martes, julio 17, 2007
Mi Mountolive
Mi lapicera preferida es esta coloradita minúscula que me regaló J.D. hace varios años para navidad. Yo la llamo Mountolive. La cargo con tinta negra y la guardo en una caja de madera tallada mexicana. Me gusta escribir las recetas con esa lapicera. Es cómoda, suave, siempre anda bien y me hace hacer una letra muy interesante. Pero anda a cartuchos y yo odio los cartuchos. Me parecen una grasada, ersatz ridículos, propios de la era del consumo voraz. Cada uno es una muestra mezquina de tinta que dura demasiado poco como para escribir algo que valga la pena. A mí, dos o tres días de consultorio como mucho. Y como vienen de Suiza, cuestan un huevazo. Es como tener un Mercedes Benz: cada tornillo cuesta como un auto nuevo. También eso me parece grasa.
Le conté a mi amiga A.S., la demonia que me hizo caer en la tentación de La Máquina de Pan, que amarreteo la Mountolive para no gastar tanta tinta y con esa suficiencia que le da la poca experiencia en fracasos, me dijo -Por qué no la cargás con tinta y jeringa? Pensé que había entendido mal, pero no. Me llevó a un lugar donde venden la tinta original al precio de una caja de cinco cartuchos y me instruyó sobre cómo hacerlo. Busqué una jeringa con aguja gruesa, encontré un lugar donde el culo del cartucho calza sin moverse con el agujero para arriba, hice la prueba y salió genial. La primera vez puse tinta de más y el cartucho rebalsó, pero la segunda medí exactamente medio centímetro cúbico, que resultó ser el contenido exacto. Desde entonces uso mi Mountolive a troche y moche, sin temor a quedarme sin tinta. Y a la noche paro el cartucho exangüe en el sacapuntas, chupo el medio centímetro de tinta del tintero, que también es precioso, y lo descargo en el cartucho vacío como una vampira al revés. Mi Mountolive espera desmembrada en el cubículo de aluminio que le destiné mientras hago el trasvasamiento, y cuando le meto el cartucho lleno de sangre fresca suspira y se queda dormida con la panza llena.
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9 comentarios:
qué lindo castellano tiene este post!
lindo lindo
p.k.
me gusta esta serie de las lapis!
j.d. salinger, se la regaló?
Que buena "pluma"! (aunque en tu caso sería una obviedad). Me encantaría coleccionar lapiceras pero las pierdo, me las roban, se me rompen, desastre. Me va mejor con los lápices, pero no es lo mismo al margen del olor a maderita.
Yo hacía lo mismo con las Rötring Art Pen, porque cuando estudiaba no tenía un mango para comprar los cartuchitos.
Hace poco las rescaté, las lavé y rellené los cartuchos con vieja tinta rötring ya en desuso eterno por los siglos de los siglos, porque me dio lástima tirar el frasco. Una rata, enchastré todo.
a mí me pasa lo mismo que a ab. he tenido algunas muy lindas y siempre o las rompí o las perdí. la última, una muy viejita que mis abuelos le habían regalado a mi mamá cuando era chica, me la robaron cuando asaltaron el café en el que estaba. mientras los amigos de lo ajeno hacía su ronda, escondí la plata--me habían pagado un trabajo ese día y me daba lástima que me robaran mi magro sueldito--en el libro que estaba leyendo, pero no me di cuenta de esconder también la lapicera. perderla me dio mucha más tristeza de la que me hubiera dado perder la plata. así fue como entré en la era de las biromes. sin volver la vista atrás.
Yo tengo una Mountbatten de plata que era de mi abuelo pero no hay caso, es tan fea mi letra, que no me dan ganas de usarla.
Que lindo es el olor a maderita de los lapices. Me pasa con ellos lo mismo que con los acrilicos. Me dan ganas de pintar o dibujar.
Me gusta cuando los gallegos en la oficina te piden un "Lapicero" ... es el idioma que nos separa, como les digo yo. (Refiriendose a las lapiceras) ;)
a mí mis sheaffer me acompañan fielmente hasta que un día empiezan a perder demasiado (como dice ememe, perder pierden siempre) o directamente se niegan a escribir. entonces las pongo en la casita de las sheaffer viejas y voy por otra. de vez en cuando las miro y las vuelvo a probar, por si acaso. siempre termino con las manos de todos colores.
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