sábado, septiembre 16, 2006

mi apá 4

En esa última visita a su casa, en Baviera, conocí el estudio que había armado detrás de la casa unos diez años antes, cuando tenía 78. Era un galpón amplio y sólido, raro, como un refugio construido con desechos después de la bomba. Lo había construido con sus propias manos, pero literalmente con sus propias enormes manos.

Había leído en el diario que a 50 kilómetros de su pueblo estaban por desguazar un silo en desuso, había ido a verlo y había logrado que los dueños se lo donaran con la condición de que lo desarmara y se lo llevara en 72 horas. Era pleno verano, que en esa región de Alemania quiere decir entre 30 y 35 grados Celsius durante el día.

Cargó en su auto todo lo necesario y desarmó tornillo por tornillo y chapa por chapa toda la estructura trabajando durante tres días y dos noches durmiendo de a ratos sobre el suelo pelado. En el pueblo se corrió la bola de que había un loco (ein Verückte) en medio del campo y algunos curiosos pasaron a verlo furtivamente desde la autopista. Su mujer me contó que durante años se seguía comentando que una vez un negro desarmó furiosamente un silo en tres días poseído por una energía demoníaca que absorbía de una cosa misteriosa. Lo que chupaba era un mate, el porongo que se había llevado de Argentina, y aunque era rubio y tenía los ojos azules, con el sol se le ponía la piel muy oscura, de un color que a los alemanes les parecía alarmante. Parece que era una imagen aterradora, algo nunca visto por esos lugares donde la gente se protege del sol, es sociable y está siempre correctamente vestida. Me lo imagino como Klaus Kinski, callado y hostil, con el pelo casi albino todo revuelto, vestido sólo con un pantalón roñoso maniobrando con las herramientas, trepando y bajando sin descanso por la escalera hasta desarmar todo el silo.

Después apiló y amarró con sogas una pila de chapas en el techo del auto y recorrió el camino de ida y vuelta decenas de veces hasta trasladar todo al fondo de su casa. Limpió el terreno donde había estado el silo, cargó sus herramientas, su escalera y su mate y se fue a su casa. Dice la mujer que durmió durante dos noches y un día. Después le llevó tres semanas armar el galpón, donde pintaba, escuchaba música y tenía sus pinturas, sus cuadros, sus libros, recuerdos de los barcos que tuvo en Buenos Aires, sus cartas marinas, las copas que ganó en regatas. Cuando fui estaba todo ahí como cuando él caminaba, pero ya no caminaba ni tenía interés en pintar ni en escuchar música.

Yo filmé todo despacito, ángulo por ángulo, pared por pared, porque sabía que nunca más iba a ver su estudio y tampoco a él.

Durante los cuatro o cinco días que viví en su casa hablamos poco pero yo lo miré mucho. Me sorprendía que fuera un hombre tan viejo. Ése no era mi papá. En mis recuerdos mi papá no siempre era joven pero siempre era vivaz, alto y fuerte. Ningún rasgo en común con ese viejito fofo, rosado, medio dormido, esa especie de bebé horrible que se resbalaba todo el tiempo de la silla de ruedas y en el esfuerzo por enderezarse agitaba el muñón de la pierna con un movimiento obsceno que me repelía y me daba risa al mismo tiempo.

Comiendo frente a frente las delicias que su mujer preparaba, en algún momento él agarraba entre sus manazas una de mis manos y me la miraba con una ternura terrible. En ese momento volvía a parecerse a él. –Hijita, manito...decía, me miraba como siempre me había mirado, como a una nena, y después no decía nada más. Apoyada en la palma de su mano, la mía, que no es nada chica, parecía realmente una manito. Ésos momentos duraban muy poco, tal vez dos o tres minutos, porque enseguida volvía a resbalarse de la silla, a enderezarse con esfuerzo y a comer con esa avidez repugnante con que comen los viejos, como si supieran que muy pronto no van a poder comer más.

Yo me iba a mi cuarto, una preciosidad en la planta alta con una camita de princesa, un edredón espumoso y una ventana que daba al campo y lo primero que hacía era mirarme las manos. Me sentaba en la cama y ahora me parecían grandes, manos de mujer, manos de señora, y me ponía a llorar.

4 comentarios:

Griselda García dijo...

y me hiciste llorar a mí también, querida M.

Anónimo dijo...

Groso post mona!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Viernes sali con viejo amor,fui a comer a Bi Won,restauran de la colectividad coreana en junin al 500 que recomiendo....y parte de mi charla fueron cosas que habia sacado de aca y que sirven para ponerme mas contento.
Te lo dije mil veces:me copa lo que escribis....tanto.

myrna minkoff dijo...

Un beso, querida mamma bambi.
Usuario anónimo: gracias por decirme que te gusta.

Anónimo dijo...

Me esta haciendo llorar desde Francia, no se como pero la quiero mucho desde aca y siento como si la conociera.