos por poco tiempo. Los chicos tienen relojes desde que son muy chicos.
Los paraguas también son ahora baratos y se compran con la idea de usarlos una o dos lluvias, o a lo sumo durante algunos meses. Todos tenemos ahora paraguas lindos pero no por mucho tiempo porque si duran más de lo esperado los prestamos o los perdemos, que es lo mismo.
Yo recuerdo algunos paraguas muy bonitos que tuve y perdí. Uno del Museo de Arte Moderno de Nueva York, negro con pintas rojo oscuro, muy sobrio, sólido y bien diseñado. Me lo olvidé en un taxi pero me dí cuenta en cuanto cerré la puerta. Quise pararlo pero el taxista no me vió. Perder ese paraguas me dio mucha pena. Después tuve uno precioso, color yema de huevo, que había comprado muy barato. Ese duró exactamente una lluvia porque el viento lo dio vuelta y le quebró dos varillas. Obstinadamente lo llevé a la Casa El Ambar porque le tenía cariño pero también porque me gusta ese lugar abarrotado de bastones y de paraguas prodigiosos y atendido morosamente por sus empleados que saben todo acerca de mecanismos y varillas, y lo que se puede y lo que no se puede arreglar. Bueno, el paraguas color yema de huevo no tenía arreglo. Se rieron de él; comentaron que era una estafa vender un paraguas que durara una sola lluvia.
También tuve un paraguas rojo fuego, precioso. Lo usaba como paraguas pero también como señalización. Si me citaba con alguien en algún lugar lo usaba como señal para hacerme visible más rápidamente. Ese fue víctima de un préstamo. Recuerdo el momento en que lo presté, la vacilación mínima de mi mano en el momento de entregarlo porque temía precisamente lo que ocurrió y la voz de mi conciencia diciéndome que no fuera mezquina, que cómo iba a dejar que se mojara (quién?). Recuerdo todo menos quién era esa persona que salió favorecida y se quedó con mi paraguas rojo. Igual pienso que un día me lo va a devolver, aunque quizás es alguien que estoy viendo a diario y no piensa devolvérmelo o peor aún, no recuerda que es mío.
Me apena pensar en todos esos paraguas perdidos, los míos y los ajenos. Y también pensar en los relojes descartados en un cajón, muertos y olvidados, mezclados con hebillas, chicles y biromes, de los que debe haber millones en todo el mundo. Afortunadamente parece que ni los relojes ni los paraguas tienen sentimientos, porque si los tuvieran serían como una inmensa humanidad sufriente y silenciosa en aumento constante.
De todos modos, nada de eso tiene importancia. Nada tiene la trascendencia que todo tenía cuando todo era noble y escaso.
Hoy llueve y no tengo paraguas. En el supermercado venden unos chinos a seis pesos con un género como de vestido de Carmen Miranda, de flores gigantescas y con mango de plástico verde clarito. Voy a comprar uno pero ya me he propuesto no tomarle afecto porque sé que nuestra relación va a ser fugaz y no quiero volver a sufrir.
sábado, septiembre 16, 2006
Cosas de antes
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3 comentarios:
Me gusta como describis tu mundo.Tus hijos,tu mascota,tus cosas,tus recetas....todo re da.
para bien o para mal,las cosas deben resultarme entretenidas,calculo que tambien es un signo de los tiempos...cuando alguien no esta entretenido,se supone que esta aburrido y esto ultimo es una especie de gran drama...o no,que se yo.
Pero debo sincerarme,nos se bien por que:no uso ni reloj,ni paraguas.
Pienso que los que no usamos reloj pertenecemos a algun tipo de logia oculta y casi siempre los y las que no usan reloj me caen bien...el paraguas directamente me parece incomprensible...
Saludetes
A
A., ¿nunca pensaste en tener un blog?
Pienso que sería muy interesante y muy divertido!
Por qué no lo hacés?
De niño escribia mucho,en la adolescia maso,en mis 20s escribia cuentos en revistas(de musica y todas desconocidas),casi a los 30 me hago periodista,y despues medio que desconecte con ese lado y no se.Descubri los blogs hace poco.Volvi a leer.Y eso.Y que tu blog,esta palabra no me gusta al igual que no me gustan los tipos con barbita candado o que usan gel,esta re bueno.La historia del mundo travesti,mundo que conozco y amo(no del lado cliente de ellos)esta muy bien,muy voladita.
Mis saludos
A
pd:nunca pense en tener un blog...leo el tuyo y otro mas y me parece que esta bien mi relacion con los blogs desde este lado.Soy un posteador.
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