jueves, noviembre 09, 2006

Rosa, Rosa


Hoy al mediodía invité a almorzar a mi mamá. Está muy viejita, me impresiona.
De repente sonó el portero eléctrico. Estás esperando a alguien? No, no estaba esperando a nadie.
Era mi amigo querido, la Rosa, mi tucumanita amada. Me asusté porque siempre creo que le pasó algo malo. Debe ser porque es tan dulce y tan bueno y el mundo es tan amenazante. Cada vez que tarda o que aparece de sorpresa pienso que le pasó algo horrible y viene a que lo proteja, porque sabe que siempre lo voy a proteger. Soy como su mamá de Buenos Aires. Nos reímos mucho juntos, de cosas de ahora y también de tropelías que cometimos hace muchos años.
Hoy se mandó sin avisar, como en el campo, como quien cae con una bandeja de tortas fritas a la hora del mate. Él sabe que a casa se puede venir siempre, y que a la hora de comer siempre hay aldo rico preparado (reflejo condicionado de cuando vivían muchos chicos en la casa) y que a todos nos encanta verlo y estar con él.
Almorzamos varias verduras en diferentes configuraciones (tortilla de espinacas crudas, hinojo saltado, chauchas, coliflor) Después comimos helado y después se fue, no sin antes oír las anécdotas aburridas que mamá siempre le cuenta y que él escucha atentamente con su enorme sonrisa, como si le parecieran geniales.
Venía a traernos su libro recién horneado. Es una antología de sus trabajos de todos estos años.
Recién terminé de atender, me serví una copa de vino blanco y me senté a mirarlo. Es divino, una exquisitez.

Gracias, mi niña bonita.

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